Mol, life and so on

jueves, abril 16, 2009

El regalito


Iba a ser una ocasión especial. La salida que coincidía con mis veinticinco años de hermano. Hay otras corporaciones de penitencia que todos los años organizan algún acto para rendir un sencillo tributo a quienes conmemoran tal efemérides, pero la mía no. Tal vez porque somos demasiados. A los cincuenta sí, y también para los pocos afortunados que llegan a las bodas de platino como macarenos de carné. Pero las de plata… ya lo dijo aquélla ese Martes Santo: que la plata, ‘pa las ratas’. Y en mi hermandad no tendré nada que rascar hasta dentro de otras dos décadas y media.

Pero no me resignaba. Más de dos tercios de mi vida a la sombra de su manto no se resuelven como un vuelva usted mañana: sobre todo, si el mañana llega cuando faltan sólo unos meses para que termine de pagar la hipoteca que firmé hace nada. Una eternidad en toda regla. Así que me fui directamente a Ella: “Shhh, eh, tú, déjate caer que son muchos años pagando cuotas. Quiero un regalito. A ver qué se te ocurre”. Esbozó una ligera sonrisa por la comisura izquierda de sus labios. Fue toda su respuesta.

Esa noche, mientras me colocaba la capa, tuve el convencimiento de que iba a ser una ocasión muy especial. Pensé en Silvia: “Este año va por ti, aunque puede que nunca lo sepas”, dije. Me dirigí hacia la puerta con cuidado de no mancharme. Un beso a mimamá. Fani, su perra, saludó moviendo el rabo. Parece que ya no le asustan mis ropajes de merino.

Llegué a la basílica sin mucho convencimiento. Es curioso, sentí un tira y afloja, casi me impuse la necesidad de concentrarme, de disfrutar forzosamente de esa noche de bodas de plata…y las cosas no funcionan así. De repente volvió a aparecer esa nebulosa de indiferencia, de desapego y de continuo hartazgo que me invade desde hace meses y que, por mor de un trabajo demoníaco, me ha llevado al límite. “Olvídate hoy, y si puedes también mañana, y pasado, y…”, me autorrepetía. Pero no. Cerré los ojos: inspiré… espiré… poquito a poco. Mejor ahora, sí. Cuando apenas faltaban unos instantes para colocarme el antifaz y que empezara mi Noche de Noches, me acerqué a las plantas de su paso: “Recuerda, un detallito, ¿vale?”, le dije.

Fueron quince horas muy raras. Tanto tiempo de silencio es el caldo de cultivo idóneo para la reflexión, y me asaltaron la ira, la rabia, el querer y no poder (o no saber, o no atreverme), pero también hubo momentos de mucha alegría. Chema vino a verme por primera vez, y hasta creo que se emocionó ;-) La llevé siempre muy cerca, y en más de una ocasión sólo tenía que girarme para verla caminar a mi lado. Joder, qué maravilla, eso hay que sentirlo.

Por la mañana, en plena calle Feria, los riñones estaban a punto de estallarme. Me costaba mantenerme erguido, y el binomio frío-calor hizo acto de presencia a ratos alternos. De repente, pasaron a mi lado. Eran Maruja y Paco, un matrimonio adorable de ancianos a los que quiero muchísimo y a quienes llevaba casi ocho años sin ver por razones que no vienen al caso. Salí corriendo de la fila, porque creo que hay asuntos más importantes que guardar la compostura, y quitándome el antifaz los abracé y besé llorando como un chiquillo. Quedamos en volver a vernos pronto, con Andresito y con mi MagicGnoma, que también se apuntan a retomar el contacto perdido.

La miré de refilón y le di las gracias. Ya estaba contento, ya tenía “mi detallito”. Ella volvió a sonreír tímidamente, con disimulo, como si fuera una cosa entre nosotros. Y seguimos caminando, Ella como sólo Ella sabe, y yo… casi arrastrándome del dolor y del cansancio. Sí, lógicamente en las calles de Sevilla, y en Semana Santa, es muy fácil encontrarse a cualquiera. Pero yo, a ellos, nunca antes me los había topado. Así que lo di por bueno. No pedía más, verlos sanos y felices era mucho mejor que un diploma de pergamino.

Pero no. A veces nos creemos que controlamos todas las variables… y no. No es así. Ella sonreía porque tenía ‘información privilegiada’, claro ;-) Ayer me enteré de que Paco y Maruja no fueron mi regalito macareno, por mucho que agradezca el haberlos recuperado. A esa hora de la mañana, mi sorpresa ya estaba fraguada desde hacía varias horas. Y no me enteré hasta ayer.

Llamó A., el marido de Silvia. Su esposa, de apenas 30 años, llevaba semanas en una situación crítica. Necesitaba un corazón. El suyo había dejado de funcionar y sólo respondía con apoyo mecánico y químico. Creímos que llamaba para decirnos que ya estaría en quirófano, que acababa de llegar un corazón: pero no. Sólo quería informarnos de que ya le habían realizado el trasplante, y de que todo había salido perfectamente.

“¿¿¿Ya la han operado??? ¿¿¿Pero cuándo???”, preguntó Chema con una mezcla de alegría y sorpresa. Tuve un presentimiento, se me puso la piel de gallina. “En la noche del Jueves al Viernes Santo”, respondieron al otro lado del teléfono.

En la Madrugá. Justo cuando 35 costaleros hacían la primera levantá a cielo de la Esperanza Macarena para bajarla a Sevilla, a Silvia –a quien le había dedicado mi esfuerzo de esa noche- le estaban colocando a pulso ese corazón que necesitaba para literalmente poder seguir con vida. O cielo, o abismo, sin términos medios. Y hubo cielo. Justo ahora mi madre, que es una mujer de fe –y no como yo, que soy agnóstico-macareno-, diría eso de “y la gente dice que no hay Dios”. No tengo el dato, ni creo que tampoco mi madre. Lo que sí tuve fue mi tan ansiado regalito, y no cuando creí tenerlo, sino ayer mismo, casi una semana después.

A veces, lo mejor se hace esperar más que lo bueno: y eso, para algunos, puede ser una lección de fe. Aunque para mí es, sobre todo, un gesto de esperanza. De mi Esperanza.

FOTO: www.lapasion.org