"¡No te reconozco!"

Así de taxativo se mostró el sábado en su comentario. Mientras veía las fotos de Cazorla, descubrió que fui capaz de saltar a una poza helada y profunda desde una altura considerable, algo que en otros momentos de mi vida me habría dado pánico; que tengo una sudadera blanca con gorro, adquirida en las últimas rebajas; que pasé el puente con un chico al que conocí a principios del verano; que tengo un pantalón de cuadros por las rodillas y unas chanclas blancas... que hay, en definitiva, un montón de cosas nuevas en mi vida, que me permiten disfrutar y disfrutarlas a ellas también.
Sin embargo, creo que no me reconoce porque conoció a un Carlitos eclipsado por un sinfín de cosas que ahora no vienen al caso, y sobre las que he posteado en más de una ocasión. Yo siempre he sido un tío imprevisible en según qué cosas: ahora a nadie le extraña que me cuelgue la mochila al hombro y me vaya de casa, pero hace casi diez años, familiares y amigos se echaron a temblar cuando les dije que me iba solo, y sólo con un billete de ida, a Estonia, Letonia y Lituania. También recuerdo que en COU, la profesora de Historia Contemporánea me pilló en un aparte, y me dijo:
-“Carlos, no te entiendo; has hecho un gran examen, pero las preguntas que formulaste ayer en clase me daban a entender que estabas totalmente perdido... como que no venían a cuento en relación a la materia que estamos dando”.
-“Yo soy así, Mari Ángeles. Me como mucho el coco, soy un poquito inseguro, cruzo la información... y además, tengo una memoria nefasta para los nombres. Por eso, a veces tengo casi listo el lienzo, y es de mucha calidad... pero dudo sobre un color básico”, respondí sonriendo, con un tono casi confidencial.
Este verano que está a punto de terminar ha sido, bajo mi punto de vista, el tiempo del reencuentro. Del reencuentro con un Carlos que nunca debió perderse: con una persona que sonríe y que lucha por seguir haciéndolo. Con un tipo que, pese a dudar de colores básicos, cada vez tiene más claro que su cuadro es un gran trabajo. Y esto no ha hecho más que comenzar, porque disto mucho de ser el que era.
En estos dos meses, por primera vez en mucho tiempo:
-Me he comprado ropa chula, unas chanclas blancas y unos botines azules.
-Me he atrevido a hacer cosas que poco tiempo atrás serían impensables.
-He conocido a gente interesante.
-He vuelto a tener sensaciones que creía depositadas a perpetuidad en el arcón de la adolescencia.
-Me he largado a Centroeuropa con la mochila al hombro.
-He dormido con un amigo en el suelo de un tren, rodeado de bicis, de cajas y con dos subsaharianos sin papeles.
-He cantado coplas.
-Me he comprado un sofá enoooorme al que le estoy sacando un partido inmenso.
-Voy a comprar nuevos juegos de cama, toallas mejores, un dormitorio y a pintar sus paredes de verde.
-He chateado.
-Hemos sabido mantener el contacto... y el cariño.
-He salido hasta muy tarde.
-He desterrado algunos rencores.
-He disfrutado de la soledad en mi casa.
-He hecho el amor.
-He disfrutado del sexo.
-Me han tirado los tejos a saco, y he sabido tontear sin salir corriendo.
-He descubierto que puedo dar morbo.
-Me he emborrachado.
-Me he hecho un montón de fotos.
-Conozco sitios nuevos.
-También tengo amigos nuevos.
-He reído a carcajadas con inusitada frecuencia; incluso he llorado de risa, pero no de dolor o de saudade.
-He añorado.
-Incrementaré mi colección de... ;-)
-He puesto fotos mías en una web de contactos homosexuales para hacer amigos.
-He despertado abrazado a alguien a quien ya quiero mucho.
-He decidido que el tatuaje va a ‘caer’ en breve... y antes de final de año, puede que también el piercing.
-He decidido que, definitivamente, voy a cambiar de gafas.
-Me siento un poquito más seguro.
Pues sí, éste ha sido un gran verano. Puede que el más fructífero en mucho tiempo. Pero lo más importante de todo es que el otoño será aún mejor... y que yo sí me reconozco.