Mol, life and so on

lunes, marzo 12, 2012

Someone like you: variaciones




Viejo amigo:

Hace algunas semanas me enteré de que vuelves a tener estabilidad afectiva. Que dejaste de ir de oca en oca, o de poner en tus perfiles que buscabas ciertas prácticas que a mí no dejaban de sorprenderme, pues llegué a pensar que realmente nunca te había conocido. Alguien me dijo que un chico nuevo, guapete, parecido a ti, ha llegado a tu vida; que se te ve bien, ilusionado, prudente pero feliz, y que ambos profesáis una misma afición: la fotografía. También me comentaron que paseáis juntos por la Alameda, cogidos de la mano, sin reparo alguno, sin ocultar que algo os une y que apostáis por que esos lazos, algún día, lleguen a ser realmente sólidos, y no sean algo, sino mucho, o incluso todo. Como debe ser...

Está claro que él te da lo que yo no supe o pude darte. Y eso que te lo di todo, pero... claro, hay cosas que no son racionales, que no se miden al peso, y lo comprendo. Al final, más que los mimos, los besos, los detalles o el “loquetúquieras” cuasi incondicional, lo que mantiene viva la llama es precisamente la chispa. Una chispa bidireccional, claro. Eso ni pesa ni se crea. Y en nuestro caso, pues... no la había. ¿Por qué? Tal vez no tenga que haber razones, sino sentimientos. En este parámetro es imposible hacer la media: si no, con lo que yo te llegué a querer, tu apatía se habría visto envuelta por un mundo de colores, de sonrisas y de vibraciones, que es lo que yo sentía cada vez que te miraba a los ojos. Aunque eso ya es historia...

Qué rápido ha pasado el tiempo. Un año hace ya, y sigo tocado. Dice Jaime que en el mejor de los casos, los ex salen del pudridero cuando ha transcurrido desde la ruptura el triple del tiempo que duró la relación. Si eso es cierto, este mes de marzo alcanzo el ecuador de mi añoranza. Porque no puedo negarlo: aun siendo consciente de que no quedan ni cenizas de “lo nuestro”, a ratos sigo pensando en ti. Cada vez menos, y de otra forma, pero lo que sentí fue demasiado fuerte como para olvidarlo de un plumazo, qué más quisiera. Fuerte y sólido, por mi parte, aunque no correspondido.

Creo firmemente que lo intentaste. Y quiero pensar que fue porque me veías atractivo y bueno contigo. De hecho, llegaste a decirme que me porté como nadie se había portado jamás. Lo cierto es que hice todo lo que pude para que estuvieras a gusto junto a mí, pero... está claro que el amor es otra cosa.

Llegado ese punto, me habría conformado con una derrota sana. Una sonrisa, un hasta siempre... una amistad. Ni eso fue posible. Y tal vez a ti ese desenlace te facilitara la disyuntiva, por aquello de que alejarse de un cabrón es incluso prescriptible, mientras que hacerlo de una buena persona genera desasosiego y nos lleva a preguntarnos si hemos hecho lo correcto. Sin embargo, tus maneras a mí me mataron... y en cierto modo prolongaron mi agonía. Recuerdo que en verano, un amigo me dijo: “Han pasado cuatro meses, ¿cuánto necesitarás para olvidar?” Mi respuesta fue tan tajante como sincera: “No tengo ni idea, pero me temo que mucho”. Los caminos del corazón son tan misteriosos...

No lo niego. El último mes fue un martirio, la ruptura traumática, y las primeras semanas transcurridas desde ese día una auténtica tortura. No faltaron aderezos: bravuconadas vía e-mail, amistades tuyas que me volvieron la cara, alguna llamada nocturna, habladurías a mis espaldas... Por fortuna llegó la calma, y con ella gente nueva, amistades nuevas que se sumaban a las de siempre. Una nueva dimensión, más experiencia... más autoestima, incluso. Personas que me animaban, me valoraban, me recordaban que era bueno y válido, que yo no pude hacer más para evitar lo inevitable, y que en el universo del amor, donde me faltaban tablas, había variables que una de las partes nunca controla. Así fue.

Ahora ya no importa. Al principio, soñaba con encontrar alguien como tú, e incluso hubo un momento en que pensé que lo había hallado. Falsa alarma (que lo follen, como diría Nacho). Creo, sin embargo, que necesito otra cosa: algo más sosegado, que me haga vibrar o me obnubile lo justo, pero que le aporte a mi vida dosis de estabilidad, cariño transformable en amor, incluso algo de iniciativa. Un peso compartido al cincuenta por ciento, donde yo sienta que importo y que aporto. Un buen compañero con conexión, con eso que llamamos feeling, y no necesariamente alguien que me entrecorte la respiración cada vez que salga del baño desnudo, o que me provoque tartamudez cuando me clave los ojos. Alguien que se preocupe por mantenerme a su lado, y que piense que perderme sería más negativo que oportuno. Una novedad en mi vida, o al menos así lo vivo. Por ahí me estoy moviendo ahora, y va bien la cosa.

No guardo rencores, pero no merezco que alguien a quien he querido más que a mi propia vida ni me mire a la cara, y desconozco el porqué de esa reacción tan injusta. Me habría gustado conocerlo a él, darle un abrazo y pedirle que te cuide y que te mime, aunque seguro que ya lo hace. También presentarte a quien ahora ocupa tu sitio, alguien importante que sabe lo mucho que te quise y lo mucho que me marcaste. Creo que las relaciones no se destruyen, sino que se transforman, y así ha ocurrido con quienes han formado parte de mi vida en un sentido u otro. Tú eres la única muesca, y no sabes lo que me duele. Pero me temo que hay menos remedio que esperanza, o viceversa.

Quisiera pedirte que no me olvides, aunque suena demasiado altanero y pretencioso, y no creo que esté en condiciones de aspirar a tanto. Me conformo con que algún día, cuando mi cara se te venga a la memoria, brote en tu gesto una sonrisa. Al menos eso, ya que intuyo que enderezar esto y darle forma de amistad y buenrrollismo es inviable. Una pena...

Te deseo lo mejor. Porque todos nos lo merecemos. Y especialmente porque un año después, aunque ni lo sepas ni te lo creas, para mí sigues siendo importante...

“I wish nothing but the best for you”