Mol, life and so on

martes, octubre 25, 2011

Terapia bélica de papel en blanco




Quiero escribir. Necesito sentir que manchando en negro sobre blanco, aliviaré mi congoja. Un malestar que asfixia, y que aun siendo consciente de que debo transitarlo, me está provocando un desgarro. Para llegar al destino, a veces los trenes atraviesan túneles. Y no siempre se percibe la luz al final: eso es cierto. Pero el buen viajero, el que tiene experiencia en caminos, etapas y metas, sabe que salvo catástrofe la claridad termina por impregnarlo todo, y donde en un instante la cristalera sólo deja percibir hollín, olor a combustión, color negro y un ruido insoportable que retumba en paredes circulares de hormigón, al siguiente nos enseña el sol, los pájaros, el silencio diluido y el paisaje verde.

Eso sí: mientras el tren-tiempo hace su trabajo, yo necesito aporrear el teclado y aligerar mi equipaje. Un mientras tanto, una pequeña balsa. Una razón para olvidar cuando te sientes muy olvidado. Un billete hacia el viaje interior, hacia el qué quiero y qué siento. Hacia el vacío injustificable y la nada inexistente. Un bálsamo para la rabia que lampa por salir y a veces asoma cuando no debe.

Surco un océano picado. Soy un barco sólido, de guerra. Tengo la calidad de unos materiales que me hacen fuerte, muy fuerte... aunque a veces olvide que soy el orgullo de la Marina y me crea un cascarón flotante. Poseo la mejor tripulación, una hoja de ruta muy bien diseñada, miles de horas de navegación y más cañones que el Bismarck. La gente que entiende de buques dice que soy magnífico, casi extraordinario. Qué sabrán ellos... ¿o sí?

Ahora navego por altamar, y el temporal es tremendo. No puedo volver a puerto, es inviable. Ojalá fuera un neutrino, en lugar de un acorazado, y pudiera viajar en el tiempo para permanecer amarrado en puerto... pero ahora que lo pienso, los barcos estamos hechos para navegar. Quedarse en refugio por miedo a la tormenta y a sus efectos en la inmensidad azul es tan absurdo como no querer salir a pasear por si las macetas vuelan. Por tanto, si me pilla la borrasca, como así ha sido, debo poner a la tripulación en estado de máxima alerta y aguantar las embestidas de las olas. Mi objetivo, mi único objetivo, es seguir navegando, pues para eso me botaron. Como todo barco que se precie.

A veces, la situación que atravieso me impresiona. La proa entra y sale de la superficie marina, emerge y se sumerge intermitentemente, quedando impregnada de salitre, de aceite y de grasa. El ruido de las olas golpeándome es ensordecedor, suerte de buenos materiales. La potencia de los golpes ha provocado una fuga de combustible, que dificulta el avance; daños en el radar, impidiéndome saber a ciencia cierta dónde estoy y adónde voy; y lo peor de todo, una brecha pequeña en el casco, que es el mayor riesgo para una navegación segura.

Podría perder la batalla, acabando partido en dos a cuatro mil metros de profundidad. Un poco de más mala suerte, un mal golpe del destino, otro impacto en la grieta, y la suerte podría estar echada. Pero por fortuna, soy un gran buque. Cierto que la historia está repleta de grandes buques que se fueron a pique, pero mi caso será distinto. Lo sé, por mi experiencia surcando mares. Al fin y al cabo, en peores circunstancias he navegado.

Y en el fondo, muy en el fondo, sé que esta tormenta tampoco es tan fuerte. Así que pese a los riesgos, debo seguir mi ruta hasta alcanzar la costa, sabiendo que amainará más pronto que tarde. No estoy solo: hay otros buques más o menos cerca. Saben que tengo dañado el radar, pero me hacen señales luminosas en Morse que representan un canto a la esperanza en mitad de esta noche oscura del alma: “Estamos aquí, no navegas solo. Te estamos vigilando. Un Save Our Souls, y vamos al rescate”. Eso me tranquiliza.

Como formamos parte de una misma flota, me han cedido especialistas para reparar los daños. Trabajamos todos juntos, en equipo. Lo hacen por mí. Da gusto formar parte de una buena flota, y la mía es de las mejores... aunque a veces el pánico y el miedo a sufrir daños haga saltar todas las alarmas. Me falta perspectiva, confianza para saber que una patrullera no puede ganarle la batalla a un acorazado, y menos cuando ignora las buenas prácticas de la navegación. Tampoco dos patrulleras. Ni siquiera tres, aun diseñando una estrategia envolvente. Los acorazados, y yo tengo la suerte de ser uno de ellos, fuimos fabricados para superar esos contratiempos.

No hay nada que temer cuando sabes quién eres, qué tienes y qué puedes. Cuando eres consciente de que tus fortalezas y recursos están por encima de la media. Me gusta. Me gusta ser un buque de guerra poderoso que se sabe parte de una flota indestructible. Aunque a veces me falle el radar y pierda un poco el rumbo.

A Chema, Adrián, Angélica, Magic, Nacho, Ana Rosa, Salva, Jaime, César, Pepi, Ito, Paqui, Andrés, Manolo Sánchez y demás portaaviones, acorazados, destructores, fragatas y corbetas que surcáis las aguas de Europa y América: GRACIAS. Mi gratitud y mi reconocimiento es todo lo que puedo daros en este momento difícil de fragilidad aguda. Pese a todo, seguiremos navegando.

3 Comentarios:

  • Querido Barquito:

    Cuando llegues a puerto, desacorázate y, en le próximo viaje, deja navegar cerca sólo al que se lo merezca...

    Un beso de una de las barcas de Alberti.

    Por Blogger Argax, a las 11:22 a. m.  

  • Grandísimo eres, Argax. Nunca defraudas :)

    Por Blogger Carlitos Sublime, a las 2:17 a. m.  

  • Sublime mi valeroso capitan...subleime...

    Por Blogger Ana Rosa Tinoco, a las 9:35 a. m.  

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