Mol, life and so on

miércoles, febrero 09, 2011

"¡Que sigáis viniendo por aquí!"




Aquella noche, fría como pocas, se tornó aún más gélida y brumosa por la cercanía del río. Coria parecía Londres, pero en pequeño y sin bombines. Caminaba, ataviado con un abrigo largo de cuello alto que, al menos, protegía mi nuca de la intemperie. Llegué a la iglesia sin convencimiento: de nuevo se impusieron la obligación, los compromisos familiares, el deber y el tener que. No entendía, ni entiendo, que una corporación privada decida organizar por su cuenta y riesgo una misa de difuntos, en este caso a la memoria de mi padre –ellos decían “por su eterno descanso”-, y no cuenten con la disponibilidad de la familia. Pero eso, al final, fue lo de menos...

Llegué y, en la puerta de la capilla, mi hermano y su mujer tenían caras de circunstancias: “¿Dónde está mamá?”, me preguntó. “No sé, acabo de llegar, como ves”, respondí. Unas cuantas primas de mi padre, con sus respectivos esposos, palomeaban a nuestro alrededor, preguntando cómo estábamos y qué tal lo llevábamos. Apareció mi madre sin ganas ningunas de estar allí, pensando tal vez que ese municipio le traía malos recuerdos y que, con suerte, nunca volvería a poner un pie sobre sus calles adoquinadas. Entramos y un señor mayor se dirigió a mí mientras señalaba con el índice hacia la imagen de la Virgen: “Mira, mira, es la de tu padre; cada vez que la veas, te acordarás de él”, me soltó embargado por la emoción, rancia, rancia. Yo sonreí tímidamente, asumiendo que todo aquello me pillaba a contramano.

El cura-bólido nos hizo el favor de concluir la ceremonia en poco más de veinte minutos, y entonces pensé que, con suerte, una hora más tarde estaría tumbado en mi sofá. No fue así. A la salida, esas mismas primas zureantes que nos saludaron al llegar, y cuyas caras se tornaron tremendamente familiares tras dos meses de hospital, muerte, velatorio, funerales y postfunerales, se dirigieron a nosotros con cara de súplica: “Que sigáis viniendo por aquí”, repetían una y otra vez. Al principio no entendí el porqué de sus palabras, aunque luego, bajo una bruma nocturna aún más intensa, descubrí que aquellas mujeres temían dejar de vernos, conscientes de que el único nexo de unión entre nuestras familias había sido, precisamente, mi difunto padre.

Está claro que cada persona es, además de ella misma, una puerta de entrada y de salida. Igual que esas fichas del juego de hundir barquitos, hay algunas que al tocarse arrastran a otras de su alrededor. Mi padre llamaba y visitaba a sus primas: a un grupo de señoras que, en ocasiones, ni sé cómo se llaman, dónde viven o a qué se dedican sus hijos. ¿Qué ocurrirá ahora? Parece que todos estamos buscando algún tipo de excusa para, de algún modo, seguir en contacto: poner fotos en común, ver a primos dispersos después de muchos años, y eventos similares. Soy poco optimista en este sentido, porque a mi alrededor veo con frecuencia demasiadas buenas intenciones y muy poca voluntad de concreción. Sin embargo, la muerte de mi padre me ha acercado tímidamente a personas cálidas cuya existencia apenas intuía, que nos han brindado cariño, solidaridad, compañía, y han hecho esfuerzos a cambio de nada. Tal vez por eso, y pese a mis reticencias iniciales, merezca la pena dejarse llevar un poco... Porque, al fin y al cabo, ¿qué habría que perder?

3 Comentarios:

  • Yo redescubrí a mi primo pequeño después de 17 años de ausencia, él ni se acordaba de mi, y todo sucedió después de la muerte de mi abuela, y ahora, somos íntimos, nos queremos muchísimo.

    Vale la pena acercarse a aquella parte de la familia con la que te sientas mejor.

    Besazos!!

    Por Blogger davichini, a las 3:14 p. m.  

  • Creo que davichini ha dado en la clave, tener cerca a personas con las que estés agusto y te hagan sentir bien.
    Las familias, ese gran tema.

    Un besote querido.

    Por Blogger Argax, a las 9:59 a. m.  

  • Pues yo tengo familiares a los que no veo ni sé de ellos desde hace años. Eso sí, cuando intuyen que puedo solucionarles algún problema, zas, aparecen de la nada y te sueltan eso de "pero si estás perdido, si no quieres nada con nadie".
    Encima como si la culpa de haber perdido todo contacto fuera solo tuya. Como si el solo hecho de compartir vínculos de sangre te obligara a dejar lo pendiente por hacer para delicarle todo el tiempo que no tienes a sus asuntos.
    Después de tantos años de experiencias en este sentido, de buenas a primeras a estos mamones les pego delicadamente una patada en el culo y hasta más ver.
    Con la edad me estoy volviendo un poco insoportable, pero qué se le va a hacer.
    Besos.
    El Enano Saltarín.

    Por Anonymous Anónimo, a las 3:53 p. m.  

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