Allí estaba yo. En la calle Pelayo, con una copa en la mano. Charlando con mis amigos. Bailoteando. Ataviado con unas prendas que, desde luego, no casaban para nada con el glamour propio del sábado noche. Y de repente, apareció él. Muy guapo. Guapísimo, diría. Morenito, de unos 27 años y facciones muy marcadas que le otorgaban un aire muy varonil. El pelo moreno, con un corte moderno. Su cuerpo, delgado pero fuerte, muy definido. Y desde luego con carácter, con dos cojones.
Al parecer, una amiga suya y él mismo habían visto que un morito cuarentón situado a mi izquierda trató de meter la mano en uno de mis bolsillos. Yo no me había dado cuenta, pero él lo observaba a una cierta distancia. Amenazante, se dirigió al susodicho para llamarle la atención. Viendo que se ponía farruco, lo sujetó y esperó a que comprobase si me faltaba algo: nada, ahí sólo había una toallita limpiagafas usada, pues los
precedentes del viernes me indujeron a llevar la cartera y el móvil bien protegidos en un bolsillo cerrado.
Aun así, llamamos a la policía, más por acojonarlo que por considerarlo una medida efectiva. Y en éstas trató de escapar. El héroe no lo dudó: se lanzó encima cual jugador de rugby, lo tiró al suelo y lo controló como el león al antílope. El carterista no tenía opción de moverse con semejante maromo reteniéndolo. Algún que otro camarero también le echó una mano.
Yo pensé que tanto el chico como la amiga que lo acompañaba, ambos con una tarjeta colgada al cuello, eran de la organización del Europride. Cuando los vi reprender al chorizo con tanta determinación, pensé que tendrían cuentas pendientes por la cantidad de carteras que han robado este finde en Chueca, y opté por guardar un discreto segundo plano.
Llegó la poli (por cierto, menudo poli, jeje), que se hizo con la custodia del carterista, y el héroe entró en un bar cercano para ‘arreglarse el tipo’, como diría mi madre, y quitarse un poco de la mugre que el individuo dejó lacrada en su preciosa camisa fashion. Esperé a que terminara, y me dirigí a él para darle las gracias. “De nada”, respondió con una sonrisa preciosa, cuya ingenuidad contrastaba con el carácter que el héroe había demostrado en el ring de Pelayo.
Charlé con él y con su amiga un par de minutos: el necesario para descubrir que no eran miembros de la organización. Que, como ellos decían, eran gente que había ido allí igual que yo, a pasarlo bien. ¿Y la tarjeta? “Ah, esto es porque te hacen descuentos y, si bebes mucho, te sale rentable”, respondió con simpatía.
Me despedí. De la amiga… y del héroe. Y entonces éste, al marcharse, reclinó la cabeza con un gesto enorme de cariño sobre el pecho de su novio, que también le estaba esperando a las puertas del establecimiento.
Hay personas que te reconcilian con el género humano. Actitudes que son un canto a la solidaridad, a la hermandad. Y rostros que transmiten mucho más de lo que muestran. Él héroe es un pleno al tres. No sé nada de él: sólo que es de Castellón, que vive en Madrid… y que me alegró una noche en la que yo estaba un poco
plof por otros motivos. ¡Ah! Y también que le estoy profundamente agradecido. A él, y a su amiga.
Un beso, quienes quiera que seáis, donde quiera que estéis.