Mol, life and so on

martes, octubre 30, 2007

Me quedo con...



Me quedo con nuestro primer finde en Grazalema. Con el paseíto vespertino y frío por aquella plaza mojada y con el té con dulces morunos. Con la lluvia cayendo a piñón sobre un coche viejo que no arrancaba.

Me quedo con aquel puente en Evora y en el Jerte. Con aquel almuerzo de emparedados con chorizo mientras Bonnie Tyler gritaba de fondo: “Forever’s gonna start tonight”. Qué verdad fue…

Me quedo con aquel amanecer en la fría king size de Lisboa, cuya seriedad casi imperial se tornaba calidez cuando te acercabas.

Me quedo con nuestro viaje a Italia. Con mi alegría, compartida contigo, al ver la fachada de Santa Maria Novella. Con aquel paseo por la Roma antigua y nuestra visita a la Galería Doria Pamphili para ver el sobrecogedor retrato de Inocencio X. Allí fuimos sólo tú y yo.

Me quedo con la cenita que organizaste para conmemorar nuestros primeros diez meses. Me encantó, aunque confundiera el calabacín con aguacate ;-)

Me quedo, por supuesto, con las primeras visitas al pueblo, donde Alaska nos hacía reír con la Disneylandia del amor.

Me quedo con los libros y discos que me regalas. Con los besos sobre la nieve en mi primer viaje a Cantagallo. Con nuestras peripecias por Aragón. Con aquella cerveza en Estambul. Con nuestras noches, con nuestros días. Con nuestras sonrisas y nuestras lágrimas. Con nuestras bobadas y nuestras conversaciones salvamundos. Con nuestros desayunos con pan de leche. Con las ‘excursiones’ de nuestra primera etapa y con la franqueza de dos vidas ya ordenadas, estables…

…y, cómo no, me quedo con tus manos, con la suavidad de tu piel, con el roce de tus labios y el peso de tu mirada.

Pero, sobre todo, me quedo, y me sigo quedando, contigo.

Feliz quinto aniversario, Chema.

martes, octubre 23, 2007

El dilema de cumplir años




Dicen, yo no lo recuerdo, que el 24 de octubre de 1973 fue un día especial para el clan Sublime, pues a las 22:30 horas, aproximadamente, nació un niño inesperado. Sus hermanos eran mayores –dos, de hecho, ya curraban- y su madre, que casi había alcanzado los cuarenta, se preguntaba por qué tenía que volver a cambiar pañales después de tantos años.

Dicen que era gordito, con alrededor de 4,5 kilos, la piel blanca y el pelo muy abundante y negro. Por lo visto lloraba poco y sonreía así, tímidamente, cuando alguien le hacía gracietas. Sus primeros recuerdos están poblados de gente, con cuatro hermanos, sus papás y la abuela viviendo con él en poco más de 80 metros. Había literas, cajas grandes de galletas María y latas azules de mantequilla Maximino Arias Tascón.

Era curioso. Muy curioso. Lo preguntaba todo y a todos. ¿Ese río es profundo? ¿Qué transporta ese camión? ¿Para qué es un extintor? Y un largo etcétera. Con poco más de cuatro años leía perfectamente, y ya en preescolar se sabía las localizaciones de todas las matrículas de España, aunque no tuviera ni idea de qué era Santander o de dónde estaba La Coruña.

Su familia siempre decía que la memoria del benjamín se salía de lo común, que era casi prodigiosa. Y tal vez por eso aquel niño, Carlitos Sublime, recuerde parte de su primera infancia como si la estuviera viviendo ahora mismo. Como si todo hubiera ocurrido ayer, pese a que han pasado… casi 34 años.

Porque mañana, 24 de octubre, vuestro amigo Carlitos cumple… ¡¡¡34 años!!! ¿Y cómo celebrarlo? Para empezar, pidiéndome el día libre. Así que mañana me levantaré más tarde, desayunaré a mi aire, me daré un par de homenajes, iré al gimnasio sin prisas, y todas esas ventajas que tiene ejercer de vago. También compraré las provisiones para el sábado, fecha en que he convocado a todos mis amigos con un objetivo claro: celebrarlo todos juntos.

Así que la cosa promete. Es cierto que cumplir años siempre te hace reflexionar sobre el rumbo que lleva tu vida, dónde estás y dónde querrías estar, el tempus fugit, y todo eso. Sin embargo, a lo mejor hay que recurrir al espíritu más marujil de, por ejemplo, mi madre y decir que cumplir años es señal de haber vivido. Así que nada, a disfrutar del día de mañana, de la fiesta del sábado… y de los 34. Porque serán muchos o pocos, eso va en criterios, pero sigo siendo el mismo tío bueno de siempre (jajaja!!!).


...y el dilema al que alude el título es: ¿a quién invito a mi cumpleaños, al perro de Ryan Reynolds... o al de Raoul Bova? Espero sugerencias. Porque los traerían sus amos, imagino... ;-)

Besos, y os espero el sábado (también a los dueños de los perros, claro, jejeje).

miércoles, octubre 10, 2007

Los otros proscritos


Hoy es un día para reflexionar. Desde 1992, y a propuesta de la OMS, se celebra el Día Mundial de la Salud Mental. A mí, este muestrario de días mundiales, nacionales, autonómicos e internacionales de tal y cual cosa, me parece que está muy bien porque al menos durante una jornada, echamos el freno y volvemos la mirada hacia donde toque: el medio ambiente, la mujer o la diversidad cultural. Algo es algo.

Pero también creo que de ellos se hace un uso muy político. El día de la mujer tiene tanta fuerza que hasta el Gobierno se plantea la conveniencia de convocar elecciones estando éste de por medio. Lo mismo ocurre con el día del trabajo, y cada vez más con el orgullo gay. Sin embargo, hay otros días que pasan de puntillas por el calendario, y el de la salud mental es uno de ellos. ¿Alguien se imaginan a Zapatero portando una pancarta alusiva por la Gran Vía? Me temo que no…

He leído en una web que alrededor de 400 millones de personas en todo el mundo padecen algún tipo de enfermedad o trastorno mental. A ellos habría que añadir los que van a padecerla en un futuro, o los que han sufrido sus consecuencias y, felizmente, han superado la prueba. Sin embargo, las ediciones digitales de los principales diarios (El País, ABC y El Mundo) no dedican a este asunto ni una información en condiciones. Nada. Como si no existiera.

En España, todo lo relacionado con la asistencia psicológica o psiquiátrica a pacientes resulta penoso. Hay muy buenos profesionales, con mucha voluntad… y con muy pocos medios. Una amiga mía tuvo que ir al psiquiatra hace unos meses: la vieron un día, le recetaron pastillas… y vuelva usted dentro de cuatro meses. Antes, imposible. Otra estuvo yendo a una psicóloga de la Seguridad Social: si mal no recuerdo, tenía una cita cada dos meses, mientras que si hubiera hecho una terapia de pago, la frecuencia sería como mínimo semanal.

Esta mañana, una señora se quejaba en la radio de que su hijo, enfermo de esquizofrenia, fue convenientemente asistido sólo cuando agredió a familiares y éstos lo denunciaron. Antes, la madre había pedido su internamiento, y no le hicieron el más mínimo caso. Ella misma recordaba en qué estado tan deplorable se encuentra la unidad de psiquiatría del hospital donde trataban a su hijo.

Yo, que también he sido un enfermo mental a los 21 años, os puedo asegurar que esa apreciación me resultaba tremendamente cercana. Sufrí un trastorno obsesivo compulsivo, y durante unos meses tuve que acudir cada 45 días a que me recetaran pirulas en la unidad de psiquiatría de un hospital sevillano. Siempre que iba, mis sentimientos eran un compuesto de curiosidad y pánico, porque en cada visita había lugar para una sorpresa desagradable.

Allí nos mezclábamos todos, quienes sólo necesitábamos una receta para superar baches, y quienes estaban internados. Siempre me atendía la misma doctora, encantadora, con la que terminaba hablando de política, de viajes o de periodismo. Recuerdo que un día le pregunté si allí sólo había enfermos tan graves como los que yo veía, si quienes íbamos por una caja de Lexatin éramos los únicos tuertos en ese mundo de ciegos. Su respuesta fue tajante: “En absoluto; hay de todo: chicas anoréxicas, personas afectadas por una depresión, gente que ha intentado suicidarse…” . “¿Y dónde están?”, pregunté. “¿Ellos? Escondidos en sus habitaciones. No quieren que la gente les vea mezclados con los enfermos más graves”.

Me dejó de piedra. Entonces aprendí que, aun siendo todos pacientes y enfermos mentales, también había castas entre nosotros: los que llevábamos una vida normal, estudiando o trabajando, e íbamos a por un soporte químico que nos ayudara; los que necesitaban internamiento, pero estaban cuerdos; y, ocupando el puesto de los siervos de la gleba en la estructura social prerrevolucionaria, los enfermos que no eran capaces de percibir el mundo con un mínimo de objetividad.

Aquello sólo duró unos meses, pero me dejó dos enseñanzas muy claras: que todos somos candidatos a ese extraño honor, pues nadie está libre por su cara bonita de una depresión, de una racha insoportable, de una putada vital o de una alteración genética; y que los enfermos mentales, en especial los de carácter severo, merecen un respeto y una consideración que hasta hoy les niegan. Les negamos.

Desde este huequecito del ciberespacio, mi solidaridad y mi más sincero reconocimiento para todos esos enfermos. A ellos, y a quienes dedican su vida laboral o su tiempo libre a lograr para ellos la dignidad que merecen. Gracias, Lola.

lunes, octubre 01, 2007

Mi media ponderada


Lo reconozco: estoy un poquito indignado. Hace un año realicé mi preinscripción para cursar un master literario oficial en la UNED. Tenía tantas ganas de abordar ese proyecto que no podía evitar dar la tabarra y contarle mis planes a todo bicho viviente que se me ponía a tiro. En principio cumplía todos los requisitos: licenciatura afín, conocimientos demostrados de inglés, asignaturas cursadas en Filología Hispánica, y alguna cosilla más. Incluso hablé por teléfono con el coordinador, y me dijo que no habría ningún problema, que diera por hecha mi matriculación.

La cosa se fue retrasando. Y a mediados de noviembre, recibo un correo electrónico informándome, ¡oh, sorpresa!, de que no había sido admitido. ¿Razones? Ninguna en especial. Llamé para decir que quería ver el listado de quienes habían tenido más méritos, sobre todo por saber si me quedé a dos décimas o a tres puntos de alcanzar mi objetivo: me lo negaron. Lo único que conseguí fue que me remitieran un baremo de mis méritos: y casi me dio un telele.

¿Méritos a valorar? Sólo cuatro: y cuatro puntos posibles.

¿Es usted alumno de un programa de doctorado? No, lo que quiero es hacer un master. Vale, pues un punto menos. Ojú.

¿Y alumno de la Complutense, o licenciado por esa universidad? No, pero... ¿a usted qué más le da? ¿El programa no es para toda España? Que sí, pero que... otro punto menos. Vaya tela...

¿Conocimientos de inglés? Sí, ahí lleva el certificado. Muy bien: acaba de obtener un punto. ¡Olé!

¿Y tiene una media de notable en la licenciatura? Sí, claro que sí. PUES NO. ¿¿Cómorrrlll?? La media ponderada que le sale es de 1,79: eso es aprobado.

¡¡Me quise morir!! Pero, pese a todo, tampoco le di más importancia. Tenía mil cosas en la cabeza, y al final se impuso mi faceta más pragmática: dinero que me ahorraba. Este año lo he vuelto a intentar. Y ya que estamos, me he informado de qué es eso de la media ponderada y sus muertos en vinagreta. Las conclusiones son terroríficas.

Veréis: mi expediente de licenciatura consta de un primer ciclo 1991-1994 con asignaturas anuales cuando el crédito era lo que te daban en los bancos al llevar la nómina y carita de pena. Y un segundo, donde el concepto se ampliaba a la fórmula "te doy uno por cada diez horas de clase", donde sólo había asignaturas semestrales: pero eso sí, un batallón.

Pues bien, entre primero y tercero, servidor tiene 2 sobresalientes, 10 notables y 4 aprobados. En cuarto y en quinto, 7 sobresalientes, 14 notables y 8 aprobados. Total, 9 sobres, 24 notables y 12 aprobados. ¿Haciendo qué clase de división sale que predominan estos últimos?

La cuestión es que una media ponderada, según he podido averiguar, califica como 1 el aprobado, 2 el notable, 3 el sobresaliente y 4 la matrícula, de manera que una matrícula de honor cuenta como cuatro veces un aprobado. Y eso no es justo en absoluto, ya que un 6,5, por citar un ejemplo, no es la cuarta parte de un 10. Para mí, el mundo de la estadística es desde entonces aún más misterioso, si es que eso es posible...

Ahora estoy a la espera del veredicto para mi segundo intento. Reconozco que este año no tengo la ilusión del pasado, entre otras cosas porque el programa cambia bastante, poseo aún menos dinero, han disparado el precio del crédito (de 14 euros ha pasado a 20) y en el trabajo estoy que no paro. Aunque bueno: de momento, lo que toca averiguar es si me admiten o no. No sé cuáles serán los criterios, aunque sí que hay todavía menos plazas que el año pasado. Así que tal vez haya un tercer intento en septiembre de 2008. De todas maneras, dicen que a la tercera... Pues nada, seguiremos informando ;-)