Mol, life and so on

jueves, marzo 27, 2008

Pásalo


Boicot olímpico ¡¡YA!!

miércoles, marzo 19, 2008

Tu rostro, mañana



A Andrés, mi mejor amigo, por ser mi hermano.
Javier Marías no pretendió ser profeta, pero ejerció como tal. Tu rostro, mañana, deslumbrará a una Sevilla masoca que anhela gozar con el efecto cegador de su luz. Pasada la medianoche, el claro de luna llena se atreverá a acariciarte con sus rayos, envidiados por multitudes que se agolpan a tu puerta deseando verte pasar.
Faltan horas para que la Resolana y Feria vivan su día más largo, su noche viva. Cristo volverá a ser condenado ante Pilatos, pese a la intercesión de Claudia Procula. La vieja Hispalis será testigo, y aplaudirá al paso del Nazareno maniatado que, paradojas de esta milenaria urbe romana, ha elegido sus mejores galas para morir.

Acompañado por decenas de centuriones, lanzas, corazas, tambores y cornetas, avanzará hacia el foro catedralicio muy despacito, de costero a costero, casi bailando al son que le toca su barrio, mi barrio. Surcará las calles ese resplandor dorado que emerge de la bruma, cercano Guadalquivir. Y después el terciopelo verde recoge el testigo, anunciando la buena noticia: “Os traemos a la Niña de San Gil”. Sevilla emitió el veredicto exculpatorio, aunque el romano gobernador se lava las manos para que así haya un Gran Poder caminando por la Gavidia.

El público se relaja: sabe que todo lo bueno se hace esperar, y de la nada surgen café y pestiños que se comparten en la multitud con fraternal armonía. Pasan el mediatrix y el simpecado: “¡Hermanos del sexto tramo, cubriros!”. Los niños alivian el plantón pidiendo cera, estampitas, caramelos… El guión de la coronación cruza los umbrales de la basílica, mientras que el exterior de este templo con romana denominación es un hervidero de personas que se agolpan para cumplir su sueño de primavera.

Un “¡Ohhhh!” generalizado es la respuesta ante un globo de helio que coge en vertical las de Villadiego. Luego surge el murmullo, afloran los primeros nervios tras la tensa y larga espera. Junto al Arco se oye el martillo. Primeros aplausos. El bacalao pasa desapercibido, aunque Sevilla capta el mensaje: se acaba la marea verde y merino. Ciriales arriba. Plata y cera de abeja para anunciar la verdad más grande: no se puede vivir sin Esperanza.

Silencio. Un paso racheado, suavito, se arrastra hacia la puerta. Más silencio. Justo ahora, el Hijo de Dios está siendo condenado en la calle Trajano. Tal vez porque Pilatos buscó el veredicto de tan sevillano dignatario. Alea iacta est, la secular Hispalis podrá seguir contemplando el prodigio generación tras generación. “Mu poquito a poco, miarma; vamo a llevarle a Sevilla lo que es de Sevilla”, grita el capataz del palio con un nudo en la garganta. Asoman las lágrimas, los vellos como escarpias, el temblor en los labios. Un cornetín avisa: ya empieza el éxtasis.
Suena el himno, y a continuación, casi sin pausa, el aire se impregna de unas notas que en la Madrugá, más que nunca, pertenecen a una marcha con nombre epitético: “Pasa la Macarena”. No hay evidencia más gozosa…

Ese rostro, muestrario de la belleza, la sonrisa y la pena, lo inunda todo. Consciente de sus limitaciones, la luna se asoma con timidez bajo el intradós del arco que lleva nombre de barrio, de vieja huerta romana… de Virgen, de reina… de mi única reina. Yo tardaré un poco en ver su belleza maternal, casi divina, infantil, pues un año más la marea de terciopelo me arrastrará hacia Sevilla. Esta noche de noches seré sólo suyo. La sentiré, pero no la veré si me giro. La acompañaré junto a los miles de hombres y mujeres que cada año, como la luna llena, se asoman a verla pasar.

Y en la mañana del Viernes, cuando el sol incline sus rayos ante la luz, Ella y yo volveremos a encontrarnos al final del camino, como dicen los creyentes que ocurrirá cuando concluya la vida, metáfora paradójica. Cansados, agotados, pero será nuestro momento. El reencuentro. La Esperanza Macarena se girará hacia mí pausadamente. Sentiré que me escanea su mirada directa, cálida, y un año más no sabré mantenérsela. ¿Quién lo haría? “Si pudiera rezar… pero ya no me sale”, diré. Aunque eso no evitará que afloren el mar de lágrimas, las vivencias, los recuerdos de toda una vida a la sombra de su manto verde y oro.

Todas las sensaciones concentradas en un puñado de horas. Experiencias, memoria, sentimiento, estética, fe, amor, historia y arte. Pero, sobre todo, la perfección de su rostro…

…y será mañana. Algunos tenemos la fortuna del privilegiado.

lunes, marzo 10, 2008

La alegría de vivir


Eran los viejos tiempos del chat de Terra. Recuerdo que estaba a punto de abandonar la sesión, pero algo me retuvo. Tal vez una intuición, o quizá la necesidad de charlar con alguien afín, sentida por un Carlitos con escaso bagaje en ese aspecto. Lo cierto es que Jaime se mostró dispuesto, y ¡oh sorpresa! no empezó preguntando por el tamaño de mi pene. Tampoco si soy activo o pasivo ni por mis otros hábitos sexuales.

Ambos pensamos que éramos muy parecidos: quizá demasiado, incluso. Nos gustaba el color azul, teníamos poca experiencia homosexual, una profesión al uso, un estilo de ropa más bien clásico, ciertos comederos de coco por mor de la religión, una visión similar del mundo...

Poco a poco, sin pretenderlo, fuimos creándonos mutuamente la necesidad de saber del otro. En apenas tres o cuatro días, manteníamos conversaciones nocturnas de varias horas: yo, tumbado sobre la cama de mi dormitorio, sentía y vivía aquella historia casi como un quinceañero ávido de exprimir una faceta inexplorada de mi personalidad. Tan desconocida, que ni yo mismo pude prever mi reacción: "Me voy a conocerte", le dije. Y él, encantado. Antes, cuando las webcam eran ciencia ficción, el único recurso para conocerse era la foto vía e-mail. Nos habíamos visto... y nos habíamos gustado.

Entonces, ¿por qué no liarse la manta a la cabeza? Aquel viernes por la tarde, unas horas antes de salir para Madrid, yo estaba hecho un flan. Fui a un concierto de Artefactum cargado con algunos regalillos que le compré como recuerdo. Y a la 01:00 de la madrugada, con la complicidad exclusiva de MagicGnoma y de Andresito, me monté sigilosamente en el Sevibus que me llevaba a conocer a alguien que, para mí, era familiar desde hacía varias vidas. De las seis horas que duraba el viaje, al menos tres nos las pasamos charlando: yo le leía fragmentos de libros que me encantaban, poemas de Benedetti, y sentía cómo a él se le cortaba la voz al otro lado, tan lejos, tan cerca...

Nos encontramos en la estación madrileña de Méndez Álvaro, nos fundimos en un abrazo y le entregué una rama de azahar, haciendo honor a mi nick y porque esa flor le encantaba, según me había dicho previamente. Desde el principio hubo una estrecha complicidad, aunque también las lógicas precauciones entre dos personas que, aun creyendo ser transparentes, en el fondo eran dos perfectos desconocidos. Me preguntó dónde quería ir: "¿Dónde? Qué más da. Lo que quiero es estar contigo", respondí. Eran poco más de las 07:30, tomamos café y me llevó a dar un paseo por un parquecito que hay cerca del Palacio Real. Yo ese día incluso hubiera sido monárquico...

Nos abrazamos, nos miramos, nos besamos, arropados por la ausencia casi absoluta de madrileños, salpimentada en ocasiones puntuales por un corredor mañanero y por algún que otro resignado propietario de perro cagón. Estuvimos todo el día juntos: hablando, paseando, riendo... Carlitos no sólo estaba conociendo a un chico que le encantaba, sino que había un factor más importante: se estaba testando a sí mismo, descubriendo matices de su personalidad que ni siquiera intuía. Y estaba feliz...

Recuerdo la comida en El Almendro, las copas en aquel bar donde una cuentacuentos narró como nadie la historia de Maria dos Prazeres... y el paseo por Chueca. Creo que antes de ese día, yo sólo había estado de paso en ese barrio, y por accidente. Pero esta segunda vez, me permitió descubrir que era un lugar donde resultaba factible caminar por las calles abrazando, besando y cogiendo de la mano a alguien que fue durante unas horas el centro de mi vida. Aquel sábado noche tomamos café en el Acuarela, mientras de fondo sonaba 'La alegría de vivir', de Ray Heredia. Nunca, nunca después, he sido capaz de escuchar ese tema sin llorar como un capullo. Porque eso fue lo que sentí: que estaba vivo y alegre.

De madrugada, en torno a las cuatro, caí en la cama pensando que aquello era increíble, que nadie me podría quitar 'lo bailao', con independencia de lo que sucediera a raíz de aquel encuentro. Cada rincón, cada vivencia, cada instante con Jaime era un descubrimiento acerca de mí. Algo que me hacía crecer.

El domingo más frío que recuerdo fue meteorológicamente un reflejo de mi estado de ánimo. No quería volver a casa. Nada deseaba más que prolongar eternamente ese estado angelical que me envolvía. Además, quería explotar mi nueva faceta. Recuerdo que nos sentamos en la Plaza del Rey: "Mira, ¿sabes que tienes una plaza en Madrid?", me dijo, señalando hacia el rótulo. Almíbar pura, tal vez, pero es que nunca me habían dicho algo parecido... Comimos en El Armario, lloramos (sobre todo yo, que tengo tendencia a) y nos dirigimos, con más o menos parsimonia, a la estación sur. Como dejándonos llevar, como un debo y no quiero. Pero...

A la vuelta, en el hilo musical del autobús, sonó la canción Azul, de Elefante: una de sus favoritas, dedicada a nuestro color.

Siete años hace esta semana. Siete veces ha brotado el azahar, igual que ocurre estos días, desde aquella primavera de 2001. Siempre que visito Chueca, y por motivos laborales me acerco por allí al menos una vez al trimestre, recuerdo las muchas vivencias que he tenido sobre esas calles, donde Jaime fue el actor principal durante las 30 ó 35 horas más intensas que había vivido hasta entonces. Y cada vez que llega marzo, recuerdo que este chico tuvo un paso fugaz por mi vida... pero aquello fue algo precioso.

A raíz de ese finde, prácticamente desapareció. Las llamadas disminuyeron paulatinamente y en algo menos de un mes, Jaime pasó a la historia. No me esforcé mucho por retenerle, pues desde el principio existían razones -que no vienen al caso- para creer que aquello nunca iría a más. El tiempo hizo su trabajo, y ambos seguimos con nuestras vidas y proyectos.

Volví a encontrármelo a finales de ese año, y donde antes había un chico normal, pijito y muy discreto, floreció una locaza de pelos amarillos, ropa modenna y maneras irreconocibles. Sin embargo, daba igual. Todo daba igual. Jaime fue un punto de inflexión en mi autoaceptación, en mi forma de vivir la homosexualidad, en mi experiencia amorosa... incluso en mi relación con Chueca, y por ello le estoy tremendamente agradecido.

A veces me pregunto qué habrá sido de él...