Hebras de vida
Últimamente conjugo un verbo con demasiada frecuencia: compensar. Todo lo vivido a lo largo de 2011, una sarta de hechos que transforman este año en el más difícil de mi vida, hace que me plantee si realmente merece la pena arriesgar. Si compensa intentarlo en un terreno resbaladizo como el de los sentimientos, sabiendo que caminamos con zapatos de traje por una pista de hielo.
Supongo que ahora mismo soy incapaz de arrojar un poquito de luz sobre esta cuestión: el insomnio me está matando; como poco, mal y a deshoras, mientras que la pena a mí sí que me come; la ansiedad me saca de quicio, como esos labios que besarlos era un agravio y costó el exilio a los sabios de ‘Peces de ciudad’; y además, no gano para lágrimas y pensamientos impuros, en el sentido literal de esta última expresión.
Sin embargo, cuando analizo con cierta frialdad, con algunos atisbos de neutralidad, las vivencias que he tenido a lo largo del último año y medio, hay momentos en que un esbozo de sonrisa se me dibuja en la cara. Puede que sean las primeras briznas de luz al final del túnel. Al fin y al cabo, he puesto mucho amor en todas ellas...
Hoy desayunando, recordaba aquel día en julio del año pasado. Era verano, hacía muchísima calor, pero la noche en Cartuja estaba llena de bruma, cercano Guadalquivir. Habíamos pasado la tarde juntos, fuimos a un concierto, y llegaba el momento de despedirse. Me llevó en moto hasta mi coche, que estaba solo en una inmensidad de hormigón y alquitrán. Al despedirme, le clavé la mirada. Y sin pensarlo dos veces, lo abracé. Con todas mis fuerzas, como hacía tiempo que no abrazaba a alguien: a fin de cuentas, en aquel momento éramos dos almas heridas por relaciones largas y frustradas. Lo solté, y me alejé sujetando su mano. Cuando me di media vuelta para subir al coche, me llamó: “¡Carlos!”. Giré la cabeza, y entonces lo dijo: “Dame otro”. Lo hice encantado. Más tiempo, con más fuerza. Quería que se sintiera protegido entre mis brazos. Me subí en el coche, y arranqué. Entonces fui yo quien dijo: “¡Espera!”. Eché el freno de mano, volví a clavarle los ojos y lo abracé como si me fuera la vida en ello. No hubo nada más, no tenía por qué. Ni siquiera un beso. Pero esa noche, en Cartuja, había dos personas que se daban calor humano, y que se necesitaban. Es uno de los recuerdos más bonitos que conservo... de toda mi vida, además.
Ha habido muchos más. Recuerdo como algo precioso aquel día que cierta persona y yo tratamos de mantener una relación completa en el sofá de mi casa... pero había un problema: la inexperiencia de ambos. Al final, nos dio la risa. Terminamos, pero costó :-)
También fue precioso aquel día del pasado invierno: yo estaba en casa preparando la cena, y él subió a ducharse. Bajó, para darme morbo, descalzo, con unos vaqueros y una chaqueta negra Adidas. Aquello era un tres en uno. No me pude resistir: a tomar porculo la cena. Lo cogí, lo arrinconé contra la encimera y me volví como loco: “¡¡Que nos van a ver los vecinos!!”, susurraba riendo a carcajadas. “Ya ves tú qué problema”, sentencié.
Aunque creo que pocas experiencias fueron tan sublimes como aquel día en que estaba yo boca arriba en la cama, con la cabeza sobre la almohada, y él sentado encima de mi cintura. Miré su cara de ángel, la expresión de su rostro, y me emocioné. Una lágrima resbaló por la comisura de mi ojo derecho, irrigando mi oreja antes de estrellarse en la tela esponjosa que recubría la cama. Y sobre todo, recuerdo el día que estábamos los dos dándonos un baño en casa, con el vapor impregnándolo todo, el aroma de las sales flotando en el aire y un sinfín de velitas creando ambiente. De repente, él se puso en pie para coger algo, y volvió a meterse rápidamente en el agua, muertecito de frío. Al inclinarse, emergió un pliegue en su vientre: en un vientre que formaba parte de un cuerpo fresco, de carnes prietas, y el más hermoso que he visto jamás. Creo que fue el momento de mayor excitación sexual que he vivido en mis 38 años de vida. Y él, el ser más bello y sensual que han contemplado estos ojos ahora húmedos por la emoción y el recuerdo... Lástima que nunca me creyera...
Menos tiempo hace que él me hipnotizó con su mirada azul, azul, azul. Recuerdo aquel día junto a la Torre del Oro. Estaba tan nervioso que era incapaz de mirarlo a los ojos sin sentir un poco de vértigo... incluso miedo. Me impresionó: o mejor dicho, me acojonó vivo. Aún tengo muy fresca la diferencia entre piquito, beso y morreo, o aquel amanecer en mi casa con relación completa e incidente incluido ;-)
Gigante fue ese momento en que iba yo caminando por la avenida principal de su pueblo, arrastrando mi maleta de mano. Tocó el claxon, me giré... y era él sonriéndome. Lo que sentí al ver de nuevo esos ojos fue algo indescriptible. Como también las sensaciones que tuve mientras paseábamos de la mano por “los huertos” en su ciudad natal, achispados por el vino y la plenitud de aquella vivencia. Todo ello sin olvidar aquel instante, subidos en el coche y de vuelta a casa, en que ambos teníamos constancia de que el otro se “subía por las paredes”. “Si quieres, aparco debajo de aquel puente, y...”. Le dije que sí, que sería algo nuevo para mí. Pantalones, zapatos, calcetines, ropa interior, camisas y camisetas, todo hecho un ovillo y depositado al voleo sobre los asientos delanteros. Sinceramente, nunca pensé que la parte de atrás de un vehículo diese para tanto...
Ha habido muchos más momentos: como aquella llamada desde Ljubljana, porque sabía que escuchar su voz me haría sonreír; o aquel baño en una poza de Cazorla, con sesión fotográfica incluida; o el día que intercambiamos los regalos de Reyes, y mostró esa carita de sorpresa al ver mi cama de 150x200 llena de regalos; o aquel “¿de verdad me vas a besar en la cara?”, de nuestra primera despedida; o el desayuno con tarta casera hecha por él para el día de mi cumpleaños; o aquel baño nocturno en su piscina, y todo lo que vino después (jamás olvidaré cómo me miró aquella noche); o el día que fuimos a pasear por el Corredor Verde del Guadiamar.
O la víspera de su llegada, que Servidor estaba con los nervios propios de la noche de Reyes mientras cenaba con Quique, recién despedido por los jerifaltes de su productora; o aquel momento en el M2M en que, tras desabrochar su camisa verde a cuadros marca G-Raw Star, cogió mi mano y la pasó despacito sobre su pecho terso, lampiño, duro: por unos instantes dejé de ser un hombre para convertirme en un toro... y me controlé, como siempre me controlo, maldita la hora; o aquella cena-casi epílogo en casa de Miguel, con Belinda Carlisle cantando de fondo Heaven is a place on Earth, irónicamente. Y cómo no, esos labios, esa nariz y sobre todo esos ojos azulísimos que tengo grabados a fuego en mi cerebro, y que me aún me martirizan tanto, tanto, tanto...
En todo el tiempo que ha transcurrido desde que rompimos Ch. y yo, hace año y medio, ha habido sexo con más personas: pero sólo con tres de ellas existieron sentimientos. Ahora, uno es un gran amigo, de lo mejor que ha llegado a mi vida en muchos años. Otro, a quien amé con locura, desapareció tras decirme “Para mí no eres nada, ni amigo ni enemigo: nada”. Y el otro es, en estos momentos, una herida abierta y sangrante. El tiempo dirá en qué queda todo esto. Aunque lo cierto, lo único cierto, es que en todo este camino ha existido un rosario de vivencias por el que merece la pena vivir... y tal vez, incluso sufrir. ¿Compensa? Pues no lo sé. Ahora mismo no estoy en condiciones de asegurarlo, aunque puede que así sea :-)
5 Comentarios:
Como casi siempre, te lo dices todo tu solo.
Te deseo calma para la próxima vez que arriesgues, porque creo que lo volverás ha hacer, y creo que es bueno.
Un beso grande tío.
Por Argax, a las 7:55 p. m.
Argax, necesito hablar contigo, tio. Que me cuentes con detenimiento como lo ves, y como me ves. A ver si tomamos un cafe.
Por Carlitos Sublime, a las 8:24 p. m.
Constato -y me preocupa-, la menor duración de las relaciones respecto a las proclives de ser bendecidas por el Benedicto Team.
Que tampoco, oye....
Bonito el post del azul; lo siento.
Por Toy folloso, a las 8:14 p. m.
El post del azul? Cuál de los tres? No lo sientas, hombre. En su momento los escribí con el corazón :)
Por Carlitos Sublime, a las 12:25 a. m.
Compensa siempre. Es todo química cerebral, también las depresiones y disgustos... lo mejor para arreglarlo es acostumbrar a tu cerebro a que pase más tiempo con estos recuerdos positivos, y graciosos, que con la tortura de la ruptura. Vendrán otros amores, otras emociones, y serán también maravillosos. Cuídate!
Por Blogux, a las 11:33 a. m.
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