Mol, life and so on

jueves, julio 28, 2005

Ovejas y cabras

Ayer leí en la web de Colegas un artículo interesante sobre los condicionamientos genéticos de la homosexualidad. En él, no sé de qué modo, se terminaba aludiendo a 'experimentos' realizados por una universidad americana, válgame Dios, capaces de demostrar que la bisexualidad no existe en los hombres, dejando en el aire que para las mujeres puede ser diferente. Curioso. En realidad esto no va conmigo, ya que mi cuerpo tiene más o menos claro ante qué estímulos ofrecer una respuesta clara en forma de excitación. Y siempre ha sido así.

Sin embargo, no deja de sorprenderme que se inviertan esfuerzos y dinero en clasificar los sentimientos de la gente, en clarificar si fulanito es cabra, u oveja, o si por el contrario menganito se encuadra en tal grupo o no. Insisto: no es mi caso -por ahora-, pero tengo mucha gente alrededor que, como dice mi madre, "valen lo mismo pa un roto que pa un descosío". La sociedad está cada vez más llena de personas que no temen dar rienda suelta a sus sentimientos, y que prueba y busca para, sobre la base de su experiencia, sacarle partido a la vida. ¿Qué es Merchi? ¿Una lesbiana con experiencias heteros en el pasado, o una chica heterosexual que atraviesa un momento lésbico?

La respuesta es muy clara: Merchi es una profesora inteligente y culta, despegada de sus amigos, que me hizo sentir una de las mayores alegrías de la vida cuando disfrutamos juntos de París. ¿Y Chema? La sal de mi vida, la seda hecha piel, la sonrisa perfecta. Lo demás importa poco, sea pasado o futuro. Son cábalas o secretos de alcoba reducidos al mundo de la pareja y a las personas más cercanas. Tal vez si yo fuera capaz de interiorizar, a todos los efectos, el espíritu del 'carpe diem', las cosas me irían mejor.

Un pulso al bicho

A veces tiemblo cuando siento que se acerca. El corazón se dispara, el estómago se contrae, la respiración se agita, el sudor empieza a caer. Odio el sonido de sus pasos gélidos sobre una superficie que parece ardiente. La ansiedad, el bicho, llega anunciando su paso con antelación, como las luces alternas de un paso a nivel: sientes que se acerca algo avasallador, aunque no se vea, y que su tránsito arrastraría cualquier cosa que no se apartase a tiempo. El bicho llega pidiendo explicaciones sobre quién eres, qué sientes, qué buscas. Sometiéndote a un feroz interrogatorio sobre tu vida y tu obra. Pretende tambalear tus cimientos, hacerte perder el control. El muy hijo de puta sólo busca apoderarse de tu pensamiento, confundirte, hacerte sentir una jodida mierda, maltratar a un cuerpo que tiembla y observa de reojo su llegada con la mirada cobarde y tímida de un perro faldero.

Pero la ansiedad no es infalible ni indestructible. Sé, porque ya la he vencido, que juega muy bien en casa, que tiene los mejores golpes. Pero también sé que la fuerza de voluntad es el mejor revés. Hay demasiada belleza en el mundo para dejar que el bicho nuble mis sentidos. La ansiedad tiene muy mala uva, sabe dónde darte, qué teclas pulsar para dislocar tus sistemas. Aunque ni el virus más poderoso puede operar cuando apagas la máquina. Lucho para ganar, consciente de mis limitaciones. También de mis oportunidades.

Cualquier problema de esta índole requiere, sobre todo, voluntad. Si el deseo de superación no falta, al menos se tiene bien empuñada la raqueta. El partido será largo, aunque prometo resistencia y vender cara la derrota. ¿Derrota? No, no contemplo esta posibilidad. Esta mala racha no es más que una transformación de lo malo en algo bueno, y de lo bueno en lo mejor. Volveré a salir de la crisálida consciente de que fuera me espera el mejor de los mundos posibles. Ése que tanto merece y al que desde aquí le dedico la mejor de mis sonrisas.