Mol, life and so on

martes, febrero 17, 2009

Naturaleza muerta



Ayer por la mañana, cuando aparecí por la oficina, descubrí en los periódicos un rostro que me resultaba terriblemente familiar. Miguel, el asesino, es de mi barrio. Crecido y criado justo enfrente de la tienda que tenía mi tío, ya fallecido; a diez metros del comercio donde compré mi aceitera, prodigio de difusor; al lado de la peluquería del padre de Mari Carmen, cuyo hermano hablaba conmigo de juergones adolescentes en Chipiona; del barrio de toda la vida, quiero decir. Y su cómplice, el tal Samuel, reside a la trasera del bloque de mis padres, justo enfrente del piso donde MagicGnoma vivió hasta que se casó para ser la más feliz del mundo con mi amigo/hermano Andrés.

Supongo que a nadie le importan mis conversaciones con el peluquero, los rasgos de mi aceitera o la tienda de mi tío. Pero yo siento la necesidad de expresar que, esta vez, el terror televisivo se ha hecho carne en la realidad de esta vida mía. Llamé a mi madre: "¿Sabes que es del barrio?" "Sí, claro. Está todo el mundo hecho polvo. Esta mañana han entrado las cámaras otra vez en la carnicería", respondió. "Qué raro -pensé-, estas cuatro calles, robándole espacio en el share al binomio Julián Muñoz-Pantoja o a las bondades de un Barça imparable".

Nunca vi al tal Samuel, pero sí me suena, y mucho, la cara del homicida, presunto, presunto. Inevitablemente recordé la noche en que ETA asesinó al coronel médico Muñoz Cariñanos: detuvieron al cobarde meón de su pistolero justo enfrente de mi bloque. Vamos, que si un servidor hubiera salido o entrado a esa hora, le podría haber preguntado al perro ése (perdón, perros del mundo) si se sentía más hombre o más liberador de medias patrias por darle pasaporte a un otorrino de la Sevilla de toda la vida. Y me diría que sí, claro, que de eso come. Todo el barrio estuvo varias jornadas lleno de compañeros de la prensa a la caza y captura de una declaración que, por supuesto, nunca se resistía. Porque esto es Sevilla, amigos.

Dicen en la aldea, en ese barrio que es micromundo, que Miguel tuvo una infancia dura. Como muchos allí. Ayer, por ejemplo, me enteré de que había muerto "el Juani", un íntimo amigo de mi hermano al que las drogas le arrancaron el alma a plazos. Incluso hay gente que asegura, y mi madre es la primera, que su progenitora recibía el pésame con mezcla de tristeza y alivio: como quienes van al paredón tras paceder torturas y más torturas. Pero él nunca mató a nadie. Tampoco el Joselete, ni el Tomás, ni el Paco, ni el Oregui ni el Pichurri. Trapicheaban, robaban o hacían el paripé como guardacoches. Pero matar, no. Nunca. Eso era otra fase, al menos entonces. Miguel, siendo más joven, con mejor aspecto y mucho más guapo, ha refutado una triste máxima: que las marcas están para superarlas. O como dicen las marujas del barrio: que alguien vendrá que bueno te hará.

Aunque yo creo que puestos a superar barreras, podría haber tomado ejemplo de El Langui, que tampoco lo tuvo fácil, y no del Arropiero. Si uno tiene cojones para arruinarle la vida a una familia y destrozar a una flor en ciernes, también los tiene para sobreponerse a los golpes que da la vida y tirar p'alante. O como decía el párroco Don Miguel, para tomar tu cruz y... ¿Padre ausente, madre minusválida y depresiva, entorno familiar hostil? Sí, exactamente igual que los Z., del bloque 14. Unos salieron buenos, y otros no tanto. Pero ninguno asesino. ¿Y el cómplice del pájaro? ¿Es posible ser tan joven y tan cínico? Yo creí que las tablas del cinismo se adquirían con la edad... ¿Y el hermano silente? No entiendo nada...

Si quisiera hacer algo parecido a una elegía, tocaría ahora decir que Marta, como la Ofelia de Hamlet, desciende muerta por el río, y bla, bla, bla. Pero como esta es una historia tan sumamente puta, y hasta me pilla cercana, no tengo el coño pa farolillos. Vamos, que paso. Me acuerdo, eso sí, de la canción de Mecano que da título a este post, donde se habla de una muerte premeditada por un mar cobarde, que hace uso de su innegable supremacía física, y también de una pareja, Miguel y Ana, que no Marta. Pero en el trípode Miguel-Ana-mar (aquí, río) terminan las coincidencias. En el resto de esta historia, real, no hay lugar para figuras retóricas.

Aquí nada es lo que fue. O lo que parece. Ni el amor, que no existe cuando alguien es capaz de agredir brutalmente a la persona supuestamente amada; ni Marta, que dejó de ser la chica rubia y guapa de las fotos hace al menos tres semanas; ni Miguel, que frente al de la canción, termina vivo; ni tampoco el Guadalquivir, que por unos días la Sevilla que lo acuna ha dejado de vivirlo como ese "rey de los ríos" al que cantaron los Álvarez Quintero para transformarlo, de repente, en un cenagal fangoso y turbio. En la tumba improvisada de una joven que, como su familia, espera la contundencia de una justicia que nos sabe a poco. En un camposanto donde las rosas y los claveles ceden el testigo a carrizos, aneas, juncos y cañas. Parda, indómita y cruda. Húmeda. Naturaleza y muerte en estado puro. Triste. Tanto como real.

Descanse en paz. Ella, y los diecisiete inmigrantes que hundieron ayer sus cuerpos y sus sueños frente a las costas canarias. Esta vez, los medios tampoco han estado de su parte.

FOTO: EL PAÍS