Mol, life and so on

jueves, agosto 20, 2009

Estantes vacíos




La contemplación de una biblioteca vacía siempre me ha provocado sensaciones encontradas. No sé muy bien qué pensar, ni cómo encajar mi visión. A priori, podría ser algo triste. O tal vez yo lo vea de este modo porque tengo muy fresca en la retina la visión de ese monumento que consagró la ciudad de Berlín a la barbarie bibliográfica nazi en Bebelplatz, justo al lado de la Ópera. Allí, bajo el cristal que muestra el subsuelo, un sinfín de estantes nítidos, cándidos, tan rectilíneos como vacíos, nos ilustran sobre carencias y pérdidas.

Lo que desapareció, no volverá. Sin embargo –y de ahí esa visión mía contradictoria-, unos estantes vacíos son como unos brazos abiertos, siempre listos para albergar nuevas historias, nuevas ediciones, nuevos volúmenes. A mí, particularmente, me ilusiona ordenar libros, clasificarlos e ir distribuyéndolos, ver casi con devoción que el papel va ocultando a la madera que lo sustenta, y que una informe e irregular línea multicolor de títulos verticales va tomando posiciones al borde del precipicio. Lo que yo daría por tener en casa unos estantes como los de Bebelplatz para albergar a mis –otros- hijos…

En Berlín, la gente ha aprendido a fuerza de palos a no lamentar las pérdidas. Se esfumó la histórica Potsdamer Platz, e incluso fue un espacio yermo durante décadas, sólo adornado por el hormigón, el polvo, la mala leche y el alambre de espino. Sin embargo, hoy día es un alegre, soberbio y monumental lugar por donde da gusto pasear. Uno de los más bonitos que conozco. ¿Hubiera sido mejor mantener aquellos edificios historicistas, repletos de molduras y salientes? Nunca lo sabremos. La pérdida fue inevitable, pero no irremplazable, y de las cenizas emergieron como el ave fénix algunos prodigios de cristal y acero diseñados por Hans Kollhoff, Helmut Jahn, Richard Rogers y otros grandes.

Lo mismo ocurrió con el Stadtschloss, a orillas del río. Grandioso palacio renacentista que cayó víctima de las bombas aliadas y –sobre todo- de los prejuicios socialistas. Su lugar lo ocupó un horrible cubo que ha pasado a mejor vida. Y en el futuro, ya se ha decidido, volverá una versión renovada del viejo palacio con fachadas inspiradas en las antiguas y estructuras adaptadas a las necesidades actuales. Algo bonito, como hizo Norman Foster sobre la cubierta del Bundestag –otro buen ejemplo-, y que permita superar las pérdidas del pasado sin olvidarlas.

Esa es la enseñanza más importante que he extraído de mis vacaciones berlinesas. No hace falta que me desmonten: lo haré yo solito, si es que procede. Dejo de estar a la expectativa, de limitarme a verlas venir: ya estoy elaborando los planos. Trataré de no lamentarme por los destrozos de las bombas: mejor, cojo palaústre y almizcle y empiezo a construir. O a reconstruir. Saldrá algo distinto, pero seguro que bueno.

El futuro sirve para dejar atrás el pasado, y lo perdido, perdido está. Puede que hayamos perdido la biblioteca, pero mientras nos queden estantes que reponer, no faltará la ilusión por adquirir nuevos ejemplares y colocarlos donde proceda. ¿Un trabajo arduo? Sí. Y tal vez imponga. Pero puede ser -y es- apasionante…

Es curioso: Berlín siempre me sonríe y enseña. Incluso este año, que he estado tan reflexivo.


And sometimes I get nervous
When I see an open door…
(‘Human’-The Killers)