Mol, life and so on

lunes, julio 12, 2010

Lazos




-¡Noooo! No tengo ganas de levantarme....

Amanecía. Luis dio un golpe seco sobre la mesa de noche para acallar el despertador. Un artilugio que rompía definitivamente la magia vivida en horas previas.

-¿Cuánto falta para que suene el segundo?, preguntó Marcos.

-Poco más de diez minutos, sentenció su compañero.

-¡Estupendo!, añadía mientras daba un giro de 180 grados y depositaba la horizontalidad grávida de su cuerpo sobre la fragilidad apolínea de Luis. Comenzaron entonces a besarse con avidez cronométrica: con un deseo mitad carnal, mitad sublime, propio de quienes sienten que, tal vez, no existan segundas partes. A fin de cuentas, diez minutos de pasión pueden erigirse en toda una eternidad.

Ambos eran muy diferentes y similares al mismo tiempo. Desde un punto de vista físico, Marcos era robusto, fuerte, más viril. Luis, por el contrario, tenía una belleza clásica, estilizada, casi angelical. Sin embargo, los ojos de ambos eran verdaderas cajas de Pandora. Gozaban, además, de una mirada profunda, franca, hiriente... Era difícil asomarse al interior de los ojos de uno u otro sin perder el equilibrio y caer al vacío. Cuando jugaban a contemplarse, Luis y Marcos transformaban ese inocente ejercicio en un duelo de titanes, en un derroche de luz oscura, casi negra, del que brotaban reflejos clarísimos, cegadores: el primero que resbalase, perdía la partida. Y a lo largo de esas horas, ambos la perdieron gustosamente una y otra vez.

Se conocieron por casualidad hacía poco tiempo, pero Marcos y Luis sentían que de algún modo sus almas estuvieron siempre conectadas. A veces pensaban que el presente en que vivían sólo era una actualización de un pasado común, y la antesala de un futuro en el que, de un modo u otro, estarían siempre conectados. Poco a poco fueron construyendo puentes, derribando muros y estrechando lazos: hasta que un día, sin pretender lo inevitable, yacían abrazados en un sofá mientras las caricias y los besos les transportaban a la enigmática disyuntiva de si habrá o no un mañana. Daba igual: aquélla era la hora del carpe diem, y ambos se atrevieron a consumirla sin hacer preguntas.

Besos, caricias, morbo, piel de seda, nervios de principiantes, ternura, amor pausado... Todo ello, metido en coctelera y agitado con fuerzas. Ambos procedían de relaciones largas, difíciles en mayor o menor medida, y encontraron en el otro lo que pensaban que ya no existía: una cierta unión entre pensamiento y vida, con todas sus nobles incoherencias... y una concepción sencilla de las relaciones humanas. Estar con alguien por fin podía ser fácil. Mientras besaba el torso de su compañero, Marcos se saltó sus principios humanos, románticos, e hizo un comentario fuera de tono: “Dios, Luis, estás buenísimo”, dijo con la voz modulada por el éxtasis. Éste lo frenó en seco, con rigor y con cariño, clavándole su mirada: “Marcos... no. No vuelvas a decirme eso. No me ha gustado”. Comprendió su error: por unos instantes había limitado una experiencia sublime a una vivencia carnal. Y eso era un simple desperdicio reduccionista.

“Abrázame fuerte, que no pueda respirar”, susurraba Luis con ojos cristalizados mientras recordaba la letra de ‘El marido de la peluquera’. Parecía que de un momento a otro sus lágrimas podían entrar en erupción, llevándose un trozo de esa pena que minaba el alma del joven apolíneo, fruto de las malas experiencias. Marcos lo hizo, jurándose a sí mismo que antes de que el destino tocara un pelo de Luis, tendría que arrancarle a él su corazón y sus brazos. Y poco a poco, paso a paso, fue sintiendo que la plenitud era posible...

Ya de noche, rodeada su desnudez por una sábana color berenjena, Marcos velaba a ratos el sueño de su amante, a quien estrechaba entre sus brazos con la fuerza que merecía. “Es curioso: por primera vez vivo lo que sueño, y sueño lo que vivo”, se dijo a sí mismo justo antes de que unas gotitas de claridad comenzaran a colarse por las juntas de la persiana. De un momento a otro sonaría el despertador... pero qué más daba. ¿Acaso no merecía la pena estar así de vivo? Como respuesta, Marcos pasó reiteradamente la yema de sus dedos por el contorno yacente de Luis, jugando a hacerle sutiles cosquillas, y a fuerza de repetición cayó como hipnotizado y cerró poco a poco sus ojos, pensando que ese día iba a ser testigo de un prodigio: el sol saldría dentro y fuera de la habitación. De un modo u otro, la claridad siempre termina por inundarlo todo. Lo demás, no tiene importancia.

martes, julio 06, 2010

Prólogo



En mi pecho, corazón,
late libre, sin temor.
Déjame ser verso de amor,
la devoción de un amigo.
Mucho tiempo sombra fui,
en mí mismo me perdí.

¿Qué es la vida? absurdo trajín.
Dame alma, calor.
Ser tan limpios como la nieve que cae.
Todo tiene quien todo da.

Nada espero, nada sé,
nada tengo, sólo fe.
Y donde estemos, saber estar;
aunque sea ingenuo, no codiciar.
Nunca ceder ante la adversidad.
Quiero tener la alegría
del que está en paz.
Mis cadenas he de romper;
fuera penas, amargas como la hiel.

"En mi pecho", de El último de la fila
CD: Nuevo pequeño catálogo de seres y estares

Epílogo




Sentado en el andén,
mi cuerpo tiembla y puedo ver,
que a lo lejos silva el viejo tren
como sombra del ayer.

No sera fácil ser
de nuevo un solo corazón,
siempre habia sido una mitad
sin saber mi identidad.

No llevaré ninguna imagen de aquí
me iré desnudo igual que nací,
debo empezar a ser yo mismo y saber
que soy capaz y que ando por mi pie.
Siempre habia sido una mitad,
sin saber mi identidad.

Desde mi libertad
soy fuerte porque soy volcán,
nunca me enseñaron a volar
pero el vuelo debo alzar.

Nunca me enseñaron a volar
pero el vuelo debo...
alzar.

"Desde mi libertad", de Ana Belén.
CD: 26 grandes canciones y una nube blanca.