Mol, life and so on

martes, junio 20, 2006

Cosas que no se olvidan


Hay cosas que no se olvidan, que dejan un sello imborrable y, por muchos años que pasen, siempre haremos con ellas las mismas asociaciones. Muchos ancianos relacionan el olor a chocolate con episodios concretos de su infancia, mientras que para muchas señoras mayores, un sonido o un detalle insignificante a ojos de cualquier espectador profano genera lágrimas: unas lágrimas que le retrotraen hasta el nacimiento de un hijo o hasta el día de su boda, cuarenta o cincuenta años atrás.

Ayer volvió a sonar, mientras limpiaba. Hacía años que Old & Wise permanecía en el letargo del baúl musical de los recuerdos, allí donde enviamos a todas esas canciones –sálvese quien pueda- que nos traen a la memoria sentimientos pasados. Y Old & Wise fue testigo, o quizás protagonista, de uno de los días más bonitos de mi vida.

Todas las personas que han zamarreado mi alma, tienen una canción. Son una canción. Y ésta de Alan Parsons, cada vez que alguien la pincha, me traslada a aquel verano de 1994. Fueron, sin duda, los tres peores meses de mi vida, que se derrumbó tras alcanzar una cota de sufrimiento, de falta de autoaceptación y de estima por uno mismo: de llegar a un ‘no puedo más’.

Antonio era el único trazo de color que alegraba mis tristes días. Alto, moreno, jugador de balonmano, bastante guapo, siempre luciendo una preciosa sonrisa… Lo conocí en la emisora municipal de radio, donde tenía un programa musical y yo hacía prácticas para labrarme un futuro como periodista, o algo así. Fue lo mejor que me pasó en mucho tiempo. Sin embargo, tenía un problema: su inestabilidad psicológica. Y yo otro: él no era gay. Pese a todo, estábamos muy unidos.

De repente, empezó a distanciarse de mí, sin causa alguna que lo justificara. Y yo, al dolor del amigo que se siente traicionado, uní la desazón de quien ama sin ser correspondido y sin tener, siquiera, el derecho a una sonrisa. Sufrí, sufrí mucho, pero la tempestad amainó y un día, en la radio, mientras aguardaba a que terminara su programa para empezar yo el mío, Antonio abrió el micrófono y me dedicó una canción con el corazón en la boca: Old & Wise, tan llena de matices, hablando de la vinculación de dos amigos por toda la eternidad.

Me levanté y me marché al pasillo, para llorar a gusto en la oscuridad apoyado en el quicio de una ventana vieja.
Sentí entonces una mano que se apoyaba en mi hombro. Era él. Me había dedicado su última canción de aquel verano. Nunca podré olvidar la sonrisa que me esbozó en aquel momento, ni el abrazo que nos dimos mientras que la melodía de esta canción se escapaba por las rendijas de la pecera radiofónica. No tuve narices de besarle, pese a que era lo que más deseaba en el mundo. Y me arrepiento. Además, era lo que pedía el guión para alcanzar el final feliz. Pero…

Prácticamente, no he vuelto a verlo desde entonces. Supe que tenía que olvidarlo, y me puse manos a la obra. Blindé mi corazón, y lo conseguí. Antonio murió para mis sentimientos hace ya… mil años. Pero lo que nunca podré olvidar es la sensación de amor tan profunda que yo experimenté aquella noche, pues ya se encarga Old & Wise de recordármelo cada vez que suena en algún sitio. Y esta vez, el disc jockey fue Chema. Qué paradójico.