Anoche soñé...

Anoche soñé que caminaba por una ciudad donde era fácil sentirse como en casa. Donde uno querría vivir, aunque deba compartir piso y existencia con la lluvia. Donde las hortensias crecen preciosas y los gorriones se acercan, confiados, para pedir comida con tierno descaro. En mi sueño, me alojaba en casa de una chica rubia, dulce, tan encantadora que, cuando se giraba, yo miraba de soslayo para comprobar si tenía alitas. Recuerdo que su hogar poseía una personalidad muy fuerte, pues el olor de la pastilla de jabón, el sonido tan germánico de su cafetera, el crujido del suelo o el olor a madera vieja de las escaleras son, a esta hora, recuerdos casi reales: y eso que todo sucedió mientras dormía…
También soñé que en esa ciudad era fácil aparcar casi en cualquier sitio, y mucho más desplazarse en transporte público. Aunque menos que visitar alguno de sus cientos de museos (había incluso uno dedicado al ajo y sus virtudes), acceder a ellos mostrando el carné de prensa o, sencillamente, dejarse emocionar ante la belleza de sus calles y plazas, a veces ruidosas, pero casi siempre tranquilas, serenas, con una capacidad envidiable para transmitir sosiego, elegancia y sobriedad a un tiempo. Qué bonito lo vemos todo mientras soñamos…
Vivía momentos preciosos: acudía a un mercado turco repleto de productos, aromas y sensaciones que me trasladaban a Estambul; paseaba junto a Chema por una calle donde los tilos eran testigos de que existe la belleza; tomaba cerveza –tal vez demasiada, jeje- en todo tipo de bares; paseaba por los jardines de un palacio, repletos de flores; y en muchos de esos momentos, mientras caminaba o sencillamente al clavar la mirada en el horizonte, sentía que yo, viviendo allí, sería feliz.
Lamentablemente esta mañana desperté, y todo había sido un sueño…
¿O no?
Berlín 2008. Se acabaron las vacaciones. ¡Chimpún!
También soñé que en esa ciudad era fácil aparcar casi en cualquier sitio, y mucho más desplazarse en transporte público. Aunque menos que visitar alguno de sus cientos de museos (había incluso uno dedicado al ajo y sus virtudes), acceder a ellos mostrando el carné de prensa o, sencillamente, dejarse emocionar ante la belleza de sus calles y plazas, a veces ruidosas, pero casi siempre tranquilas, serenas, con una capacidad envidiable para transmitir sosiego, elegancia y sobriedad a un tiempo. Qué bonito lo vemos todo mientras soñamos…
Vivía momentos preciosos: acudía a un mercado turco repleto de productos, aromas y sensaciones que me trasladaban a Estambul; paseaba junto a Chema por una calle donde los tilos eran testigos de que existe la belleza; tomaba cerveza –tal vez demasiada, jeje- en todo tipo de bares; paseaba por los jardines de un palacio, repletos de flores; y en muchos de esos momentos, mientras caminaba o sencillamente al clavar la mirada en el horizonte, sentía que yo, viviendo allí, sería feliz.
Lamentablemente esta mañana desperté, y todo había sido un sueño…
¿O no?
Berlín 2008. Se acabaron las vacaciones. ¡Chimpún!