Mol, life and so on

miércoles, septiembre 30, 2009

Reformas



Ahí andamos: con las manos impregnadas de pintura blanca, o negras por mor del contacto con el polvo acumulado en muebles, libros y objetos indeterminados. Blancas, negras, negras, blancas. Esquizofrenia necesaria, tal vez como tantas otras, para que de la tempestad que ahora mismo hay en casa vuelva a surgir la calma. La espacial o física... y sobre todo, la anímica.

Hacía tiempo que mis libros clamaban por un estante. Muchos de ellos vivían apilados de cualquier manera a las plantas de un viejo mueble que no podía albergarlos. Me miraban, tal vez ateridos de frío o asfixiados de calor, y yo, como un mal padre, me limitaba a disimular cruelmente: a veces, observando telarañas indómitas que hasta entonces creía no haber visto. Mi casa venía siendo una mala pensión con derecho a alojamiento, cena y desayuno, poco más. Nunca un hogar, más bien una rémora vital. Algún día eso tendría que cambiar, era consciente. Pero hace falta, como diría mi madre, sacar fuerzas de flaqueza para invertir dinero y esfuerzos en algo que no te dice nada.

Creo que a finales de agosto hubo un punto de inflexión. Desde entonces, algo se mueve en la crisálida. Ya tengo Internet y teléfono fijo. He pintado la fachada y una habitación, en la que además Chema y yo colocamos durante el finde un sinfín de estanterías, con casi dos metros y medio de altura, para que mis libros no vuelvan a quejarse. Compré pintura para otra habitación, y también una torre para almacenar CD's que hasta ahora practicaban funambulismo sobre el pequeño equipo de música. Ahora toca ordenar los libros -todavía no sé cómo-, colgar un par de cuadros y cortinas, adquirir un buen armario o una cómoda grande, seguir pintando y comprar un buen sofá, grande, mullidito y cómodo. Más adelante, antes de final de año, también llegarán los muebles de mi dormitorio, que antes verá su geometría casi rectangular teñida de verde. Y la tele por cable también está 'al caer' ;-)

Se trata, en definitiva, de que esas cuatro paredes capaces de absorber una buena parte de mi sueldo se conviertan en mis aliadas, no en mis rivales. De sentir un poco de calor de hogar, no el mero cobijo que dan las grutas. De lograr que la belleza se imponga sobre el sopor y la apatía. Pero, sobre todo, se trata de pensar un poquito más en mí y en mis circunstancias. Creo que de los cuatro motivos expuestos en mi breve lista, éste ha sido el verdaderamente decisivo. Aunque no me lo crea todavía. Aunque ni siquiera yo mismo sea consciente de ello...

...Ahora sólo me falta activar el cazafantasmas y extirpar las sensaciones y los pensamientos que tratan de estropearme el carpe diem. No podrán, no hay nada que hacer contra un cabezota de pedigrí :-D

Os mantendré informados, e incluso a los más cercanos os invitaré a contemplar el resultado con vuestros propios ojitos. I promise!

martes, septiembre 15, 2009

De cánones y canónicos



Reconozco que no me hacen gracia los cánones. Sí, esa especie de evidencia que, no se sabe bien por qué, actúa como una verdad absoluta. Hay un canon bíblico, y todo lo que no sea canónico, está alejado de la revelación divina. También hay un canon literario occidental, donde se incluyen algunos autores considerados imprescindibles para comprender el ir y venir de las literaturas en el viejo continente. ¿Imprescindibles por quién, y bajo qué prisma? Porque yo siempre termino pensando que faltan éste, y éste, y aquél.

Existen cánones para casi todo. Recuerdo aquellas clases inolvidables de Historia del Arte en COU. Pilar, la profesora, nos habló en cierta ocasión del canon de Polícleto, según el cual el tamaño de la cabeza de una escultura tenía que la séptima parte del total del cuerpo, el pie dos veces la longitud de la palma de la mano, y no sé cuántas cosas más. La matemática al servicio de las bellas artes para alcanzar la belleza. Pero a mí, si tuviera una maquinita del tiempo, me gustaría viajar hasta la Grecia clásica y preguntarle a este buen señor qué pretendía con su receta canónica: ¿transmitir? ¿o sólo reflejar al perfección física? ¿Y ésta sería tal… a ojos de quién? Creo que al final, con un poco de suerte, lograría sacarle una evidencia: que todo lo que admite puntos de vista –y la belleza y las catalogaciones lo son- resulta tremendamente relativo.

Estoy cansado de toparme con esos libros que proliferan cada vez más: las mil mejores poesías, los cien cuadros imprescindibles, los cien paisajes que uno debe contemplar antes de morir, las mil palabras más bellas de… ¿Quién dictamina? ¿Para qué sirve todo esto? Parece que con ese batiburrillo alcanzas una visión global del asunto que toque… y no. Creo que no.

Tal vez, todo el que haya llegado leyendo hasta aquí coincidiría conmigo en que es absurdo asegurar que los cien cuadros más importantes del arte europeo son los que recoge ese libro, y no otros. ¿Sí? Perfecto. Pues luego, hay gente que lleva el aprecio por el canon hasta límites grotescos.

Me explico: hace poco, analizando un artículo redactado por un profesor de la Universidad de Barcelona, leía que en el contexto europeo sólo seis autores de la historia literaria contemporánea de Galicia tiene categoría para entrar en un canon continental. Con dos cojones y un palito, sí señor. Serían Rosalía de Castro, Manuel Antonio, Álvaro Cunqueiro, Rafael Dieste, Eduardo Blanco Amor y Xosé Luís Méndez Ferrín. ¿Y Castelao? ¿Y Curros Enríquez? ¿Y la Generación Nós? ¿Y Carlos Casares? Parece que no son dignos.

Lo que este autor no explica es cuáles son sus criterios para incluir o alejar del canon europeo, ni tampoco qué autores de la literatura castellana serían acreedores de tal honor, para así profundizar en el debate. Creo que elaborar un canon continental abstrayéndose de las realidades de cada territorio es sencillamente inviable. Comparar una obra que surge en los suburbios de Tirana con otra que se publicó treinta años después en las afueras de Oxford puede ser un sinsentido aplicando estrictos criterios estilísticos, haciendo que prime la estética sobre otros aspectos fundamentales para el correcto acercamiento a cualquier libro, y en general a la mismísima historia de la literatura.

El mérito de mucha gente consiste en hacer precisamente eso, literatura, en contextos geográficos e históricos muy concretos, y ahí es donde reside parte de su gran valor. El soneto ‘Respice Finem’, de Vázquez de Neira, tiene un valor que va mucho más allá del empleo de metáforas e hipérbatos: es el primer poema que vio la luz en Galicia tras casi cuatro siglos de silencio, y una de las escasísimas muestras del barroco en esta lengua. ¿Vamos a comparar entonces su ‘valor’ con los de Góngora? ¿Para qué? ¿Y se puede entender la literatura en España, e incluso en Europa, ignorando estos versos? Creo sinceramente que no, pese a que ni el soneto ni su autor son canónicos a juicio de reputados especialistas.

Insisto, como conclusión. Siempre he pensado que un libro admite múltiples lecturas. No sólo hay que evaluar su calidad literaria intrínseca –ya de por sí este punto es muy discutible-, sino otra serie de factores. Cada uno, por tanto, podría tener su propio canon. O mejor aún, podríamos ir asumiendo que la literatura es un ámbito tan vivo y tan dinámico que cualquier canon, por ecuánime que trate de ser, resultaría incompleto. Y, sobre todo, injusto.