Mol, life and so on

lunes, diciembre 31, 2007

Nunca dejéis de soñar


Esta noche, el destino me ha hecho un regalo. Por primera vez en muchos años (en casi toda mi vida), he experimentado mientras dormía una plena sensación de felicidad. Yo era un niño pequeño, muy pequeño, e iba subido a la espalda de mi madre mientras ambos caminábamos rodeados por el paisaje más verde y más increíble que creí haber visto. También nos acompañaba mi padre, con quien esta noche he recuperado por unos instantes la cercanía y el cariño que le profesaba en mi primera infancia.

Creo que 2007 ha sido un muy buen año: crecimiento personal y de pareja, nuevos viajes, nuevos amigos conocidos a través del blog, nuevas experiencias... Y, sinceramente, me ha encantado sentir que mi último sueño del año fuera tan, tan intenso. Lo interpreto como una moraleja del destino, como un consejo que mi inconsciente me lanza en una jornada especial y que hoy quiero compartir con todos vosotros: nunca hay que dejar de soñar. Ni siquiera porque nos hagamos mayores.

Desde este rinconcito de la blogosfera, os deseo a todos un año 2008 lleno de sueños y de realidades hermosas. Ojalá se cumpla.

martes, diciembre 11, 2007

Un hombre pobre: él. Un pobre hombre: yo


Fue el viernes, en torno a las dos de la madrugada. Salí con Chema a cenar, y emprendimos camino de vuelta a casa tras tomar una copichuela con Craso. Hacía frío. Bastante frío. Cuando llegamos al coche, él estaba ahí, sentado junto al maletero y con la cabeza apoyada sobre las rodillas. Tenía el pelo sucio, ropa vieja y una manta desgastada que le ayudaba a combatir el relente.

Al principio no lo percibíamos con acierto: "¿Qué es ese bulto?", pregunté. Conforme nos acercábamos, pudimos cerciorarnos de que era un mendigo que no había podido entrar en el albergue, en cuya puerta aparcamos. Es posible que estuviera lleno aquel día. O tal vez llegó tarde y los funcionarios municipales no fueron flexibles. El caso es que, a las tres de la madrugada, hacía lo posible por ganarle el pulso a la humedad, al frío, a la soledad, al silencio...

Le pedimos que se apartara un poco, para evitar darle cuando el coche rodara marcha atrás. No dijo nada: sólo emitió un ligero sonido gutural mientras, dormido, se echaba un palmo a la izquierda. Sentí pena, aunque lo paradójico es que no sólo por él, sino también por mí. Muchas veces, demasiadas (casi siempre, de hecho) tomamos el camino fácil, y ante determinadas situaciones de injusticia social nos comportamos como si fuéramos a bordo de un jeep surcando la sabana keniata: vemos, pero no intervenimos. Los ecosistemas se regulan solos. Nos justificamos pensando que pueden ser peligrosos, que no es nuestra función, que para eso están los políticos, que esta gente hace uso de su libertad, y un largo etcétera. Cuando la realidad, la de ellos para carecer de un techo y la nuestra para pasar de largo, es otra muy distinta.

Yo, el viernes, me preocupé sobre todo de si tendríamos o no una bronca con el mendigo cuando interrumpiéramos su sueño. Y cuando vi que era no sólo inofensivo, sino tremendamente vulnerable, recordé con remordimientos a aquel Carlitos que, hace no mucho, se hubiera quitado su abrigo para arroparlo. Ahora no lo haría: ¿madurez o crueldad? Puede que una mezcla letal de ambas. O una lleva a la otra.

Es curioso: nunca he visto a un político hablando de qué medidas adoptaría su partido para ayudar a esta gente. Aluden a los inmigrantes, porque generan inquietud social, pero las manos tendidas siempre pasan de largo para los sintecho. Tal vez ahora, que llega la navidad, nos volvamos más sensiblones. Sin embargo, a mí me gustaría que los creyentes se dejaran de parafernalias de fe y exigieran a los políticos dosis más altas de justicia social antes de darles el voto. No imagino yo a Rouco ni a Cañizares encabezando una manifestación pidiendo algo tan... ¿lógico? No, ellos mueven sus culos sólo para ir con el Foro de la Familia portando según qué pancartas.

Recuerdo que, en mis tiempos de hombre creyente, me identificaba mucho con aquella frase de Jesús refiriéndose a los niños: "Lo que hagáis por uno de éstos, lo hacéis conmigo". Imagino que se cita al niño no por ser menor de edad, sino como símbolo de lo vulnerable, del ser humano ávido de solidaridad y que necesita a otros para salir adelante. Igual que los pobres.

También recuerdo todos esos cuentos infantiles donde un hada se escondía en la piel de una vieja cerillera que no tenía nada para comer y, si eras bueno con ella, se identificaba y hacía que echaras por la boca oro y piedras preciosas cada vez que hablaras. De lo contrario, serían sapos y culebras.

Ahora que llega la navidad, y que en las iglesias se predica tanto, no estaría de más que desde los púlpitos se invitara a la gente a plantearse, por ejemplo, que ese Dios al que tanto veneran podría ser un mendigo. Hay por ahí una peli cutre de dolor, Dogma, donde al final aparece un dios encarnado en Alanis Morissette que hacía el pino y olía las flores. Todos esperaban rayos y ángeles pero, al final, llegó un individuo (mujer, además) tremendamente sencillo que disfrutaba de las pequeñas cosas que hay en la vida. Así sería el mío.

Pues eso: yo no soy muy creyente, pero estoy seguro de que hallaría a Dios antes en el mendigo del otro día que en el sagrario labrado en plata de una iglesia cualquiera. Habrá que andarse con ojo, pero por convencimiento. No tres semanas al año para purificar la conciencia ni para evitar castigos ultraterrenos que, probablemente, no serían mucho peores que una subida desmesurada del Euribor.

What if God was one of us
Just a slob like one of us

Just a stranger on the bus
Trying to make his way home

Joan Osbourne. One of Us.