Mol, life and so on

martes, septiembre 27, 2005

La boda, la puta boda

...y el problema fue que, sin yo pretenderlo, me topé con esa colección de revistas pornográficas. En ellas no figuraba ningún desnudo, pero sí algo obsceno: un individuo con traje canorro, blancuzco y difícil de mirar, junto a una señorita que parecía hindú, ataviada con gasas, velos y, como diría McNamara, "y muusha pedrería, y muusha pedrería".

A mí, aquel espectáculo que se palpaba en las revistas -por supuesto no me resistí a echar un vistazo- me parecía... pues eso, un espectáculo, aunque de muy mal gusto por las prendas y los prendas que allí se veían. También me resulta vergonzoso que se salten a la gitana dos años de lista de espera, tiempo que al parecer deben esperar las parejas que quieren darse el 'sí quiero' en la basílica de esa hermandad, aunque ya sabemos que éstas son un club más o menos privado y, pegándole una patada a los Evangelios, previo cheque, hacen lo que les viene en gana.

Sin embargo, lo que me parece más vergonzoso de todo es el macroapoyo popular que ha tenido ese evento. Para quien desconozca el dato: dice la prensa que había retenciones de seis kilómetros a la entrada de Sevilla porque la gente se pegaba literalmente tortas para ver al bailaó. Puro morbo. Quizá, como dice alguien a quien quiero mucho, se animase a taconear sobre un cadáver y con público asistente gritando a la romana "¡mátalo, mátalo!". Es la tradición, ¿no? En algunos sitios, para las bodas matan un cochino. Determinados individuos con menos escrúpulos que el Tío Gilito pueden hacer lo propio fulminando a una persona que sale de hacer deporte, pisoteando al mismo tiempo su memoria. Pero eso sí, con casta y tronío.

Siempre habrá una manada de cabrones, muchos anónimos, muchos populares, que le den su apoyo. Entre ellos mi idolatrada Massiel, que me parecía mucho más progre, vendida al mejor postor por dos lingotazos de güisqui. Lo inteligente hubiera sido desmarcarse, argumentar como ésos que se te mató un sobrino, o lo que sea. Porque la justicia dirá lo que quiera o lo que tenga que decir, pero los hechos son que un vecino nuestro que vivía, ya no vive. Que su familia está destrozada, y que al parecer ha sido a consecuencia de una faltita de nada.

...Y Sevilla, del lado del verdugo. Así nos luce el pelo. Siempre en la calle, en la puta calle: unas veces, para vitorear al presunto homicida; otras, para manifestarnos contra asesinos que ni bailan ni cantan, pero que también matan. Como todos. Se ve que el flamenquito ayuda a digerir mejor lo inconcebible. Qué pena.

martes, septiembre 20, 2005

Orwell y el café Marcilla

Rebelión en la granja: aquel libro que leí en cuarto de carrera fue lo primero que se me vino a la mente cuando vi el anuncio. La obra literaria en cuestión es toda una alegoría, casi una metáfora, de la maldad y el egoísmo humanos, que también están presentes en regímenes como el comunista, surgidos en un principio para hacer frente a la tiranía del zar.

George Orwell, el autor, lo expone tomando como base a un colectivo de inocentes animalitos domésticos hartos de aguantar las torturas y asesinatos selectivos de unos amos que hoy fileteaban ternera, ayer descuartizaron a un cerdo y mañana, sin duda, llegará el turno de las gallinas. Sublevación que equivale a victoria, y en consecuencia a la autoclasificación de los propios animales en castas dominantes y dominadas, con el cerdo como líder indiscutible del corral que, en las páginas finales, termina caminando a dos patas, con bombín y fumando habanos selectos. La vida misma, no digo más.

Digo esto porque estoy harto, muy harto, del efecto 'vuelta de tortilla': que no es más que caer víctimas de quienes antes han padecido el victimismo. ¿Me voy explicando? Pues para ponerlo más clarito, un ejemplo: el último anuncio de cafés Marcilla. Sale un chico joven en su cocina recitando la tabla de multiplicar del 1. De fondo, una voz en off femenina explica -sin venir aparentemente a cuento- las bondades de un paquete de café que puede abrirse sin necesidad de tijeras. Cuando todo ha quedado claro, salvo el affaire 'tabla de multiplicar', esa misma voz dice: "Enhorabuena, chicos; ahora ya podréis hacer dos cosas a la vez".

Ignoro quiénes son los creativos que han sabido materializar tan magna idea, pero dudo que estén como yo, hasta los cojones, de tanta crispación social. Como a las mujeres se las ha puteado generación tras generación con anuncios como los canorros de Axe, y lemas publicitarios de la talla intelectual de 'Bebe Soberano, es cosa de hombres' o 'Los hombres usan Abanderado, porque las mujeres compran Abanderado', ahora los señores de las agencias que cobran un sinfín por hacer eso han decidido que toca revancha. "¡A por ellos, chicas!", pensarán. Lo que más me jode es que a mis dos compañeras de oficina, gente joven y bien formada (intelectualmente, claro), les parece estupendo, "porque ya era hora", dicen.

Entiendo que si queremos ofrecer una visión sana de la vida a la sociedad española, que en su mayoría no lee un puto libro en años y cuya principal vía de conocimiento es la mismísima tele, no vamos por buen camino. Especialmente para con los jóvenes, que son las víctimas principales de todo esto. Pienso que ya es hora, sí. Pero de que se respeten los derechos y libertades de todos los ciudadanos, con independencia de su sexo, raza, credo o eso que llaman orientación sexual. Mejor abordar poco a poco esta tarea, ingente y lenta -no hay nada más lento que cambiar mentalidades-, que no ir tocando cornetas revanchistas y estériles de unos contra otros, con el a su vez arquetípico e iluso mundo de la publicidad como territorio comanche.

...Y sí, todos los hombres somos capaces de hacer dos cosas a la vez, aunque sea mear y aguantar la cremallera con una sola mano para no pillarnos la cosita. A ver si se da por enterado más de un@; y ya de camino, le recuerdo que las mujeres tampoco caen como chinches salidas cuando un niñato al uso se embadurna con desodorante en espray.

Cosas que tiene la vida real, mirusté por dónde.

jueves, septiembre 15, 2005

El paraíso está allí

Ya tengo las lágrimas fuera. No sé qué pasa, pero cuando estoy sólo me resulta imposible pensar -o escribir- sobre Estambul sin que me empiecen a brillar los ojos. También desconozco qué me ha hecho esta ciudad, aunque no hay duda: se ha ganado mi corazoncito.

La primera vez que estuve allí fui totalmente embriagado por el libro El esplendor de la gloria, de Fermín Bocos. Tuve que leerlo para hacer una crítica en el periódico, y lo que al principio pintaba como novela histórica al uso, terminó siendo una revelación. Tanto, que sin beberlo ni comerlo me planté, con 26 años, en una ciudad de la que apenas tenía referencias.

No me importó: yo iba al encuentro de la familia imperial Commeno, del patriarca ecuménico, de Mehmet II y sus fortalezas a orillas del Bósforo. De ese lugar del mundo donde la luna brilla de un modo especial. Yo iba, en definitiva, a una ciudad de cuento.

Y eso fue, precisamente, lo que encontré. Ante todo, un lugar muy distinto de los que yo había recorrido hasta entonces: esa estética urbana de pequeño gran desastre, ese tráfico bestial, esas avalanchas de gente por las calles, el colorido, carrillos de venta ambulante con las cosas más inusitadas...

Después, ya en el centro histórico, caí deslumbrado ante la imagen de Santa Sofía, a un lado del foro, y la Mezquita Azul, a otro. De fondo, el Bósforo. Siempre el Bósforo, salpicado de pescadores pacientes que hacen lo que pueden por ver pasar las horas... y los barcos. Sin embargo, la imagen más embriagadora, la más subyugante, ésa que te ancla Estambul en el corazón a perpetuidad, se produjo el primer día de mi estancia, ya de noche, en las puertas de una Mezquita Azul iluminada que parecía una aparición sorprendente.

Tras visitar su interior, y haber admirado el colorido de sus paneles cerámicos y esos centenares de alfombras, la llamada a la oración nos pilló por sorpresa a las puertas del edificio. De repente, sobre la multitud que acudía a rezar, una bandada de palomas fosforescentes -era la impresión que causaban al recibir la iluminación de los focos- levantó el vuelo, alarmada por los cánticos del almuédano. Fue algo único.

La antigua Constantinopla me cautivó por su carácter monumental, por la belleza intrínseca del entorno del Bósforo y de Haliç, por el color, por la insuperable -y casi diría inigualable- belleza de las decenas de mezquitas que salpimentan sus calles. Pero creo que el sello definitivo lo puso la idiosincrasia de esta megaurbe, donde tienes la sensación de que las personas son así, primarias, básicas, sin dobles fondos: te joden en ocasiones, te gustan en otras, pero son de ese modo. Es fácil sentirse bien cuando ves venir a la gente.

Este verano he vuelto: "¿Y para qué vas a ir otra vez allí, con la de sitios que hay que ver?", preguntaba mi madre. "¿Y para qué quiero conocer otros sitios, si ya sé que existe Estambul?", decía yo bromeando. Tenía ganas de otear de nuevo ese gran pastel urbano que corona la Torre Gálata. Anhelaba recorrer las calles, asomarme a las tiendas, recibir una nueva dosis de arte y espíritu visitando algunos de los lugares más hermosos que puede sentir el alma humana. Y quería, sobre todo, enseñarle la ciudad a alguien muy especial.

Al final no tuvimos mucho tiempo para nosotros, pero sí el suficiente: la última noche tomamos una cerveza, paseamos y, de fondo, se escuchó la banda sonora de 'Un toque de canela'. Estambul no defrauda. La ciudad volvío así a guiñarme un ojo. A pedirme que volviera pronto, pues cinco años de ausencia son demasiados cuando existe esa pasión.

Volveré. Lo sé. Lo descubrí cuando el último día, yendo hacia el aeropuerto, vi a través del cristal la silueta de Santa Sofía, Topkapi y la mezquita de Suleyman mientras cruzaba el Cuerno de Oro. Las lágrimas volvieron a brotar, igual que ahora mismo. Y yo, contento y triste a la vez, pensé que el despertador podría sonar de un momento a otro. Creí que soñaba, que volvía a la realidad. Que el locus amoenus era para Garcilaso y compañía.

Pero existe. El paraíso existe. Se llama Estambul, y yo lo he visto...

miércoles, septiembre 14, 2005

Una de payasos

...así que ayer tuve la mala suerte de llegar, encender la cajita (tonta), y verlo allí. Pegadito al cristal, como el cerdito rebuscatrufas que es. Dicen las malas lenguas que ejerce como abogado. Y dicen, inclusive, que el mayor logro de su carrera profesional sería dejar en la calle a un individuo que le ha jodido la vida a casi trescientas personas. Presuntamennnte, ustedes perdooonen.

Sí señor. Ahí estaba él. Ladrando, algo que hacen los perros falderos cuando se sienten amenazados. Y nuestro bochornoso amigo, que en teoría estaba protegiendo a su amo, en realidad estaba protagonizando una salida ridícula, muy poco sensata, cuando se topó con los periodistas. Con esos periodistas que buscan la noticia a cambio de cuatro duros y de cinco insultos, todo va en el paquete.

Si hay algo que me puede joder en esta vida es que llamen manipuladores a los periodistas. Especialmente, a esos que tienen contrato temporal, sueldo de 500 euros mensuales y horario de 10 a 22 horas, ambas inclusive, como digo siempre. Pero si hay algo que me jode más, y ahí ya entra la experiencia personal de quien rubrica, es que nos llame manipuladores un abogado penalista. Sobre todo, cuando él mismo sabe que su defendido es un verdadero hijo de la grandísima puta que debería estar... o mejor aún, no estar, y sin embargo se fuma puros con él o brindan juntos con un buen caldo.

Ayer vimos eso en todas las televisiones. Y yo me pregunto: si el que persigue una noticia es manipulador, ¿qué calificativo empleamos para juzgar a quien pretende la inocencia de un asesino, de un arruinador de vidas? ¿Por qué no el mismo que usamos para definir a quien le echa una manita material o dialéctica a otros muchos asesinos que hay sueltos por muchos rincones de España?

Sé que todo encausado tiene derecho a la presunción de inocencia: igual que los periodista que, en muchos casos, poseen un expediente académico brillante y tienen que soportar condiciones de trabajo inhumanas o sueldos míseros. Pero que encima se ponga en duda lo único que pueden tener, que es su conciencia profesional, ya me parece un abuso que no va en el salario. ¡Maldito hijo de la gran puta...!

lunes, septiembre 12, 2005

Juventud basura

En realidad, quiero redactar este post sin ser tremendamente crítico. Tampoco pesimista, aunque entiendo que me resultará difícil. Es una reflexión 'al hilo', como dicen los políticos, de una experiencia vivida por mi amigo Andrés el pasado fin de semana. Él estaba, en compañía de su novia y otros dos amigos, esperando a que llegáramos los demás para ir a tomar unas tapas. Como siempre, en la puerta de la Caja. De repente, según parece, surgió de la nada un individuo cani, para más señas, cabalgando sobre una moto bastante bastante indomable y surcando el acerado como si fueran las arenas del Sáhara en el París-Dakar.

Estuvo a punto de pasarles el ciclomotor por encima, así que Andrés -que siempre ha sido muy señor- se limitó a llamarle la atención. El canorro, embutido de tela vaquera y adornado con oro y pringue, volvió la cara, puso cara de asco... y le escupió. Sí, ese hijoputa le echó un gapo descomunal a un hombre de 32 años que esperaba con su pareja a un grupo de amigos. Por supuesto luego se dio a la fuga, y menos mal que fue así. Absolutamente impresentable.

Ahora yo, tufado de pesimismo, me pregunto: ¿de dónde han salido? Cuando servidor iba al instituto, la fauna urbana juvenil se dividía en pijos y heavies. Había algún que otro lolailo, aunque el final de la década de los 80 no era muy propicio para ese tipo de música, así que casi todos eran heavies con matizaciones nacionalistas hispanas.

En nuestros días, sin embargo, el cani ha invadido calles y plazas como si fuera el mosquito tigre, que pica a través de la ropa. Ocupan los gimnasios, así como las playas de Chipiona, Rota, Sanlúcar de Barrameda y en menor medida Matalascañas. Hallan un hábitat perfecto en los barrios periféricos de las grandes ciudades (no necesariamente marginales). Se caracterizan por usar y abusar del oro, de Camela y de la mala educación, sobre todo al volante de un coche tuneao o en moto. Y son, al menos en Andalucía, un porcentaje altísimo del sector juvenil post-adolescente.

El cani, que puede parecer gracioso imitado por los Morancos, es un verdadero peligro para la libertad y la urbanidad. No dudan en agredir, insultar y recurrir a los métodos más heterodoxos para salirse con la suya o reforzar el discutible honor de los 'surmanos', que es como llaman a sus congéneres. Son una plaga contra la que aún no existe insecticida ni katrina que valga. Lo que me gustaría saber es si, pese a dar la nota de ese modo, siguen siendo una minoría. O si son mayoría, pero sólo en esta comunidad autónoma. Lo que necesito, en definitiva, es un motivo para la esperanza.

Sea como fuere, espero que esta plana sea aún enmendable. Por el bien del futuro de todos.

viernes, septiembre 09, 2005

Auto-ayuda

He dedicado el título de este post a algo que todos necesitamos cada vez con más frecuencia. Un auto(móvil), pues depender de los auto(buses) para ir a trabajar es sencillamente un suicidio, y ayuda. Mucha ayuda para todo y, en especial, para soportar las bobadas del jefe.

En cualquier caso, esta introducción bromista no viene a cuento. La verdad es que se me ha ocurrido escribir sobre esto después de comprobar, cada vez que entro en una librería, que todos los años se manchan cientos de miles de kilos de papel con libros milagrosos que, en la sinopsis, prometen mostrar tres reglas máginas y virar tu vida viento en popa hacia estribor.

Creo que somos muchos los que en más de una ocasión recurrimos a este tipo de estudios pseudocientíficos para sentirnos, quizás, menos solos. Aunque, sobre todo, comprendidos en nuestro malestar. Cuando uno es inseguro, tiene síndrome de Peter Pan, se agobia en el trabajo o piensa que el mundo está con él o contra él -según el día-, necesita que llegue alguien siempre llamado 'Dr.' lo que sea y le diga "es normal", "tu vida es muy superyoica" -la mía, por desgracia, sí- o "tú no necesitas la aprobación de los demás".

Es triste, y lo sabemos. Pero a estos libros les pasa como a la telebasura: la criticamos, abominamos de ella, pero al final todos -o al menos muchos- pasamos por el aro. En ocasiones, lo justificamos con el sustantivo 'curiosidad', y otras veces con una frase-comodín: "Me lo han recomendado, pero no creo en esto". Claro que sí, y tampoco sesteas con 'Aquí hay Tomate', tú que siempre ves los documentales de La2 y que utilizas la tele sólo para poner películas de autor en tu deuvedé. Eso lo explica todo...

El problema, el mar de fondo, radica en la terrible incomprensión e insatisfacción que muchas veces sentimos con nuestras existencias de mindundis: una fatiga que nos hace buscar la desconexión en 'Crónicas Marcianas' o la mirada de aliento en un libro de copyright norteamericano y portada colorista. Mendigamos en esas páginas limosnas de calor humano, pura y simplemente.

Es así de triste, sobre todo porque si fuéramos capaces de fomentar la amistad, la confianza con nuestros seres más cercanos y, sobre todo, el amor, estos profesionales de la psicología que le sacan más partido al teclado que al batín tendrían, tal vez, que ponerse a trabajar en serio. Sus consultas también estarían menos concurridas.

Y nosotros terminaríamos comprendiendo que no hay pócima más mágica contra el desaliento que los besos de tu pareja o el abrazo de un buen amigo.

miércoles, septiembre 07, 2005

Los pros y los contras

Mañana será una jornada laboral distinta. Por la mañana salgo en AVE para Madrid, donde tengo una reunión con clientes y posterior almuerzo. El retonno, a primera hora de la tarde. Ya estoy celebrando ese desayuno sobre raíles donde, sin lugar a dudas, el plato fuerte serán las vistas forestales de Brazatortas impregnadas de niebla matutina, como en una peli de zombies, y la llegada a Puertollano, algo que me encanta.

Madrid... hace un par de años pensaba mucho en esa ciudad. Algo en mi vida, y en la de una persona a la que adoro -mi pareja-, estuvo a punto de enfilar hacia allí nuestros destinos. Es un sitio curioso: cuando me bajo en Atocha, tengo la sensación de que se expone ante mí un catálogo infinito de las más variadas opciones, léase teatro, monumentos, museos de todo pelaje, megalibrerías, universidades, Chueca, etcétera. Al volver, con la caída del sol, echo una miradilla de reojo y un guiño de "hasta la vista" con el subtítulo "qué afortunado soy marchándome una vez más".

Porque muchas veces tengo la sensación de que Madrid es como un imán que me atrae sin yo quererlo. Y siempre, siempre, vuelvo a Sevilla pensando que soy un afortunado por haber sabido, y podido, dejarla anclada en la meseta una vez más. Lo tiene todo, sí, aunque si te has criado en un 'pueblo grande' como Sevilla, Madrid te desborda; resulta fría, inhumana, artificial; con miles de atractivos, pero robotizante, al fin y al cabo. Los madrileños van por la calle como... como zombies, tal vez; caminan todo recto, sin mirar a los lados y sin dudar a la hora de entrar o salir del metro. Porque si tú dudas, el metro no lo hará. Seguro...

Pocas cosas puede haber más agradables en la vida de un ser humano que tomarse un trozo de tarta de dulce de leche en aquel bar argentino de la plaza de La Paja, emocionarse viendo 'El jardín de las delicias', de El Bosco, o pasear un rato por El Retiro. Y por supuesto, dar un paseo con tu pareja por la calle Hortaleza o paralelas sin que la gente mire con cara de asco y condescendencia porque no te insultan (algo que en la extremista Sevilla no pasa ni pasará en años). Sin embargo, Madrid es una talla XXL que no todo el mundo puede vestir sin caer enredado en una maraña de tela.

Como todo en la vida: pros y contras. E igual que siempre, toca elegir. Yo ya lo he hecho y, cantando con Los Limones, digo aquello de "sé que aquí nací, y aquí quiero quedarme, aquí está mi hogar". Por eso tengo cerrado para mañana el billete de vuelta, no vaya a ser que...

lunes, septiembre 05, 2005

Margaritas pa los cerdos

Hace unos días mantuve una conversación interesante. De ésas que te hacen crecer por dentro, en las que uno toma parte en ocasiones y, pese a resultar muy gratificantes, te despiden del interlocutor con un halo de tristeza: con un 'nada se puede hacer', mientras esgrimimos una leve sonrisa y apretamos nuestras respectivas manos derechas.

El tema me apasionaba: franceses, ingleses, estadounidenses y el expolio del patrimonio artístico sevillano. Mi interlocutor, ex máximo responsable del ámbito cultural en una conocida entidad hispalense (osea, sevillana), estuvo contándome todo lo que su departamento tuvo que luchar para traerse a Sevilla un lienzo de Murillo que andurreaba en París de anticuario en anticuario, esperando al mejor postor. Por suerte, esta vez hubo... suerte y el cuadro no acabó en la otra orilla del Atlántico.

Porque claro: aquí también hay, si se me permite la expresión, clases y clases. En Sevilla, la Florencia de España, la ciudad donde a finales del XVIII y principios del XIX las iglesias, los palacios y las casas particulares tenían 'pa reventá' obras de Murillo, Valdés Leal, Zurbarán e incluso los mejores Velázquez, ha habido tres grandes éxodos artísticos: la invasión napoleónica -con visita posterior de los 'libertadores' ingleses-, la desamortización de Mendizábal -los cuadros se vendían por las calles, literalmente, en beneficio de algún que otro lord inglés- y, desde otro punto de vista, la Guerra Civil.

Sin embargo, pocos saben que ha existido un cuarto: la picaresca sevillana, consistente en vender bajo cuerda excelentes obras de arte, sin que se entere el Estado, a anticuarios del resto del mundo. Y la culpa, a los franceses, a los ingleses o, ya después, a los excesos de la guerra. Tan nuestros como somos los sevillanos, y qué poca importancia le damos a lo que en verdad la tiene...

El resultado pasa por tener en Washington dos murillos que ocupaban un espacio en los Reales Alcázares, o decenas de obras de Zurbarán, Velázquez, el mismo Murillo o Herrera 'el Viejo' en Boston, Nueva York, Chicago y Filadelfia. Todo ello, sin contar el reguero de arte español disperso por Houston, Virginia, Colorado y otros lugares recónditos donde, por supuesto, no saben qué es España, ni mucho menos qué es el barroco o qué significaron estos autores para tal movimiento en el contexto europeo. Y muchos de estos lienzos están en manos privadas.

Por eso digo que hay clases y clases: guerras, invasiones o desafortunadas decisiones políticas son producto de la historia. La picaresca se puede evitar. Y el mejor postor, el que más dinero tiene, siempre está en Norteamérica, siendo al mismo tiempo el que menos idea posee de lo que representa aquello que adquiere.

Visto todo con perspectiva histórica, creo que la sala de arte español del Louvre es un orgullo para España. Mejor que estuviera aquí, sí, pero allí al menos está en un entorno europeo, dentro de la UE y a disposición de todos. ¿Qué hacen tantos y tantos lienzos sevillanos en manos de fundaciones privadas norteamericanas? Muy sencillo: así se consigue que un pijo baturro con botas de cowboy tenga un adorno valioso -únicamente VA-LIO-SO- en su despacho para poder presumir delante de sus clientes e impresionarlos.

Sí, señores. El arte sale por nuestras fronteras malvendido o robado, cae en manos de anticuarios desaprensivos y, ¿quién lo compra? Los de siempre, los norteamericanos buscando invertir, no por altruísmo o amor a la buena pintura. Esos estadounidenses sólo saben que el suyo es un gran país, que más allá de Los Ángeles por el este y Washington por el oeste no hay vida digna, y entienden que el arte es una desviación gráfica de 'helarte', algo que padecen sus hermanos de Alaska y Montana entre octubre y mayo por mor de los vientos polares.

Lo dice el título: margaritas pa los cerdos, sin ánimo de ofender a tan noble animal.

sábado, septiembre 03, 2005

Vivo por ella

Son las dos de la madrugada. Estoy sentado frente al ordenador, si muchas ganas de dormir tras la megasiesta que me pegué hace unas horas. En ocasiones, me da el avenate de ponerme a hacer algo de provecho cuando la medianoche queda ya lejos, como hoy. Así que me he preguntado a mí mismo: ¿por qué no escribir un blog? Pues vamos a ello.

Este va a ser, lo anticipo, lo preveo, un blog muy sentido. Dedicado a uno de los pilares de mi vida. A algo que me importa muchísimo. A un factor que me ha ayudado a ser como soy, a ser lo que soy. A la mejor medicina para la sanación del espíritu humano: la literatura.

Desde que ocupé mi pequeña parcela en la blogosfera, se me ocurrió la idea de escribir algunos post de homenaje a ciertas cosas que me importan en la vida. Y sin duda, la literatura es una de las que más.

Para mí, el contacto con los libros ha sido decisivo. Recuerdo, de pequeño, que Doña Felisa me felicitaba por ser el alumno del cole que más registros tenía en la ficha de la biblioteca; qué tiempos aquellos de Paco Yunque, de inventos e inventores, de astronomía y rincones perdidos del espacio, de un tal Clarín... Luego, siendo un preadolescente -hacia 7º u 8º de EGB- me salí del redil en pos de lo audiovisual, que para mí era más sugerente. Tuve suerte, y supe rectificar.

En el instituto cayó un poco de todo: novela americana de espionaje, Hemingway y, por exigencias del guión, clásicos españoles: creo que nunca olvidaré mis mañanas chipioneras leyendo El Quijote sobre la cama. Aquello fue mágico, una de esas experiencias por las que merece la pena vivir.

Disfruté muchísimo con El Árbol de la Ciencia, con la poesía de Machado, con El Tragaluz y El Aleph, aunque no tanto con la poesía de Juan Ramón Jiménez, que se me atravesó. Aprendí más de lo que yo mismo imaginé en su momento con las clases de 'Chanquete', famoso por su frase 'Arte es lo que no es la naturaleza'. Él me ayudó, sobre todo, a escudriñar un clásico, a sacarle todo su jugo y hacer metalecturas que van más allá de lo meramente narrativo. Y también me 'presentó' a 'La Celestina' y al señor Mio Cid, con los que he coincidido posteriormente en bastantes ocasiones.

Durante la facultad hubo un poco de todo, aunque especialmente una frase que me marcó: recuerdo que un profesor al que admiraba muchísimo dijo que el universitario "no podía considerarse tal si no había leído al menos 200 ó 300 libros". Me lo tomé muy a pecho, y me puse manos a la obra. No sé si tantos, pero leí bastante.

Y después, durante la vida laboral, esta incansable compañera de viaje es la que me sonríe cuando el desánimo revolotea sobre mi cabeza; en la que se refugian mis lágrimas cuando llegan; es la que sabe pasarme la mano por el pelo y decirme "tranquilo, monstruo" cada vez que lo necesito; es, en definitiva, la que me enseña, me anima y me inspira.

De pocas cosas estoy tan seguro en la vida como de mi amor por los libros. Lo dan todo sin pedir nada a cambio. Lástima que el 23 de abril, Día del Libro, no sea fiesta nacional. Yo, personalmente, no tendría ningún problema en llevarme todo ese día leyendo, pues ¿qué homenaje sería coherente?

jueves, septiembre 01, 2005

El guorefílin y otros oídos-teniente

Siempre que escucho la canción, mis labios esbozan una sonrisa. No es para menos. Ayer, en el gimnasio, los chicos y chicas de la clase de Spinning (bicicleta con música a toda pastilla) tuvieron el honor de escuchar el Guorefílin, canción freaky donde las haya. El porqué lo expongo a continuación:

"Facultad, noviembre de 1991 (empiezo bien, a lo Sofía Petrilo en 'Las chicas de oro'). Cuando volví de comer, Adrián me abordó como si hubiera visto a la Virgen. Con el careto desencajado, no hacía más que repetir:

-Te lo has perdío, tío, te lo has perdío.
-¿Qué me he perdío?, pregunté, ya un tanto picado por la incógnita.
-A P.Ll bailando el Guorefílin en la sala de prensa.

Resulta que la señorita P.Ll, una compañera un tanto sui generis, había montado un numerito sin venir a cuento con un body y unas mallas -"totalmente metidas por la raja del culo", matizaba el escatológico-pornógrafo del narrador-, y un radiocassete que conectaba moviéndose igual que las bailarinas de Degas. Después, cuando escuchó los primeros acordes, empezó a botar como un oso Goommy tras tomar su ración de zumo de gomibaya, mientras de fondo sonaba el 'Guorefílin'.

¿Y qué es ello? Pues, tras sonsacarle un poco más, Adrián se arrancó a entonar la cancioncilla: ¡¡Y ERA 'WHAT A FEELING'!! Se trata, lo habrás adivinado, de la canción principal de Flashdance, ésa que interpretaba Irene Cara para mayor gloria o no, va en gustos, de la música de los ochenta (buen tema para los comments, jeje).

El oído teniente de Adrián parecía claro. Aunque no voy a dedicar este post a meterme con mi compañero y, sin embargo, amigo, sino a relacionar algunos ejemplos reseñables de oído teniente: los dos primeros de ayer mismo, en gimnasio también. De nuevo la señora Petrilo: "Sala de máquinas, ayer por la tarde noche: dos cachas canturreaban mientras empujaban hierro; uno de ellos decía "Tengo la cabeza negraaaa" (¡¡y yo loca de escucharte, hijoputa!!, pensé para mis adentros). Si Juanes lo oyera...

El otro repetía incesantemente "Semebeibi, semebeibi". Lo mirábamos con cara de compasión, como hay que mirar a uno de estos engendros, aunque la curiosidad me volvió a picar. "¿Qué dice el loco éste?". Después di con la clave, cuando añadió: "¿Eres tú mi beibi?". ¡¡MARTINI!! Estaba imitando a la cotorra del anuncio: como si él estuviera capacitado para parodiar al pobre animal...

Ahora bien, yo no me quedo al margen. Sobre todo porque, a la hora de cantar, yo canto. Y que se joda la letra si no me la sé. Qué más dará. Tal vez el caso más antiguo que recuerdo sea el de 'Message in a bottle', de Police, que en un momento dice: "Send me now an SOS (es-ou-es)". Yo, repetía convencido: "Send me now an ESO ES!!", acompañándolo con el consiguiente gesto de aseveración, dedo erguido, para añadirle teatralidad al asunto.

De la misma época más o menos debe de ser la canción "Chula bolera", de Sade (osea, Smooth Operator, ejem...). Todo ello sin menospreciar el tema 'Laika', de Mecano, que para mí no "era rusa", sino "rosa" (se ve que ya de pequeñito apuntaba 'maneras', jeje), y no era "una perra muy normal", sino "una perra muy voraz". No me extraña que, comiendo tanto, la mandaran a la luna. Porque los rusos tiene fama de estar a dos velas...

¿Y en misa? Ohhhhh, qué gloriosos eran esos momentos infantiles en que la hermandad de mi padre se reunía semanalmente para cantarle la Salve a la Virgen. En latín, a más deshonra de la estirpe. Obviamente, allí se oía de todo: ¿In hac lacrimarum valle? (en este valle de lágrimas). No señor, para este coro de pseudolaringectomizados era "Y la lágrima lumbade". ¿Y eso qué es? Nada, pero mejor canta y no preguntes.

"¿Et Iesum?" (Y Jesús). Pues no, mejor "Ella es un", soltando luego una retahíla incomprensible sobre todo lo que se supone que era ella: "Benedintofrutoventrictui". Menudo taco. Incomprensible, vamos. Y en vez de "Oh, dulcis Virgo Maria", vamos a decir "Oh, dulcísima María". Claro que sí, hombre. Ahí va, amor superlativo a la Virgen.

Eso, escuchado todo en conjunto, no tenía desperdicio...

Aunque he de reconocer que la cosa no mejoraba en castellano. Porque esa Salve que decía "Te saluuudan los santosss y alzaaaa el amooor" (la frase carece de sentido en mi idioma, al menos) era para muchos, yo incluido: "Te saluuudan los santosss y HA-CE el amorrr". Qué pensaría Susan (tidad) de esto...

En fin, la casuística podría ser casi eterna. Así que por hoy vamos a dejarla aquí. Eso sí: prometo más.