Both sides now
Llegué a casa cuando las agujas del reloj marcaban las tres de la madrugada. Estaba entero, despabilado, tal vez porque había dormido una siesta casi nocturna de un par de horas y porque sólo había ingerido una cerveza por mor de la Dirección General de Tráfico... y de la responsabilidad personal, obviamente. Los desplazamientos de Sevilla a Gerena siempre son un caldo de cultivo para la reflexión, para la puesta a punto de los engranajes mentales, la clasificación de recuerdos e inquietudes, las sonrisas o las lágrimas, según toque. Sin embargo, nunca había hecho eso: apagar el motor del coche nada más llegar, y quedarme dentro con todo a oscuras, en silencio, acompañado únicamente por la música que brotaba de los altavoces. Un conjunto de interpretaciones cuidadosamente seleccionadas en función de ese momento, de mi estado personal.
Sonó, porque así lo quise, ‘Songbird’, de Eva Cassidy. Después de verte, aunque fuera sólo un ratito, yo también sentí que cuando estoy contigo, todo está bien, y me ilusiona tener el presentimiento de que a tu lado nunca tendría frío. Lo escuché y lo saboreé durante unos instantes. Pero a continuación, ese Carlos más chamuscado, el que ahora no se fía ni de su sombra pese a tener el corazón muy vivo y que se halla inmerso en un periodo de reflexión, saltó con el dedo a otro tema con mucha sustancia: “Both sides now”, de esa gran dama de la canción que es Joni Mitchell.
También yo he visto formas hermosas en las nubes durante algunos años de mi vida, mientras que en otras etapas, ellas simplemente me han quitado el sol, la luz. También yo, en el amor, he sentido un mareo danzante mientras que el cuento de hadas iba tomando forma, mientras que ahora observo la conversión de esos recuerdos en cenizas inertes y apagadas. Ni siquiera quedan brasas ardientes: sólo polvo, tan inútil que de ahí no saldría ni barro al mezclarlo con agua. Y siempre, siempre, esa perenne sensación que describe Mitchell de no saber nada del amor...
Empecé a llorar, y a llorar, y a llorar... porque en esto del amor, he aprendido lecciones a base de hostias, y en ocasiones he tenido a mi servicio al profesorado más cruel, injusto y despreciable que a un ser humano podría tocarle en suerte –más bien en desgracia-. ¿Pero qué me ha llevado a tolerar ciertas cosas? ¿Bondad? ¿Miedo? ¿Cobardía? ¿Ceguera a veces voluntaria, a veces no tanto? En realidad, como dice la gran Joni Mitchell, no sé nada de la vida...
Apoyé la cabeza en el respaldo, y me quedé dormido. Cinco minutos después no estaba en las afueras de Sevilla, sino paseando de noche por una silenciosa ciudad de Trieste. La última vez que estuve allí, no hacía más que pensar en él. En el reencuentro que iba a producirse en mi casa tres días más tarde, pues así lo acordamos cuando estuve en Ljubliana. Por eso la genial señora Mitchell no dejaba de cantar: “It’s love’s ilussions I recall”. Mirando hacia el suelo, me dejé guiar por la brisa, y al llegar a la costa, tras una larga caminata, me descalcé para sentir la frescura de la arena bajo la planta de mis pies.
Anduve y anduve, dejando a un lado los resplandores broncíneos de la Piazza Unità d’Italia, y atrás aquellas falsas ilusiones de amor –ahora lo veo así- que construí en mi cabeza durante mi visita del pasado verano. Me senté en la orilla del Adriático para sentir el abrazo de ese aire marino y fresco, y para observar el hermoso espectáculo de un reflejo lunar sobre las aguas fragmentado por el movimiento en un sinfín de lombrices luminosas: como si fuera la gran cabeza de la Medusa, tan itálica ella. Allí estaba Carlitos, en una ciudad que en otro tiempo fue frontera de ese abismo que representó el Telón de Acero. Ahora, ni había armas, ni cortinas de aleaciones metálicas, ni malos rollos con los eslavos: sólo un reflejo de luna troceado, y la inigualable voz de esta canadiense universal recordándome al oído que, ahora sí que sí, “I’ve looked at love from both sides now”. Y que eso escuece lo más grande...
¿Estar en Trieste, por su pasado fronterizo entre dos concepciones de la vida y de la organización político-social, era un modo onírico de situarse al borde del abismo? Es curioso que el nombre de esta urbe se parezca tanto a la palabra Triste...
Un ladrido de mi perro Horacio me devolvió de repente al pequeño habitáculo metálico que me envolvía, y la música seguía sonando. Decidí que ya había sido suficiente, que tocaba descansar y callar al perro. Que tanta reflexión y tanta contrariedad resultaban agotadoras. Que poco a poco, poco a poco... Que no hay que perder la cabeza ni la mesura por nadie, sin que al menos antes te hayan dado pie para la entrega casi incondicional... y aun así... Que las heridas del corazón cicatrizan con el tiempo, y que por mucho que uno pueda pensar que a veces las separaciones son un premio más gordo que el Gordo de la Primitiva –por aquello del “uff, de la que me he librado”-, siempre queda un rastro. Sutil a veces, pero siempre rastro. Y una necesidad de extraer conclusiones y enseñanzas: la primera, que no conviene embarcarse en una travesía cuando aún se tiene medio pie en el barco anterior... pese a que siempre nos puedan asaltar ciertas dudas al respecto.
Salí del coche envuelto por el silencio de la noche gerenense. Hacía calor, pero ésa era la realidad, mi realidad, siempre más placentera y más constructiva que el mundo onírico, os autorreproches, el “cómo he podido estar tan ciego” y en definitiva los “icecream castles in the air”, que citaba Mitchell en su gran canción. Mejor agarrarse a lo que tenemos, a lo que nos hemos currado, que a lo accidentes del pasado: especialmente cuando éstos tienen que ver con algo tan etéreo e intangible como el amor, y menos cuando ya no hay soluciones, sino páginas marcadas, subrayadas y bien pasadas del libro de la vida. Todo lo más, algunas enseñanzas. Así que Horacio, porfa, sigue ladrando :)
3 Comentarios:
El mundo onírico tiene sus ventajas. Es como le de verdad, tiene sus barrios chungos, esos que es mejor no visitar hasta que no no va armado y seguro hasta los dientes.
Hace tiempo que yo dejé de intentar entender el amor.
Bersos
Por Argax, a las 8:01 p. m.
Las mismas fuerzas que nos impulsan, que nos hacen sentir más vivos, más arraigados en la existencia; son las que luego nos pueden hundir en los abismos. El amor es una de ellas. Pero la alternativa casi no existe, es vivir o no vivir, aunque vivir implique equivocarse, embalsamarse es peor.
Por mikgel, a las 1:19 p. m.
Muchas veces me he hundido en los abismos de la decepción y llorado por que no puede ser, pero ahora ni eso siento. Un gran y helado vacio donde ni la tristeza, ni los fantasmas del pasado se atreven a entrar.
Por Ana Rosa Tinoco, a las 12:23 a. m.
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