Mol, life and so on

lunes, octubre 23, 2006

33 cumpleaños y una enseñanza


Mañana, una nueva castaña volverá a caer, como cada 24 de octubre, en mi carné de identidad. Ya van 33. Cuando suene el despertador, Carlitos Sublime se levantará pensando que los cumpleaños pasan volando, que cada vez llega antes el aniversario de mi nacimiento, y que, por fortuna, sigo recibiendo las mismas llamadas, correos electrónicos y mensajes al móvil desde hace una eternidad.

A mí, los cumpleaños me dan que pensar. Antes, cuando era un adolescente, constituían una buen excusa para recibir regalos, dinero, felicitaciones... para sentirse protagonista por un día y, sobre todo, adquirir una buena cantidad de bienes materiales. Ahora, que empiezo a ser mayor, llevo unos años pensando que todo eso está muy bien, que se agradecen enormemente los regalitos (en ocasiones, además, muy prácticos), pero que existen cosas más importantes que todo eso.

¿Sabéis? Dicen que trae mala suerte celebrar los cumpleaños con antelación. Yo, sin embargo, he decidido echarle un pulso al asunto y convoqué a mis amigos para comer todos juntos el pasado sábado. La cita, en mi nueva casa, donde organicé este sarao por primera vez. Estaban casi todos: el núcleo duro e incondicional de mis amigos de toda la vida (no sé qué haría sin vosotros), mi madre, Chema, sus hermanos y parejas, Marga, Maite, Alfonso, Adrián, José David, Isidoro... Fue una gran alegría. Este año, especialmente, necesitaba sentir el calor de mi gente, de aquéllos que me quieren y a los que quiero.

Estaba feliz. Empecé el día con estrés, porque me agobio mucho con los preparativos para tanta gente, pero al final todo salió bien gracias a la ayuda de mi madre, de mi novio y de los amigos que iban llegando. Hubo un sinfín de besos, de abrazos, de confidencias, de... Llegó el momento que más temía: pedir el deseo frente a las velas sin empezar a llorar. Porque este año, el segundo mejor regalo que podía recibir llegó unos días antes en forma de contrato para el hombre que más quiero. No esperaba nada mejor. Por eso, cuando formulé interiormente mi deseo (ya tenía el segundo... ahora iba a por el primero), los ojos se me llenaron de lágrimas. Soplé y el estallido me hizo llorar como un niño. Todos mis amigos pensaban que el llanto procedía de la emoción por los cánticos al uso. Yo, que conozco mi interior, sabía que eso influía, pero que la procesión iba por dentro.

Y anoche, apenas 24 horas después, volví a sentir una emoción fuerte. Tenía que trabajar, y no hice nada. Pero a cambio, di abrazos, recibí besos, hubo caricias, miradas... y una sorpresa. Mientras estaba en una habitación, consultando internet, Chema me llamó y... ¡tachán! El salón estaba a oscuras, lleno de velitas que iluminaban la estancia con una luz tenue, íntima, tímida, oscilante. Tal vez como mi propio estado de ánimo en estos momentos. "¡Feliz cumpleaños!", me dijo. Y nos abrazamos. Qué gran regalo. Qué gran fin de semana, de encuentro contínuo y constante con el amor en todas sus facetas.

Cada vez estoy más convencido de que la felicidad, la auténtica felicidad, radica en las vivencias con tu pareja, con tus amigos, con la gente a la que amas. En ser, mucho más que en tener, sin que esto carezca de importancia. Creo que, conforme uno va creciendo, valora mucho más aquella afirmación del Principito: "Lo esencial es invisible a los ojos". Qué verdad más grande. Y lo esencial, como la vida misma, es una sucesión de vivencias dispersas que nos hacen sentir y sonreír; y que luego se concatenan en nuestra mente para constituir eso que la gente llama felicidad. Pues ¡camarero!, para mí, de eso, tres platos...

lunes, octubre 16, 2006

Cantagallo' 06


Otro año más, y van tres, se ha cumplido la tradición. Con los primeros fríos del otoño, un grupo de amigos empieza a trepar por la Ruta de la Plata hasta llegar a Cantagallo, en Salamanca. Para quien desconozca el dato, se trata de un minúsculo pueblo con poco más de 250 habitantes que, sin embargo, posee uno de los entornos naturales más completos que conozco. Allí, una manta de hoja caduca tiñe el monte de tonos ocres, amarillos y rojizos, salpimentado de castañas y flores. Sencillamente, delicioso.

Llegar a Cantagallo es descansar. Es aparcar los problemas de cada día. Es permitir que una brisa fría y un entorno colorista empapen tu mente y tu retina para que, al instante, la sonrisa se dibuje en el rostro. Pero, sobre todo, Cantagallo es amistad, es amor, es conexión. Es un abrazo matutino a Marga, que es una de las chicas más lindas que conozco (ay, si yo no fuera gay, y Chema y Alfonso no existieran... ;-)). Es un beso a mi novio a la luz de la hoguera. Es un potaje de alubias con castañas y calabaza preparado con todo el cariño que merecen los comensales; es un paseo por el monte, un paisaje, unas vistas, una bronca inesperada, la bondad del primo Rober, la llegada de Marta y de Noelia, una charlita nocturna a la luz de las velas. Es, en definitiva, un resumen de la vida misma, concentrada en cuatro días y tres noches, como una buena oferta de agencia de viajes.

Hoy tengo morriña. Pero es curioso: no tanto del espacio, sino de lo vivido, especialmente. Echo de menos el contacto pleno con el género humano que resulta afín. Añoro esas dos o tres conversaciones donde, sobre todo, nos vaciamos y rompimos esquemas. La melancolía me hace revivir los abrazos y los besos que todos nos dimos, el humor del Luiflidance y, sobre todo, la profunda conciencia de estar VIVO, en el sentido más pleno de la palabra.

Cuánto necesito a la gente que me quiere. Y si encima el paisaje y las vivencias acompañan, pues va a ser que volveremos. ¿No os parece? Ya estoy pensando en Cantagallo' 07 ;-)

martes, octubre 10, 2006

Finde para... ¿olvidar?


Con la buena pinta que tenía cuando, a las 15:00 horas, me disponía a salir de la oficina para comer con Chema y una amiga. Con lo bien que sonaba eso de engullir pizza, tomar cafelito y salir pitando para Caños de Meca. Con la ilusión que me hacía trepar por las piedras para volver al paraíso, transcurrido un mes desde la última vez. Con lo que me apetecía salir por la noche ese viernes por tierras costeras, ganándole el pulso a un octubre que viene siendo benévolo en lo meteorológico...

...pues al final, na de na. Un hijo de puta nos ha reventao el coche para birlarnos dos maletas, una mochila y una radio CD. Un cabrón al que poco importa la ilusión que Chema y yo teníamos por pasar esos tres días juntos frente a la brisa marina. Un ser despreciable que, si bien no ha conseguido robarme nada especialmente valioso, sí que se ha llevado un par de cositas muy ancladas en mi corazón: la cazadora vaquera que me regalaron mis amigos hace un par de cumpleaños (reluciente estaba, por cierto), y un libro, regalo del hombre más importante que hay en mi vida, con la dedicatoria más bella que recuerdo:

"Dedico este libro, de un autor que te fascina, a una personita no menos fascinante que (...) Con todo el cariño que soy capaz de ofrecer, lejos del que te mereces. Ch."

Supongo que habrá terminado en un contenedor, porque para el perro ése carecerá de valor. Será sólo un libro, que representa la formación, la cultura, el esfuerzo y el placer de saber. Sin embargo, para mí era, por todo eso y algo más, un pequeño tesoro...

Fuimos a poner la denuncia, salimos para despejarnos y, al final, volvimos a casa a las 04:00. Cinco horas más tarde sonó el despertador. Imposible. Prórroga. A las 10:00, en planta. Desayunamos y nos fuimos a la playa, para que el contratiempo del día anterior no se 'cargara' del todo nuestros planes iniciales. Llegamos a la hora de la comida, y disfrutamos del sol, de la arena y del paisaje hasta que el frío nos echó a eso de las 19:00 horas. Café y para casa, que nos esperaba una ducha y una juerga nocturna.

Al día siguiente, los excesos pasaron factura. Chema estuvo buena parte del día enfermo, y no pudo bajar a la playa. Yo me acerqué un momento, pero volví pronto porque el viento de levante imposibilitaba tumbarse relajadamente sin mascar arena. Me marché a casa. Le di una 'vuelta' a Chema, que dormía. Todo en orden. Empecé a ver la tele, y me dormí. A las 15:00 horas fui a despertarlo con un medicamento y una infusión. Bajé a comer, y cuando subí recogí un poco la casa con idea de volver pronto a Sevilla. Pero el sueño me venció, así que me tumbé en la cama con Chema y, ¡oh, sorpresa!, luego era incapaz de levantarme: dolor de cabeza, náuseas... un numerito. "Vaya finde", pensé.

Sin embargo, hubo cosas maravillosas, pese a todo. Yo, que no suelo beber, decidí hacer una excepción el sábado noche y me zampé unos cuantos lingotazos de ginebra y vodka. Recuerdo que acabé riéndome a carcajadas porque el día anterior nos habían robado... uff... qué puntazo más curioso es eso de estar piripi, como dice mi madre. Recuerdo una conversación preciosa, muy sincera, a tres bandas. También un intercambio de miradas entre mi pareja y yo donde el amor y el deseo se fundían a nuestro antojo.

...y, por cuestiones muy diferentes, Chema y yo recordaremos mucho tiempo a cierto policía que vimos en la comisaría cuando fuimos a poner la denuncia. Es posible que todavía quede baba nuestra en el despacho, porque era sin duda el bicho más espectacular que he visto en años. Un placer para la vista, e imagino que también para el resto de los sentidos. Pero de eso, no podemos dar más información :-( Al menos, sí que nos arrancó la primera sonrisa después de un viernes desastroso. Y hay quien piensa que, sólo por eso, mereció la pena el robo. Puede que no le falte razón...