La independencia

Por fin se ha consumado. Dicen por ahí que cada vez son menos los jóvenes españoles que abandonan el nido paterno antes de los 35. Yo, desde el viernes, estoy en ello. Y la verdad es que me siento muy raro. Un amigo recordaba no hace mucho el lote de llorar que se pegó cuando se fue a vivir con su novia: no porque la chica fuese inmerecedora de tal honor, sino por dejar atrás las mismas paredes que lo habían acogido, junto a tu madre y hermanos, durante tantos y tantos años. No me ha dado por ahí, todavía; aunque sí le arreo vueltas al coco pensando en la soledad, en cómo ha evolucionado mi vida, en el futuro, en si seré capaz...
La del miércoles fue mi última noche antes de independizarme. El jueves y el viernes me quedé con Chema, y el sábado ya en mi nuevo hogar. Así que el miércoles fue un día histórico para mí. Curiosamente, esa madrugada que hacía las veces de epílogo a mi vida en casa de mis padres (qué raro me suena) soñé con un antiguo amor, con un chico que me encantaba en mis años mozos del bachillerato. ¿Qué habrá sido de él? ¿Y por qué acodarme de Francisco después de tantos años de contacto perdido? Pensando lo que no tiene sentido pensar, concluí que pudo ser un toque de atención que me daba el subconsciente: se acabó la 'adolescencia'; ahora toca ser padre de familia sin familia propia. Y en esas estamos.
Ayer hice la mudanza oficial. Preparé el equipaje: ropa deportiva, camisetas, un par de pijamas, los pantalones, un cargamento de ropa interior, jerseys de lana... como si fuera de viaje. Pero hubo un detalle revelador de las diferencias que había entre ésta y el resto de mis expediciones anteriores, y es que llevaba las chaquetas, las corbatas y el abrigo ése que me regaló mi madre hace tres o cuatro Reyes para ponérmelo con los trajes. Cuando colgué todo esto en la barra de mi flamante ropero empotrado y observé esas lenguas multicolor que son las corbatas, terminé por verlo claro: estaba ante el viaje más largo, y espero que el más apasionante, de cuantos haya hecho hasta ahora. Y sólo me he ido a sólo 25 kilómetros de mi casa de toda la vida. A veces, buscamos lejos, muy lejos, el bienestar psicológico que tenemos a tiro de piedra. Suena a paradoja, pero es real.
Ahora tengo ilusiones; también miedos. Paso a ser el único responsable de mis hechos, y el administrador del 100% de mi tiempo y mi dinero; cambio el autobús por el coche, pues no hay otro modo de llegar al trabajo desde casa, desde MI casa; debo encontrar momentos para ir a comprar, de lo contrario no como, ni visto, ni casi que vivo; debo hacer un montón de tareas domésticas que hasta hace dos días, literalmente, correspondían en buena medida a una madre chapada a la antigua; y planificar el régimen de comidas; y ¡Dios mío, qué caro vale todo, y qué pronto se gastan las cosas!
Por otra parte, en mi familia pocos han comprendido mi decisión. La primera mi madre, que se queda sola con un marido, mi padre, cabrón de pedigrí y al que no puedo ver. Y detrás, al menos un par de hermanos mayores que con los labios alaban mi opción, "es natural, es ley de vida", y con los ojos miran para otro lado cuando se plantea la necesidad de que ahora, entre todos los 'adultos', atendamos de algún modo a una madre operada e infartada que se queda, peor que sola, con su triste compañero de una triste vida de cincuenta y tantos años en común. Hasta ahora, en el día a día, yo me encargaba de eso.
Desgraciadamente, aún quedan muchos ciudadanos que no creen en la independencia psicológica, sino en la meramente física y si hay boda de por medio. Yo necesito respirar, las necesito a ambas. Hasta hace dos días, me faltaba el aire. No se puede vivir cuando a tu vera merodea un padre que sólo quiere joderte y menospreciarte, cuando la vida es un problema y mamá sigue pensando que la adolescencia no finalizó para ti. Me apetece sostener yo el mando de la tele, decidir mi menú y no escuchar discusiones estúpidas e innecesarias. Me siento como si fuera solo en la proa de un barco, mirando el horizonte y recibiendo en la cara una bofetada de aire frío capaz de hacerte ver que algo nuevo empezó para ti en beneficio de tu bien más sagrado: la libertad.
Pienso que mi decisión es la mejor receta para asumir que sé y que puedo. Para gozar de la buena vida y Aprender, así con mayúscula -gracias, Chema, por tu ayuda y comprensión-.
...ahora sólo espero que la suerte me acompañe...