Mol, life and so on

domingo, noviembre 11, 2012

Gotitas de hastío



Llevo algún tiempo dándole vueltas a esto. Imaginad un tazón gande de café con leche. ¿Cuántas gotas hay de café? Miles, tal vez. ¿Y de leche? Más que miles, si te gusta el café rebajado. Sin embargo, coges el endulzante líquido, arrojas dos lagrimitas al interior de la porcelana, y todo el conjunto cambia, se altera. Parece magia, pero es algo tan simple como la consideración de que no todos los efectos son idénticos, ni todas las densidades... ni todas las personas, claro.

En mi vida pasa algo parecido. En general estoy bien, lo tengo todo para ser feliz. Soy un alma inquieta, y eso es fundamental para sentirse vivo. Creo que soy moderadamente culto, siempre con proyectos entre manos y ganas de aprender. Tengo un cuerpo más que aceptable, cuidado, curtido gracias a quince años de ejercicio (in)interrummpido, pero al mismo tiempo con la suficiente personalidad como para pensar que un helado de chocolate a tiempo es la mejor de las victorias. Soy buen tipo, bastante noble, de buen corazón, más o menos agraciado, con la vida laboral todo lo encauzada que puede estar en coyunturas tan perras como la actual, viajero, con mucha gente buena que me quiere a mi alrededor... equilibrado, en general.

Recuerdo que cierto día estaba un servidor leyendo, lapicero en mano, a las puertas de la oficina: concretamente sentado en los veladores del bar que nos sirve desayunos y algún que otro almuerzo. Entonces se me acercó una chica que me soltó de bruces cuatro palabras: “¿Dónde está el fallo?” No la entendí. Luego me explicó que cuál era el fallo para que un chico con “tantas” virtudes siguiera solo solito solo. Más de un gay me ha dicho algo parecido en alguna ocasión, y yo me he sentido como si acudiera a una entrevista laboral y el director de recursos humanos arqueara una ceja al contemplar un curriculum brillante. ¿Es culpa mía tenerlo y que ésas sean mis circunstancias? Pues algo parecido.

¿Dónde está el fallo? Seguramente en que las fórmulas habituales no sirven para mí. O tal vez en que soy un inadaptado. No me molan las parejas abiertas, así que si veo que mi relación no funciona, entiendo que el ciclo está cubierto y a otra cosa, mariposa. Nunca es fácil, pero la esclavitud como contrapartida es un precio demasiado alto. Soy monógamo, y saltarme la monogamia para mí sería impensable: si lo hiciera, sería por miedo. Y creo que tengo alguna que otra virtud como para sentir algo así.  Tal vez si fuera de flor en flor, probando y desprobando, encontrara algo pasando y volviendo a pasar las páginas del catálogo finito que es el mundillo gay en ésta nuestra ciudad. Pero claro... la intimidad es un valor demasiado importante, a mi juicio, para verme luego de boca en boca entre toda la gentuza que lo puebla. ¿Cómo puedes conocer a gente? Si descartas perfiles, conocidos y sexo a saco, las posibilidades se reducen casi al 100%. Y por otra parte, el tipo de persona que puebla esos hábitats no es, normalmente, objeto de mis deseos. Así que todo se complica un poco más.

Las dos últimas personas que he conocido son cuando menos extrañas. Uno de ellos, teóricamente romántico y pretendidamente sensible, se quejaba de los efectos de la soledad. Sin embargo, conforme fui conociéndolo entendí que a veces la soledad es consecuencia de nuestros actos. Otro, sin embargo, era un tipo casi perfecto, con grandes virtudes a todos los niveles. El problema, que lleva catorce años con un novio al que sólo quiere en teoría, pero con quien ya no tiene sexo. Así que en esas estaba cuando se topó conmigo, y me comió la oreja con promesas de todo tipo y piropos que iban aún más allá. Al final, si digo que no me pierdo unos cuantos polvazos, pero si digo que sí sólo seré la TTS (tabla temporal de salvación) para un buque que, antes o después, terminará yéndose a pique. ¿Y qué pinto yo ahí?

Se da la paradoja de que no me fío de casi nadie, y siento además que casi nadie se fía de mí. Si ofreces amistad, alguien (a veces el propio beneficiario) puede tener las dudas de que tus intenciones van más allá, pero si rechazas sexo, entonces eres un puto calientapollas porque a quién coño le interesa ser tu amigo, si amigos hay a miles. Yo no suelo ofrecer sexo, pero estoy seguro de que si lo hiciera, aunque fuera con carácter puntual, el personal me tacharía de ser facilón: y si rechazo amistades viperinas (ésas de sonrisas bienintencionadas que camuflan a pollas tiesas), será porque soy mala persona.

Sinceramente, lo gay cansa. Y mucho. ¿Hay gente normal? No lo sé. Alguna he conocido, pero no demasiada. Harto estoy de patrones, que no de personas. Y a veces, siento que ese detalle de mi vida (unas gotas en un gran mar donde hay familia, amigos de verdad, proyectos, trabajo, estudios, perros e inquietudes varias) tinta un poco de sombras a todo el conjunto. De ahí el poder de las gotitas al que aludía al principio. La solución, aunque duela, pasa por comprender que la faceta sentimental (donde hasta ahora me ha ido de puto culo, y perdón por la expresión) debe ser desterrada. Aniquilada. Enamorarse es un fracaso, dejarse llevar una pérdida de tiempo: y el riesgo de que jueguen contigo, en ambos casos, es tan alto que casi no merece la pena intentarlo... salvo que te atraigan los deportes extremos.

¿No es el caso? Pues entonces únete al club y asume que la compañía viene de un perro, el amor de tu madre/amigos, y el placer de unos huevos de silicona que inventó cierto japonés de nombre impronunciable. Todo lo demás es un cuento chino (que no japonés). Me encantaría estar equivocado, pero creo que la posibilidad de enamorarse y de ser correspondido es tan, tan mínima, que antes me saldría melena. Y los tirabuzones ya los perdí para siempre: como el amor. Ahora toca vivir pensando que no está mal eso de ser calvo... y que la soledad, como la calvicie, también posee sus propios atractivos. ¿O no?