Mol, life and so on

lunes, febrero 26, 2007

Mordisquitos vive con mi mamá


Esta mañana mi madre, muy preocupada, me llamó por teléfono para desahogarse contándome las últimas fechorías de mis, nuestros, perros. Tenemos dos: Fani, una hembra blanca de raza... canina a la que recogimos cierto día en la perrera, y su hijo Horacio, macho bicolor muy feo, pero muy simpático, que se parece físicamente a Mordisquitos, la mascota de la cíclope que protagoniza Futurama.

Y hoy hemos descubierto que el parecido de Horacio con Mordisquitos va más allá del pelaje blanco y negro, o de unos colmillos que sobresalen más de la cuenta. Mi perro, cagueta profesional y sinvergüenza de carné, se ha zampado a dos gorriones que por error, y qué error, se han colado en mi casa materna a través de una ventana. Al parecer el perro, que no levanta dos palmos del suelo, dio un salto gigantesco, puso cara de ardor guerrero y cazó a los pobres bichos en el aire. Uno para su madre, que agradeció el gesto relamiéndose, y otro para él mismo. Generoso, no lo niego.

Dice mi progenitora, única testigo de los crímenes, que ni siquiera les dio tiempo de piar. Eso sí. Cuando se los tragaron, literalmente, los dos pusieron cara de no haber roto un plato y casi se disculpaban con la mirada inocente de un Mordisquitos cualquiera. ¡Tiembla, Mordisquitos! Nosotros, que creíamos tener un perrucho, atesoramos toda una fiera. ¿Será también de un planeta en extinción?

miércoles, febrero 07, 2007

Paradoja de la ignorancia



Ayer, leyendo un post de mi admirado Mint –un tío junto al que me siento aprendiz de comunicador-, no pude evitar acordarme de mi compañera Eva. Mint aludía a una curiosa anécdota protagonizada por Carod Rovira: al parecer, en cierta ocasión el líder independentista catalán se sacó de la manga a un personaje de ficción, inventado por él a posta, al que citaba continuamente en sesiones parlamentarias y corrillos varios como fuente inexcusable de la cultura catalana. Puesto que más de uno, empezando por el mismísimo Alfonso Guerra, no dudaba en afirmar que conocía su obra, su vida y milagros, Carod puso en evidencia la talla intelectual y la humildad del estamento político de este país.

Porque a veces resulta casi imposible reconocer que las cosas no se saben. Y no se saben, simplemente, porque no se puede saber todo. Ya está. Pero en esta sociedad de corazas y apariencias, nos sentimos vulnerables al preguntar qué es esa cosa, o quién es ese tal Ros i Lasalas, que por lo visto estuvo a punto de ilustrar con su nombre una calle en su presunto pueblo natal. Ver para creer.

Todavía recuerdo como una de esas vivencias universitarias cachondas el día que Craso fue a ver al profe de Teoría de la Información, un pepero redomao que presumía de leer a Aristóteles cuando no pasaba de los artículos que por aquellos tiempos escribía Jaime Campmany, ni de los subtítulos de las pugnas dialécticas mantenidas por Carlos Carnicero y Federico Jiménez Losantos en Informativos Telecinco, qué tiempos aquellos… El buen hombre le preguntó a mi amigo qué libros estaba consultando para elaborar un trabajo, y éste, ni corto ni perezoso, empezó a inventarse sobre la marcha títulos y nombres en inglés. El profesor, sin cortarse ni un pelo, añadía: “¡Ah, básico! ¡Oh, magnífico manual!”. Y así, durante cinco minutos.

En mi empresa he sido testigo de bochornos similares protagonizados por mi compañera. Una pobre chica sin estudios a la que “ha venido Dios a ver”, como diría mi madre, pues está ocupando un puesto de trabajo que le viene grannnnnnde. Cierto día, hablando de periodistas –ella presume de ser íntima de todos ellos-, le pregunté si no le parecía un gilipollas Joaquín Rodríguez, de Diario de Sevilla. Me dijo que sí, que era un tanto insoportable, a lo que añadí: “Eva, ¿y quién es Joaquín Rodríguez? Porque acabo de inventarme el nombre…”.

Se quedó planchada. Otro día me oyó hablar con el comercial del Círculo de Lectores. Le pedí que me trajera un libro de Rainer Maria Rilke. Y ella, como si fuera amiga suya de toda la vida –igual que de los periodistas-, me preguntó: “¿Qué te vas a comprar, un libro de Runner?” Ella trató de darle un aire de familiaridad al escritor, como hace con José Luis (Zapatero), Celia (Villalobos) o Alfredo (el Alcalde) que, mire usted por dónde, quedó de lo más ridículo.

Y que le pregunten a L., mi ex (compañera, claro, jeje), qué hizo para controlar las carcajadas el día que le dije: ¿Tú quieres ver cómo Eva nos reconoce hoy que las traducciones del Quijote al portugués son malas de cojones? “No serás capaz”, respondió. Por supuesto, yo no he visto una traducción del Quijote al portugués en mi vida, ni tengo criterios lingüísticos ni filológicos para evaluarlas. Una hora después llega la Séneca de mi empresa, y le digo:

-Fíjate, estoy harto de encontrar traducciones del Quijote al inglés que no se ajustan para nada a la originalidad del texto.

-Uy, es que lo del Quijote con el inglés, ya se sabe…

-Desde luego, desde luego, no hay ninguna que recoja con rigor lo que el autor quería transmitir con ese soneto que empieza ‘En tanto que de rosa y de azucena se muestra la color en vuestro gesto…” (por supuesto, ni es de Cervantes ni está en el Quijote).

-Sí, sí, es el caso más conocido.

Y para terminar, añado:

-Aunque vamos, para traducciones insoportablemente mal hechas (yo, pedante total), las del Quijote al portugués.

Respondiendo ella, totalmente indignada:

-Eso… eso es que no tiene nombre. Por favor…

Supongo que os podréis hacer una idea de qué pelaje tiene este burro, y nunca mejor dicho. Para colmo, mi jefe empieza a hablar un día de la piedra Rosetta. En esa coyuntura salta un compañero de 23 años y pregunta: “¿Y qué es la piedra Rosetta?” Por supuesto, los dos empezaron a humillarlo riéndose a carcajadas.

En un aparte, el chaval se desahogó contándomelo. Yo le respondí que si hubiera contraatacado preguntándoles por el Código de Hamurabi, sus caras hubieran sido un poema. No me extraña que Eva piense que es el documento ése que escribió el juez Tremps, y por el que ahora lo han recusado. ¿O se dice requisado? Ay, Eva, que no dejas de sorprenderme…