Mol, life and so on

martes, abril 18, 2006

Nación andaluza



…así que hoy, de repente, los medios vuelven a la carga con la misma historia: ¿Andalucía es una nación? Tema espinoso donde los haya, pues ahora los políticos han destapado la caja de los truenos para reformar nuestro Estatuto de Autonomía. En un foro del diario ‘El Mundo’ se exponen opiniones con pelajes varios: unos internautas se remontan a la época de Al-Andalus, otros dicen que ojalá y nos den la independencia para que dejemos de ser el lastre de España, otros que ya está bien de robarle a Cataluña y que es hora de que nos pongamos a trabajar, y hay quien incluso utiliza la más burda ironía para justificar el carácter nacional andaluz en una lengua, el cheli (¿?), y en un baile: la sevillana.

Vaya por delante que yo no me siento andaluz, pese a que mis orígenes enraízan en esta comunidad hasta al menos cuatro generaciones anteriores. Y no me siento andaluz por una cuestión muy sencilla, y es que en las provincias de Sevilla y Huelva tenemos más afinidad con Badajoz que con Almería, por citar un ejemplo. ¿Entonces? Pues está muy claro. Si a eso le añadimos la animadversión que hacia nosotros, los sevillanos, sienten en Málaga, Granada o Cádiz, por seguir citando ejemplos… pues qué quiere usted que le diga, oiga. Que sean andaluces el Tarzán (Hércules, en el escudo de la bandera) y Chaves, de portentosa cabeza, que yo me bajo en la próxima. Sevillano de militancia, español de convencimiento y europeo de vocación. Eso sí. Aunque andaluz, andaluz, lo que se dice andaluz…

Volvamos a la nación andaluza. Yo estoy un poco harto de estereotipos. No creo que seamos el lastre de España, ni labriegos de la pereza, ni tampoco una banda de pícaros y maleantes. Haberlos haylos… pero es curioso. He ido poco a Cataluña, aunque no deja de sorprenderme que alguno de mis amigos, hijo de andaluces, diga que si no fuera por los “hijos de los andaluces”, aquello sería un lugar mejor. Con dos cojones, caballero. Y a la primera te sacan a relucir el PER, los peajes de la autopista, la siesta, los impuestos y el derecho de los pueblos a decidir libremente su futuro. “¡Si sólo quiero ver el interior de Santa María del Mar en silencio y visitar la sala del románico del MNAC! ¿Yo qué te he hecho?”.

Supongo que si un catalán viene aquí y yo desenvaino a Carod, al monedero donde murió la mosca por asfixia, al excluyente de Fulano y al cabrón de Mengano por hablar catalán… pues aparte de ponerme en evidencia y de ser un analfabeto, pocos rasgos se podrían destacar de este insignificante bloguero. Cataluña es mucho más que eso, y Andalucía también va más allá de peres y perezas.

Los tópicos son una puta mierda. Contribuyen a institucionalizar boicots despreciables y a reforzar, como dicen en el PP, “eso que nos separa en lugar de todo lo que nos une”. Pero es así de cierto. Yo, desde este humilde rincón, deseo rendir un sentido tributo a quienes hace 75 años quisieron fraguar un proyecto político con el que me identifico plenamente: la República. Y es que, como dijo mi amigo Mint en cierta ocasión, “la patria no es Cataluña o España: la patria es la República”. Sí señor. Eso es la construcción de un sueño, de mi propio sueño, y no trazar una línea de metro, como rebuzna el alcalde Monteseirín.

Por lo que respecta a “nación dentro de una nación que es España”, “nacionalidad”, “realidad nacional” o “nación” a secas, hagan juego, señores: que a mí las letanías me resbalan. Yo seguiré siendo sevillano con residencia en Gerena, Toscana de España y orgullo de Europa.

…y a todo esto va el guarro de Tom Cruise y dice que se va a comer la placenta y el cordón umbilical de su hijo. Una de zombies, pues. No, si ya lo digo yo, que hoy estoy un poquito disperso…

jueves, abril 13, 2006

Una noche de Esperanza



Esta noche, en apenas un par de horas, volverá a cumplirse la tradición de todos los años. Tras una siesta contundente, abro las ventanas y el fresco vespertino de la primavera me vuelve a calar. El sol ya ha caído, y las calles de mi barrio se muestran especialmente alborotadas, con gentes que van y vienen. Se ven los primeros antifaces verdes, o morados, y chiquillos que palomean alrededor en busca de un caramelo. Algunas mantillas salpimentan el acerado.

Esta noche, cuando me haya vestido, me enfrentaré de nuevo al miedo a saber si seré capaz de afrontar los rigores de la Noche de Noches. Aflorarán los nervios, y los recuerdos. Por unos minutos, llamará a mi alma aquel adolescente guapete y grandullón que vistió por primera vez la túnica de nazareno impregnado de fe, de ilusión. Una cobertura de terciopelo, merino y oro que me hacía sentirme partícipe de algo grande. Aunque pronto volverá el adulto que, una vez más, ha dejado esas ropas tradicionales colgadas en el armario.

Pero esta noche... es la noche. Tomaré una cena ligera, y saldré dispuesto a verla, a disfrutarla, a encontrarme con Ella. Los antifaces proliferarán como setas conforme pasen las horas, y en torno a la medianoche, los alrededores de la Basílica volverán a ser un hervidero de canis que quieren llamar la atención; de carrillos plagados de bastones, piruletas, globos y pelotas de yoyó; de gentes con pelajes diversos que querrán verla otro año más; de ancianas con sillas de playa que le pedirán, tal vez, otra oportunidad para 2007.

Se abrirán las puertas, sonarán tambores y veremos plumas, lanzas y armaduras. Cristo volverá a ser condenado en la Resolana, mientras Pilatos oculta el rostro ignorando la intercesión de Claudia Procula. Y capirotes, y cirios, y más cirios. El tiempo pasa. Pero llega el momento en que el letargo se esfuma. La gente guardará el café y los pestiños, que hacen liviana la espera. Brotarán lágrimas, hablarán los corazones, miles de flashes iluminarán la noche cerrada y el redoble de tambores anunciará que la Esperanza va pa'Sevilla.

Será como siempre: radiante, inmaculada, inmersa en un ascua de luz y seguida por miles de mujeres -y algún hombre- que agarran su manto verde-esperanza. La Macarena mirará hacia el frente esbozando una leve sonrisa entre lágrimas, pese a que faltarán más de 12 horas para la vuelta a casa. Su cercanía hará que la multitud reciba el mensaje: no se puede vivir sin Esperanza.

Y yo, recordaré a una abuela que le cantaba coplillas a la Madre de Dios; a un niño que la adoraba, y que agarrado a su mano visitó en más de una ocasión el templo donde está entronizada la Señora de Sevilla; a un adolescente que se quería comer el mundo; y a un adulto que, pese a los dimes y diretes de su vida diaria, a sus indecisiones y debilidades, vive la Madrugá como un reencuentro. Con Ella, y consigo mismo. Sé que así seguirá siendo, aunque mi vida atraviese malos momentos. Vendrán problemas de todo tipo. Se marcharán familiares, amigos y conocidos. Me marcharé yo mismo. Pero Ella seguirá ahí, transmitiendo el mensaje a las generaciones futuras. Porque, como decía más arriba, es imposible vivir sin Esperanza.

miércoles, abril 05, 2006

Los ojos del corazón


Homenaje, sencillo y bobalicón, a un libro que me ha marcado


Aquella fría mañana decidí que iría al trabajo en autobús. Sentado en la parada, sonnoliento y con los ojos llenos de lágrimas por mor del frío, pensé que no tendría fuerzas para aguantar otro día las insolencias de un jefe inepto. Leía, con más rutina que convencimiento. Entonces, se me acercó un niño de ocho o nueve años:

-¡Hola!
-Hola.
-¿Qué haces?
-Leer. ¿Te gusta leer?
-No sé.
-¿No sabes leer?
-Sí, sí que sé. Digo que no sé si me gusta hacerlo, porque no tengo libros. En mi planeta no hay sitio para almacenarlos. Es muy pequeño.
-Ah… en tu planeta.
-Sí, está allí –dijo, muy convencido, señalando al horizonte con un dedito menudo-.
-Puede que seas un extraterrestre, pero a mí me suena tu cara –respondí con una sonrisa paternofilial-.
-A mucha gente le suena. Mi vida ha inspirado a muchos.
-¿Tu vida? Pero si eres un chiquillo, sin experiencia, sin maldades, sin vivencias extraordinarias… sólo un niño. ¿Cuántos años tienes?
-Acabo de cumplir… sesenta –aseguró, extendiendo los brazos al frente y mostrando seis de sus dedos-.

Una lágrima fue mi única respuesta.

-¿A qué ya sabes quién soy?
-Por supuesto –balbuceé-. ¿Y por qué yo? ¿Por qué has venido a verme a mí?
-Porque te has hecho un hombre.
-¿Qué hay de malo en ello?
-Pues… que ya no te gusta jugar, que pasas demasiado tiempo en la oficina, que vistes con ropa muy seria, que…
-¡Vale, vale! No sigas…

Hubo un rato de silencio. Me agobié. Me agobié mucho.

-¿Tienes zorro?
-No. Sólo un perro pequeño. Se llama Horacio.
-¿Está domesticado?
-Creo que sí. Aunque no me recuerda cuando ve campos de trigo dorados –dije, esbozando una sonrisa y pasándome la mano por la cabeza-.
-¿Y tienes una rosa?
-Sí, también. Una a la que riego todos los días desde hace más de tres años. Es lo mejor de mi planeta.

Por un momento se abstrajo. Empezó a tocar mi libro con movimientos mecánicos, repetitivos, manteniendo la mirada baja y la vista perdida. Volvió a la carga:

-¿Tú ves bien con el corazón?
-Lo intento, pero me cuesta. A veces, pienso que sirve de poco.
-Tienes que hacerlo. Sólo así no crecerán los baobabs en el jardín de tu vida.
-Ya han empezado a echar raíces.
-Pues córtalas.
-¿Cómo?
-Te diré el antídoto: son cinco pasos, uno detrás de otro, aunque los puedes dar en el orden que quieras. Es como una cucharada de jarabe para la tos.
-¿Y cuáles son?
-El olor a hierba fresca, un achuchón a Horacio, la compañía de tu rosa, la carita de tu madre y el abrazo de un amigo.

Cerré los ojos, sujetando la manita de este regio infante, y pensé en esos cinco intervalos, todos ellos igual de mágicos, todos necesarios. Se me iluminó la cara, empecé a sonreír y mi pequeño amigo descubrió que había aprendido bien la lección. Que existen muchos motivos para afrontar la vida con alegría, con esperanza. Y que, pese a las corazas que nos imponen, sigo siendo feliz. Un hombre feliz, un niño feliz.

-Adiós, Carlos.
-Hasta siempre, Principito.
-Y recuerda: lo esencial es invisible a los ojos.