Mol, life and so on

lunes, noviembre 16, 2009

Moi

Fue casualidad. Nos dejaron un puñado de invitaciones en la oficina, como hacen otros muchos negocios de la zona para promocionarse entre ejecutivos treintañeros, y al salir de comer decidimos pasarnos para ver qué tal. El garito no estaba nada mal: tranquilo, bien decorado, con paredes adornadas con rosas de terciopelo negro y pegadas sobre unas láminas de nosequé. Agradable, sobre todo. El sitio bien, el café gratis. Y sobre todo, él.

Reconozco que al principio me dijo poco. Era un chico mono -muy mono- pero que tampoco se labró mi interés desde el minuto uno. Al día siguiente le vacilé un poco, por aquéllo de acortar las distancias y de hacer un sondeo: "Oye, que sepas que tenemos un taco enorme de invitaciones a café, y pienso venir hasta que se nos agoten". Y él, muy profesional, respondió que por supuesto, que para eso estaban, que seríamos muy bien venidos. Entonces lo hizo: sonrió.

Creo que pocas cosas pueden turbarme más que el cóctel sonrisa-mirada de ese chico. ¿Qué tiene? No lo sé, no soy capaz de explicarlo. Es calor, es juego, es inocencia incluso, es seducción, es... una combinación perfecta, arrebatadora, que en mí despierta el descaro. "¿Cómo te llamas?", le pregunté a quemarropa. "Moisés... bueno, Moi", respondió tímidamente.

Tres segundos de silencio antes de añadir "yo, Carlos" bastaron para escanear con detalle su rostro, juvenil pero con ciertos rasgos propios de quien está ya más cerca de los treinta que de los veinte. Observé unos ojos color de miel, nariz casi dibujada, labios de un granate intenso, finos, perfilados por la generosidad que en él ha invertido sabiamente la madre naturaleza, una dentadura exquisita y un sutil lunar que asomaba con tierno descaro a medio camino entre la boca y la mejilla. Todo en él me resulta extático: hay mucho niño mono por ahí, algunos realmente impresionantes, pero sólo Moi sonríe y mira de esa forma que nockea.

Dos días después volví. Era viernes tarde, y cambié la pseudosolemnidad propia del café de mediodía por la algarabía cervecera. Cuando engullí la segunda Heineken jugué conmigo mismo a imaginarlo desnudo: y puse mis fantasías en consonancia con la obra de Lisipo, de Policleto, de Mirón, de Fidias... La camiseta y el pantalón vaquero me ayudaban a percibir unas formas definidas, equilibradas, un cuerpo trabajado pero ajeno a las corrientes de masas que suelen imperar entre los camareros de bares de moda: porque Moi no es un maromo, ni un tiarrón, ni un bicharraco, ni nada parecido. Es más estético y más idiosincrático que todo eso...

Me pregunto qué sentirá la afortunada que pueda olerlo, acariciarlo, abrazarlo, besarlo, disfrutarlo...