Mol, life and so on

viernes, julio 24, 2009

Ummmm...


Ya se escucha a lo lejos esa cafetera de sonidos germánicos: brrrrrr... Parece que huelo la humedad atmosférica, y me siento como si ya hubiera desayunado junto a la ventana uno de esos panes con semillas de amapola, como si me hubiera asomado y visto las plantas de la casera y ese curioso molinillo multicolor que conforme pasan los años sigue siendo igual de multi, pero menos color.

Palpo la cercanía casi fraternal, y siempre encantadora y amigable, de Julia. También de la lluvia, de los paisajes frondosos, de todos esos museos, del arte, de un poco de más arte, de la necesaria lejanía temporal de mi entorno, del silencio que brota de un móvil apagado, de la diversión con Chema, de un poquito de desmadre, de muchísima cerveza...

Todo eso es Berlín. Mi Berlín. Nuestro Berlín.

Ya casi lo puedo otear en el horizonte. Sólo faltan cinco días... :-D

(NOTA: Esta imagen es la que tengo como fondo de pantalla en el ordenador de la empresa durante todo el año. Cuando necesito escaparme, la contemplo y me sumerjo en ella)

miércoles, julio 22, 2009

Disidencias



No es raro, supongo, que a lo largo de este mes de julio haya salido en diversas conversaciones el tema de la cabalgata / manifestación que a finales de junio tuvo lugar en Sevilla. Me refiero al macroevento generalmente calificado como ‘orgullo gay’. Vaya por delante que yo no soy partidario, y desde luego no me siento representado por un conjunto de individuos sin camiseta, depilados, cachas, rociados de purpurina, maquillados y con plumas (literales) de colores. Pero hago como que eso no va conmigo, y aquí paz y después gloria.

Sin embargo, y formas de ser aparte, no he podido evitar la sensación, en plan gota malaya, de sentirme juzgado. Señalado. No siempre –por ejemplo no ocurrió en mi conversación con Manu-, pero sí creo que poco a poco me han ido colgando el sambenito de disidente. Hasta que el summum, el clímax, la vuelta máxima de tuerca llegó anoche, en el gimnasio. Durante este mes voy a uno del centro de Sevilla que, entre otras cosas, es compatible con comer a diario en casa de mimamá y con pasear por el centro de la que sigue siendo mi ciudad, aunque a veces lo olvide. Allí me encuentro habitualmente con José A., un viejo conocido del grupito con el que solía salir por el ‘ambiente’ en mis años mozos.

Él es un tío raro, lleno de problemas personales y psicológicos, contrario al conservacionismo ecológico y casi también a los derechos humanos… un tío que piensa, por ejemplo, que cuando “los de fuera” o los de barrios periféricos venimos al centro de Sevilla, se nos debería impedir aparcar, aunque sea en plazas reglamentarias, porque él "no viene a nuestro pueblo o a nuestros barrios a molestar”. En fin, un individuo al que servidor tiene cariño porque nos unen buenos recuerdos y algún que otro amiguete. Punto pelota.

Por eso, porque sé que está mal, evito meterme en fregaos cuando hablamos. Le digo que sí, que sí… y p’alante. A continuación, siempre pienso que igual se cree que soy tonto y maleable… Sin embargo, ayer me obcequé. Salió el tema de ‘la mani’ pro-gay y yo expresé mi desacuerdo con semejante iniciativa. Su respuesta fue tajante: “Claro. Eso es porque tú estás armarizado y te da asco que te vean junto a un plumífero. De eso nadie tiene la culpa”. Silencio tenso. “¿Por dónde empiezo?”, pensé, teniendo siempre presente que no es del todo cuerdo. De un modo más o menos constructivo, le expliqué mi hasta ahora única experiencia en estos macroeventos: el Europride 2007 de Madrid.

Un gran botellón, un gran negocio con multitud de camiones-carrozas patrocinadas por restaurantes muy chic de Chueca, empresas de cosmética, productoras de pelis porno, bares del ambiente para todos los gustos, publicaciones del sector… y aderezándolas, lo de siempre y los de siempre: Boris Izaguirre, Jorge Javier Vázquez, la Veneno con las tetas al aire, la omnipresente Alaska y otra mucha gente famosa llevada por el afán de protagonismo y/o la buena voluntad. Al frente de toda la comitiva, una gran bandera de la República portada por un tío desnudo y coloreado. En todo este contexto, la gran pancarta que llevaban Zerolo, Carla Antonelli y gentes de otros partidos pasaba casi desapercibida. Al menos, ésa fue mi percepción.

Por eso, yo traté de explicarle didácticamente a José A. que estar en contra de ese formato no implica ser un frígido reprimido e infeliz, que no todos los que parecemos heteros nos esforzamos por que no aflore la pluma ni vivimos entre perchas y cajones –yo, para según quién, estoy armarizado para cuestiones de tendencia sexual, política, religiosa y hasta futbolera, que para eso mi vida es mía y la administro como quiero-, y también le dije que a mí no me daba asco de que me vieran con ‘plumíferos’, pues entre mis amigos y conocidos hay de todo. ¿O es que todos los que van al Orgullo gritan “¡que me parto el coño!”, como dice el chiste, cuando se caen de culo al suelo? En fin…

La conversación sólo sirvió para que él tratara de hacerme sentir mal por traicionar a los héroes de Stonewall, y para que yo me mantuviera firme en mi convencimiento de que el enfoque es erróneo y de que yo no tengo nada que ver con Shangay Lilí ni con maromos depilaos que se ponen alitas de algodón. Vale como espectáculo social, callejero, pero poco más. Dudo de su utilidad sociopedagógica, y desde luego comparto las críticas de los traidores de Colega, a quienes por lo visto demasiado favor se les hace dejándoles vivir.

Al final, como guinda, mi interlocutor sentenció que no se debe consentir que “la gente (osea yo) hable y critique”. Y claro, hasta ahí podíamos llegar. “José A., tengo todo el derecho del mundo a decir que me parece improcedente, inoportuno, que no me gusta, que no me representa o que me parece ordinario, y mil cosas más”, le dije. Él, además, me acusó de dividir y de irme, poco más o menos, del lado de los heteros… como si fueran un ente maléfico que pulula por ahí pensando en cómo jodernos y mofarse de nuestros sentimientos.

Todo esto me recuerda que, en ocasiones, los oprimidos se convierten en opresores, en dictadores de verdades únicas que terminan siendo más papistas que el Papa (incluso administrando infalibilidades). Orwell siempre tiene razón. Yo seguiré buscando mi espacio, pese a quien pese y cueste lo que cueste. La disidencia, como reza esta imagen, es vital para la democracia: y quien no lo vea así, tal vez tenga un problema de miopía. De miopía democrática, que a mí me da que debe de ser la peor de las miopías. Espero no terminar como Trotsky…

martes, julio 07, 2009

Una de esas veces


Anoche volvió a repetirse después de varios años. No lo entiendo. Llevaba todo el día sin ganas de comer... pero bien, dentro de lo que cabe. Estuve bien en el gym, bien por el centro de Sevilla, bien en casa. Me acosté. Y de repente, empezó a brotar un sudor que se volvía gélido por el efecto del aire acondicionado. Sentí que la humedad recubría los gemelos, los pies, las nalgas, la espalda... 01:30h. Me temblaba el cuerpo, la boca, sentía escalofríos... un miedo irrefrenable, una pérdida casi infantil del control: del autocontrol.

¿Pero por qué? ¿Qué me pasa? Muy sencillo: ayer, por primera vez en mucho tiempo, experimenté esa sensación de que el suelo desaparece bajo mis pies. 02:15h. Eso, a mí, me pasa muy pocas veces... y no me gusta nada. No juego bien en esa superficie... me aterra hasta empuñar la raqueta. Fui al baño, traté de tranquilizarme. Recordé aquellos días en Cataluña previos a mi última estancia en Estambul... Palpé la soledad. Sentí que las valerianas servirían de poco, no era cuestión pirulera. Miré hacia el verano, analicé mis planes para hoy, los resultados y el compromiso que implican diversas facetas de mi vida... levanté la mirada hacia el futuro más inmediato... 03:00h... Temí. Temí temer. Temí seguir perdiendo el control. Volvió el miedo, inspiré con fuerzas... Un poco mejor, parece. Dormí, apenas veinte minutos.

03:30h. Me desperté sobresaltado. Llegaba la avalancha. Trabajo, madre, pareja, casa, estanterías, master... master, estanterías, casa, pareja, madre, trabajo... perros que ladran a deshora... y yo, yo, yo, siempre yo. Yo. Yo y mi intensa manera de analizar el mundo. Mi mundo. 04:00h. ¿Qué quiero? ¿Qué me apetecería estar haciendo ahora mismo? Nada. ¿Nada? Ummm... bueno, tal vez... desaparecer. O como decían en la peli del viernes: aparecer. 04:40. ¿Aparecer? Aparecieron, en mi cabeza, fantasmas y sensaciones que creí desterradas desde hace por lo menos veinte años. O quizá veinticinco. Ese miedo a que me preguntaran en clase sin saber la lección, ese pánico a que me pillaran sin los deberes hechos... pero, ¿por qué ayer? ¿No será porque en el fondo pienso demasiado en no defraudar a los demás, como no quería defraudar a Don Alonso, el profe de matemáticas? ¿Y los demás, acaso se preocupan por no defraudarme a mí? ¿Quiénes, y en qué orden? Al final concluí que, en efecto, defraudo... y me defraudan. Vamos, que somos humanos, y que parece que a veces eso me chirría. Será porque tengo madera de ángel :-D Encendí la luz. Tampoco tenía ganas de leer. La apagué.

05:30h. Tú verás, pero en un rato suena el despertador. Y tú aquí, ansioso y sudoroso. Volví a ir al baño. Entraba luz por el balcón, me molestaba para dormir. Pero no quería bajar la persiana: en el fondo, sentir esas briznas de luz me reconciliaba con el mundo. Lola, ¿dónde estás cuando te necesito? A lo peor tengo que llamarte, aunque sea para charlar un rato. Al fin y al cabo, puede que sólo necesite hablar. Ojalá. A lo peor estás de vacaciones. Tuve la tentación de comprobar si el Lexatin estaba caducado... pero me negué. Al menos, anoche. Mejor, esas cápsulas de omega3 que me regaló Chema. O un poco de luz. O un paseo por el río. O llenarle las ruedas a la bici. O un café con algún amigo, aunque esto sea cada vez más difícil, por ellos y por mí...

Chema, los amigos... Mejor. Dormí. Soñé algo extraño. Había una escalera para subir a una especie de azotea inestable y sucia, como un palomar. Allí estaban Ito, Adrián... Había más gente, pero no recuerdo quiénes eran. Puede que en el fondo no hubiera sido para tanto. En apenas unos minutos, creo, sonó el despertador. Me resistí, ahora que todo estaba encarrilado... Pero no. Puse los pies en el suelo como un zombi, y me fui directo a por cafeína. Mi dosis, hoy más necesaria que nunca. Salí a la calle, y la brisa mañanera me avergonzó. "Si existe esta sensación tan agradable, tan natural, ¿quién puede ser tan capullo para pasar una noche terrorífica?". Subí al coche, más atento que nunca a no salirme del carril. Llegué al trabajo, más o menos bien, más o menos tranquilo. De repente, el corazón me dio una punzada, empezó a dolerme el pecho y volvieron los miedos irreprimibles. Hace apenas una hora.

No sé qué necesito. Tampoco lo que quiero. Ni siquiera tengo claro lo que no quiero. Simplemente, camino. Sigo el sendero. No soy consciente de qué me pasa: ¿un espejismo? ¿la materialización de esa pesimista y jodida teoría del eterno retorno? No sé si irme al centro cuando salga del curro y comer por ahí. No tengo ganas de comer. Tal vez estaría bien tomar cafelito en el centro... y puede que no sea buena idea meterme en casa a estudiar en cuanto salga de la oficina...

Sea como sea, me asusta pensar que, hoy, también volverá a anochecer...

...anda que estoy yo bueno :-/