¡¡Viva la Blanca Polonia!!

Ayer, cuando volvíamos de nuestra expedición al Factory de Bormujos –donde servidor trataba de encontrar unos zapatos abotinados-, nos topamos con una estampa que nos dejó ojipláticos. La autovía que une este municipio con Sevilla capital estaba colapsada por quienes pasaron el festivo local en alguna playa de Huelva, y buena parte de las carreteras secundarias, cortadas al tráfico por mor de las carretas del Rocío, que tras varias jornadas de desmadre y presunta oración, volvían a sus puntos de origen.
De repente, mientras tratábamos de llegar a casa por una secundaria de las viejas viejas, Chema tuvo que pegar un ligero frenazo, pues el coche que nos precedía, y que estaba en medio de la calzada, tenía encendidas las luces de avería. Delante, un rociero superpijo ataviado con medalla de la Blanca Paloma, vaqueritos de marca y cinturón de piel blanco, había salido de su vehículo, el tercero en discordia, para charlar con el gordo con boina que conducía un todo terreno, cuarto implicado en esta historia. Insisto: todo esto, en medio de la calzada.
Ambos lucían un morenito considerable, gestado al sol marismeño durante varias jornadas de asueto, cánticos y buena vida. No se les veía preocupados. Nosotros, pobres inocentes, pensamos que o bien había una retención del carajo que no alcanzábamos a ver, o ambos se habían visto implicados en un accidente y estaban en los momentos previos a la cumplimentación del parte amistoso.
Pero no. De repente, cuando le salió de los huevos, el rociero superpijo se volvió a montar en su coche, elevó la aguja del velocímetro mucho más allá de donde recomienda la santa prudencia y atravesó Santiponce efectuando adelantamientos indebidos, y aliñados probablemente con fino y manzanilla. Por tanto, ni accidente ni retenciones: el chaval sintió la necesidad de coordinar su retorno almonteño con el compañero en medio de la carretera, cortó por su cuenta la circulación, y se paró donde le dio la gana. Que para eso es pijo y rociero, y estos días mandan ellos.
Odio el Rocío. Y lo odio, porque detesto la incoherencia brutal. Recuerdo un día, cuando Craso tenía pelo y yo también, que fuimos a la aldea almonteña para, entre otras cosas, visitar a un primo que hizo el camino forrado de pasta y con la hermandad de Coria. Ex policía municipal, es muy religioso y está metido en la parroquia hasta las trancas. Empezó a divagar sobre la conveniencia de prepararse para recibir la bendición de Su Santidad el día de Pentecostés, porque da indulgencia plenaria y así el beneficiario llega directamente al cielo.
Sin embargo, unos años después, el muy cabrón le pidió a su madre que pusiera el domicilio familiar a su nombre (curiosamente, una casa grande de pueblo en pleno centro y golosa como pocas para las inmobiliarias); cuando lo hizo, la ingresó de por vida en un asilo, donde se muere de pena sin ver a casi nadie. Pero eso sí, mi querido primo atesora una indulgencia de Su Santidad para darle con ella en las narices a Jesucristo si hubiera juicio final. Y si la legislación eclesiástica está de su parte (no sé cómo va eso), es posible que ni el mismísimo Hijo de la Macarena lo pueda empapelar. Ver para (no) creer.
Buena parte de mis clientes van al Rocío a dejarse los duros, a hacer relaciones públicas (y púbicas, I suppose) y a pasarlo en grande. En Sevilla, mucha gente pide préstamos personales para ir a la romería, pasándose entrampados el resto del año. Y aunque hay gente que acude de buena fe, también hay mucha tropa que se salta a la torera los principios evangélicos que en teoría alumbran todo el tinglao, pues caballo, manutención, trajes, alojamiento en temporada súper alta y carreta no están, precisamente, al alcance de cualquiera. En conclusión, detrás del simpecado va demasiada gente acomodada, que puede abandonar durante quince días su puesto de trabajo y gastarse un dineral en alabar a la Blanca Paloma. Y yo, que estoy hasta arriba de mierda, digo que más mierda no, gracias.
Pues sí: más mierda, sí. Hoy me levanto y mi amigo Quijote me informa de que la defensora del espectador de Polonia, gran país, no sabe si emitir los teletubbies puede representar una incitación a la homosexualidad. Claro que sí, con dos cojones. En un país gobernado por los gemelos Kaczynski, está muy bien vivir a la sombra de la corrupción y del Vaticano, pero no ir contra corriente. Incitar a la homosexualidad, así en etéreo, es tan malo o tan bueno como incitar a la heterosexualidad: a ver si se nos mete en la médula. Lo que quizá no sea igual de positivo es incitar al catolicismo: a enajenar la libertad y los bienes porque lo pide la Iglesia. Lo demás, son milongas.
Recuerdo cuando visité ese país en 2001. La gente se comportaba con los turistas siguiendo un doble rasero: si ibas de rico, te comían la polla. Si eras mochilero (mi caso), te hacían continuos gestos de desprecio Pero eso sí: las calles, llenas de pintadas alusivas a Jesucristo; y los domingos por la tarde, las iglesias estaban a punto de reventar. Todos los asistentes, con pinta de estar a dos cuartas del suelo, con los ojos cerrados y borrachos de éxtasis (sí, pues va a ser eso, jejeje).
Moraleja: sé borde, desprecia como un mal samaritano al turista pobre, no hagas el más mínimo esfuerzo por lograr que el forastero sienta un poco de calor de hogar, rechaza a los putos maricones, ojito no nos vayan a salir los niños ladeados… pero eso sí: el domingo, los hermanos Kaczynski, los ministros, la defensora del espectador y quienes desprecian a los turistas, todos juntitos a misa a pedirle perdón al Señor. Como mi primo, como los rocieros de pro.
Por tanto, ¿qué tienen en común la romería del Rocío y el gobierno y la anquilosada sociedad polaca? Mucho, me temo. Quién lo iba a decir. Supongo que ya falta menos para que veamos el simpecado de la Blanca Paloma transitando por las calles de Varsovia, en carreta de plata iluminada por candelabros de guardabrisa y tirada por un par de bueyes. Eso sí, tapaditos con sus buenos calzones, que no se le pueden mostrar los huevos a la Madre de Dios.
¡¡Ay, Dios mío!! Si existes, ¿para qué inventaste los rayos?
De repente, mientras tratábamos de llegar a casa por una secundaria de las viejas viejas, Chema tuvo que pegar un ligero frenazo, pues el coche que nos precedía, y que estaba en medio de la calzada, tenía encendidas las luces de avería. Delante, un rociero superpijo ataviado con medalla de la Blanca Paloma, vaqueritos de marca y cinturón de piel blanco, había salido de su vehículo, el tercero en discordia, para charlar con el gordo con boina que conducía un todo terreno, cuarto implicado en esta historia. Insisto: todo esto, en medio de la calzada.
Ambos lucían un morenito considerable, gestado al sol marismeño durante varias jornadas de asueto, cánticos y buena vida. No se les veía preocupados. Nosotros, pobres inocentes, pensamos que o bien había una retención del carajo que no alcanzábamos a ver, o ambos se habían visto implicados en un accidente y estaban en los momentos previos a la cumplimentación del parte amistoso.
Pero no. De repente, cuando le salió de los huevos, el rociero superpijo se volvió a montar en su coche, elevó la aguja del velocímetro mucho más allá de donde recomienda la santa prudencia y atravesó Santiponce efectuando adelantamientos indebidos, y aliñados probablemente con fino y manzanilla. Por tanto, ni accidente ni retenciones: el chaval sintió la necesidad de coordinar su retorno almonteño con el compañero en medio de la carretera, cortó por su cuenta la circulación, y se paró donde le dio la gana. Que para eso es pijo y rociero, y estos días mandan ellos.
Odio el Rocío. Y lo odio, porque detesto la incoherencia brutal. Recuerdo un día, cuando Craso tenía pelo y yo también, que fuimos a la aldea almonteña para, entre otras cosas, visitar a un primo que hizo el camino forrado de pasta y con la hermandad de Coria. Ex policía municipal, es muy religioso y está metido en la parroquia hasta las trancas. Empezó a divagar sobre la conveniencia de prepararse para recibir la bendición de Su Santidad el día de Pentecostés, porque da indulgencia plenaria y así el beneficiario llega directamente al cielo.
Sin embargo, unos años después, el muy cabrón le pidió a su madre que pusiera el domicilio familiar a su nombre (curiosamente, una casa grande de pueblo en pleno centro y golosa como pocas para las inmobiliarias); cuando lo hizo, la ingresó de por vida en un asilo, donde se muere de pena sin ver a casi nadie. Pero eso sí, mi querido primo atesora una indulgencia de Su Santidad para darle con ella en las narices a Jesucristo si hubiera juicio final. Y si la legislación eclesiástica está de su parte (no sé cómo va eso), es posible que ni el mismísimo Hijo de la Macarena lo pueda empapelar. Ver para (no) creer.
Buena parte de mis clientes van al Rocío a dejarse los duros, a hacer relaciones públicas (y púbicas, I suppose) y a pasarlo en grande. En Sevilla, mucha gente pide préstamos personales para ir a la romería, pasándose entrampados el resto del año. Y aunque hay gente que acude de buena fe, también hay mucha tropa que se salta a la torera los principios evangélicos que en teoría alumbran todo el tinglao, pues caballo, manutención, trajes, alojamiento en temporada súper alta y carreta no están, precisamente, al alcance de cualquiera. En conclusión, detrás del simpecado va demasiada gente acomodada, que puede abandonar durante quince días su puesto de trabajo y gastarse un dineral en alabar a la Blanca Paloma. Y yo, que estoy hasta arriba de mierda, digo que más mierda no, gracias.
Pues sí: más mierda, sí. Hoy me levanto y mi amigo Quijote me informa de que la defensora del espectador de Polonia, gran país, no sabe si emitir los teletubbies puede representar una incitación a la homosexualidad. Claro que sí, con dos cojones. En un país gobernado por los gemelos Kaczynski, está muy bien vivir a la sombra de la corrupción y del Vaticano, pero no ir contra corriente. Incitar a la homosexualidad, así en etéreo, es tan malo o tan bueno como incitar a la heterosexualidad: a ver si se nos mete en la médula. Lo que quizá no sea igual de positivo es incitar al catolicismo: a enajenar la libertad y los bienes porque lo pide la Iglesia. Lo demás, son milongas.
Recuerdo cuando visité ese país en 2001. La gente se comportaba con los turistas siguiendo un doble rasero: si ibas de rico, te comían la polla. Si eras mochilero (mi caso), te hacían continuos gestos de desprecio Pero eso sí: las calles, llenas de pintadas alusivas a Jesucristo; y los domingos por la tarde, las iglesias estaban a punto de reventar. Todos los asistentes, con pinta de estar a dos cuartas del suelo, con los ojos cerrados y borrachos de éxtasis (sí, pues va a ser eso, jejeje).
Moraleja: sé borde, desprecia como un mal samaritano al turista pobre, no hagas el más mínimo esfuerzo por lograr que el forastero sienta un poco de calor de hogar, rechaza a los putos maricones, ojito no nos vayan a salir los niños ladeados… pero eso sí: el domingo, los hermanos Kaczynski, los ministros, la defensora del espectador y quienes desprecian a los turistas, todos juntitos a misa a pedirle perdón al Señor. Como mi primo, como los rocieros de pro.
Por tanto, ¿qué tienen en común la romería del Rocío y el gobierno y la anquilosada sociedad polaca? Mucho, me temo. Quién lo iba a decir. Supongo que ya falta menos para que veamos el simpecado de la Blanca Paloma transitando por las calles de Varsovia, en carreta de plata iluminada por candelabros de guardabrisa y tirada por un par de bueyes. Eso sí, tapaditos con sus buenos calzones, que no se le pueden mostrar los huevos a la Madre de Dios.
¡¡Ay, Dios mío!! Si existes, ¿para qué inventaste los rayos?