Polaris
“Y si alguna vez os perdéis en medio del campo, recordad que esa estrella, Polaris –dijo, señalándola con el dedo- marca siempre el norte”. Rodeados de helechos gigantes, y con las luces de Gibraltar en el horizonte, el sargento primero Madrid nos daba trucos de primerizo para sobrevivir en la naturaleza. Sin embargo, mientras la tropa escuchaba atenta, Carlitos miraba en vertical hacia el cielo... y lloraba. Pensaba. Percibía la belleza en forma de estrellas, muy muy brillantes, como si fueran manzanas luminosas que giraban alrededor de nuestras cabezas, mimetizadas con gorras negra, verde y marrón. Arriba, un reguero de diamantes fosforescentes; delante, la costa peninsular plagada de motas eléctricas doradas y plateadas.
Cuando la oscuridad más absoluta nos envuelve en un contexto natural, tendemos a la reflexión. Incluso a la filosofía de baratija. Al menos, yo lo hago. Aquel día de 1997, a dos kilómetros de la frontera con Marruecos, lloraba porque me percibí diminuto y solo. Porque recordaba a mi madre, también sola a su manera, y a una hermana a la que adoro que sobrellevaba con más voluntad que acierto la maternidad recién estrenada, y además los rigores de un segundo embarazo. Y yo con los estudios universitarios concluidos, tres duros en Argentaria... y unas perspectivas poco definidas. ¿Qué iba a ser de mí cuando las luces de Sevilla me impidieran ver los brillos nocturnos en el cielo, unos meses después? Trabajo no había, esperanzas casi tampoco... Y todo aquello se lo confesaba un servidor a Polaris y a sus homólogas mientras el sargento nos recordaba que el musgo siempre crece, también, hacia el norte marcado por esa gran estrella...
Hace algunas jornadas, mi reciente afición a la juerga en demasía fue causa de que mis perros salieran de paseo más tarde de lo habitual. A esa hora las calles simplemente yacían, y el silencio gerenense lo envolvió todo. Polaris asomó de nuevo: eso sí, apocada esta vez por una luna de pastores que todo lo pudo. Un duelo de luz difusa amarillenta, tenue, generada por la gran lámpara lunar, y de rutilantes puntitos blanquecinos, plateados, que salpimentaban todo el celeste. Como en Ceuta, aquel día, pero esta vez también con luna llena. Luna de pastores.
Paradójicamente clavé los ojos en el suelo, húmedo por mor de las recientes lluvias, y me adentré en un entorno oscuro de encinas y lirios silvestres mientras pensaba quién soy... y de dónde vengo. ¿De dónde vengo? De un vertedero en el que nunca debí haber estado. ¿Quién soy? Inevitablemente se me vinieron a la cabeza ciertas percepciones que tengo de mí mismo: la conciencia de ser el español que desafina en el coro de Babel, como dice Sabina; o un cosmopolita en Gerena y un pueblerino en Manhattan, y viceversa; o más sencillo aún, la mota en la leche, y la gota de leche en la leche; o de ser el padre fundador del Síndrome de Asperger y el mejor relaciones públicas de mi vida y de la tuya. De ser, en definitiva, tan contradictorio como maquinal. Tan jodidamente humano...
Un tanto frágil, un tanto confuso. En esas estaba...
Ayer me topé contigo, y vi que me hablabas con franqueza, que nos reconocíamos en el otro, y que no te importaba que tus piernas y las mías se rozaran bajo la mesa del bar. Y que te apetecía pasear conmigo, y a mí contigo. Y que ambos quisimos parar el reloj, aunque no pudiéramos, pero sí lo estiramos. Y descubrí que, por unos instantes, las crisálidas eclosionaban en mi tripa y las alitas neonatas acariciaban su cara interna... pese a que yo las creía digeridas y expulsadas. Y me repetía “Noo, nooo, nooo...”, pero no pude evitar las cosquillas, aunque las quise catalogar de molestias gástricas. Y me atreví a tocarte, con el reparo que merecían las circunstancias: y me percaté de tu algodonada suavidad... y de que no te importaba. Y sin pensar te eché el brazo por encima, y acerqué tu cabeza a la mía. Y reí. Y sonreí. Mucho. Y me contuve, y me contengo. Mucho también. Casi tanto como me gustaste, y como creo que te gusto. Pero tiempo al tiempo: me repito y te repito, tiempo al tiempo...
¿Qué soy? Una mezcla de todo eso y mucho más. Aunque hoy, sobre todo, soy un tipo ilusionado...
3 Comentarios:
Ay, niño, así que por eso te fuiste a vivir al campo, para poder ver la estrella que te hace reflexionar!
Tu forma de escribir, tan pausada, tan reflexiva, tan limpia, se disfruta siempre.
Eso por un lado, por el otro, me quedo con esa autorreflexión, con el constante preguntarte quién eres y dónde vas a acabar, preguntas que están en la base de la locura pero también de la evolución, mejor arriesgarnos a volvernos locos que ser estatuas con los pies anclados en un camino marcado por deseos que no nos pertenecen.
Así que sigue criando mariposas en la tripa, sigue siendo curioso, sigue... ah! y tómate una cerveza conmigo para que podamos insultarnos cara a cara, tu me entiendes ;)
Un berso.
Por Argax, a las 6:00 p. m.
Mira, pensé que te habías comprado una moto para la nieve....¡si estará toda fundida ya!.
(La espectación que produce ver en el lector de feeds que de nuevo nos haces vivir algo de tu vida, cachondeo aparte).
Por Toy folloso, a las 12:20 a. m.
Dices: "De ser, en definitiva, tan contradictorio como maquinal. Tan jodidamente humano..."
Y esa es la respuesta a todas las preguntas, el final de cualquier refexión, somos humanos, somos tan humanos que eso nos hace ser enormes y minúsculos, únicos, influenciables, volubles, sólidos... contradictorios.
Me alegro de que te aniden las mariposas, es una bella forma de vivir, quizá la única.
Por mikgel, a las 11:03 a. m.
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