Mol, life and so on

jueves, septiembre 15, 2005

El paraíso está allí

Ya tengo las lágrimas fuera. No sé qué pasa, pero cuando estoy sólo me resulta imposible pensar -o escribir- sobre Estambul sin que me empiecen a brillar los ojos. También desconozco qué me ha hecho esta ciudad, aunque no hay duda: se ha ganado mi corazoncito.

La primera vez que estuve allí fui totalmente embriagado por el libro El esplendor de la gloria, de Fermín Bocos. Tuve que leerlo para hacer una crítica en el periódico, y lo que al principio pintaba como novela histórica al uso, terminó siendo una revelación. Tanto, que sin beberlo ni comerlo me planté, con 26 años, en una ciudad de la que apenas tenía referencias.

No me importó: yo iba al encuentro de la familia imperial Commeno, del patriarca ecuménico, de Mehmet II y sus fortalezas a orillas del Bósforo. De ese lugar del mundo donde la luna brilla de un modo especial. Yo iba, en definitiva, a una ciudad de cuento.

Y eso fue, precisamente, lo que encontré. Ante todo, un lugar muy distinto de los que yo había recorrido hasta entonces: esa estética urbana de pequeño gran desastre, ese tráfico bestial, esas avalanchas de gente por las calles, el colorido, carrillos de venta ambulante con las cosas más inusitadas...

Después, ya en el centro histórico, caí deslumbrado ante la imagen de Santa Sofía, a un lado del foro, y la Mezquita Azul, a otro. De fondo, el Bósforo. Siempre el Bósforo, salpicado de pescadores pacientes que hacen lo que pueden por ver pasar las horas... y los barcos. Sin embargo, la imagen más embriagadora, la más subyugante, ésa que te ancla Estambul en el corazón a perpetuidad, se produjo el primer día de mi estancia, ya de noche, en las puertas de una Mezquita Azul iluminada que parecía una aparición sorprendente.

Tras visitar su interior, y haber admirado el colorido de sus paneles cerámicos y esos centenares de alfombras, la llamada a la oración nos pilló por sorpresa a las puertas del edificio. De repente, sobre la multitud que acudía a rezar, una bandada de palomas fosforescentes -era la impresión que causaban al recibir la iluminación de los focos- levantó el vuelo, alarmada por los cánticos del almuédano. Fue algo único.

La antigua Constantinopla me cautivó por su carácter monumental, por la belleza intrínseca del entorno del Bósforo y de Haliç, por el color, por la insuperable -y casi diría inigualable- belleza de las decenas de mezquitas que salpimentan sus calles. Pero creo que el sello definitivo lo puso la idiosincrasia de esta megaurbe, donde tienes la sensación de que las personas son así, primarias, básicas, sin dobles fondos: te joden en ocasiones, te gustan en otras, pero son de ese modo. Es fácil sentirse bien cuando ves venir a la gente.

Este verano he vuelto: "¿Y para qué vas a ir otra vez allí, con la de sitios que hay que ver?", preguntaba mi madre. "¿Y para qué quiero conocer otros sitios, si ya sé que existe Estambul?", decía yo bromeando. Tenía ganas de otear de nuevo ese gran pastel urbano que corona la Torre Gálata. Anhelaba recorrer las calles, asomarme a las tiendas, recibir una nueva dosis de arte y espíritu visitando algunos de los lugares más hermosos que puede sentir el alma humana. Y quería, sobre todo, enseñarle la ciudad a alguien muy especial.

Al final no tuvimos mucho tiempo para nosotros, pero sí el suficiente: la última noche tomamos una cerveza, paseamos y, de fondo, se escuchó la banda sonora de 'Un toque de canela'. Estambul no defrauda. La ciudad volvío así a guiñarme un ojo. A pedirme que volviera pronto, pues cinco años de ausencia son demasiados cuando existe esa pasión.

Volveré. Lo sé. Lo descubrí cuando el último día, yendo hacia el aeropuerto, vi a través del cristal la silueta de Santa Sofía, Topkapi y la mezquita de Suleyman mientras cruzaba el Cuerno de Oro. Las lágrimas volvieron a brotar, igual que ahora mismo. Y yo, contento y triste a la vez, pensé que el despertador podría sonar de un momento a otro. Creí que soñaba, que volvía a la realidad. Que el locus amoenus era para Garcilaso y compañía.

Pero existe. El paraíso existe. Se llama Estambul, y yo lo he visto...

8 Comentarios:

  • ¡qué bonito! No he leído "el esplendor de la gloria", pero leyéndote a ti, dan ganas de ir a Estambul una vez y de volver. Gracias por tu viaje. Besos

    Por Anonymous Anónimo, a las 4:49 p. m.  

  • Bonito post, pero esperaré al siguiente para dejar una opinión...

    Olamaz, daha çok erken... Kalbim agriyor.

    Por Blogger Darko, a las 6:35 p. m.  

  • No entiendo lo que quieres decir, amigo Kurdo. Ni la frase en turco, ni tampoco eso de que esperarás al siguiente para dejar una opinión... Reconozco que me pica la curiosidad.
    Saludillos

    Por Blogger Carlitos Sublime, a las 6:42 p. m.  

  • "No puede ser, es demasiado pronto... Me duele el corazón."

    Por Blogger Darko, a las 7:36 p. m.  

  • Como parecías interesado en las fotos de Escandinavia, te las he colgado aquí: http://spaces.msn.com/members/mcmfotoblog/

    Espero que las disfrutes, aunque dudo que igualen a Estambul.

    Un beso.

    Por Blogger Xan, a las 10:16 p. m.  

  • Mmmm tío. Tengo que ir allí. Me has dejado con las ganas. Quiza en coche haciendo miles de kilómetros, como los beatnicks.

    Por Blogger Unknown, a las 5:15 p. m.  

  • Bueno debe ser cosa del destino. Me parece maravilloso viajar con la mente. Estambul es el sueño de un amigo belga, un sol de chico que está igual de enamorado de esa ciudad que tú. Le dejaré leer tu post.

    Un beso y un abraz sevillanos.

    Por Blogger cafoscarina, a las 11:29 a. m.  

  • Realmente es una ciudad fascinante, en la que el peso de la historia se palpa por las calles, y se siente la vacuidad de algunas grandes empresas y la grandeza de la humanidad.

    Eso sí, yo fui en Febrero y carajo, ese frio era digno del infierno. :-) Ver nevar sobre el bósforo desde la torre Gálata, Santa Sofia enharinada, y el atardecer más hermoso viendo el sol prendiendo fuego en occidente. Impresionante.
    Un abrazo y gracias por la recomendación

    Por Blogger Prometeo, a las 5:11 p. m.  

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