Mol, life and so on

jueves, abril 01, 2010

Madrugá



Anoche, de repente, sonó. Justo cuando me iba. Miré el programa, y a punto de emprender la marcha, brotaron los primeros acordes. Me quedé paralizado. La emoción arrancó, mu poquit'a poco, como andan por aquí los pasos. No sé qué tiene esa marcha, pero me fascina. Mezcla de banda sonora con toques orientales, de sugerentes evocaciones antiguas y nocturas... Madrugá es una joya del patrimonio musical sevillano, y a mí personalmente cada vez me gusta más.

Dejé atrás a Chema (sorry!), y solo en la multitud (sensación que en mí tampoco resulta extraña) me refugié bajo un naranjo repleto de azahar dispuesto a relajarme, a disfrutar y a elevar mis pensamientos contemplando cómo se alejaba el paso de la Virgen del Carmen camino de un barrio donde reside una parte de mi alma: la zona de calle Feria. Madrugá seguía sonando mientras el azul marino del terciopelo y el zigzag de las velas se adentraban en la oscuridad de San Juan de la Palma, y una vez más relacioné esa marcha con mi propia visión de la vida: al principio nace suave, muy despacio, con sutileza, pero antes de que te des cuenta, está en su máximo apogeo, con fuertes golpes de tambor.

De repente, sin que nadie sepa muy bien por qué, el ritmo cae hasta el punto de que apenas se escucha. Sólo algún instrumento de viento, tenue y acompasado, nos recuerda que Madrugá aún está viva. Y de esa semilla, de ese hilito musical que perdura, emerge como el Ave Fénix la parte más bonita de la marcha. Un prodigio de viento y percusión muy bien acompasado que se mantiene con fuerza hasta el final. Todo un mensaje de Esperanza.

Pues eso: una metáfora de la vida, o al menos de mi propia vida.

Pero Madrugá, con artículo antepuesto, es también la denominación del día más importante del año para un servidor. Esta noche contemplaré a la Señora de Sevilla desde la barrera, pues aunque la versión oficial dice que no salgo de nazareno por problemas en la rodilla, Ella sabe que hay algo más, y que ese algo se queda entre nosotros. Pero la veré, ciego tendría que estar para perdérmela. Y lloraré al verla pasar, si la multitud no me amedrenta :-)

El martes pasado, quedé con un buen amigo (bloguero, también) para disfrutar de la primavera sevillana viendo procesiones. Le pregunté si pensaba ir a ver a la Macarena. "¡Claro!", me respondió con cierto aire de sorpresa. "¿Dónde?", insistí. "Da igual -sentenció-, sea donde sea me hartaré de llorar".

A mí me ocurre lo mismo. No sé muy bien el porqué, pero la Macarena me sobrepasa. Es verla, y se me caen los palos del sombrajo. Reseteo, me pongo en modo 'esto es lo más grande', y a llorar. Pocas cosas generan en mí sensaciones más intensas que verla caminar rumbo a Sevilla, andando de ese modo acompasado, elegante y con gracia al son de alguna de las decenas de marchas procesionales que le han consagrado músicos de ayer y de hoy.

Y ese privilegio, que se repite una vez al año, toma forma hoy, en apenas unas horas. Qué suerte es poder ser testigo...